Capítulo 4
Vanessa, sin pensarlo dos veces, decidió que ya había tenido suficiente de las tonterías de Celeste. Con una mirada cargada de determinación, se acercó a ella.
-Hermana, sé que estás bromeando, no te enojes con papá. Todo es culpa mía, fui yo quien hizo que te sintieras mal -dijo Celeste, tratando de parecer inocente. Vanessa sabía que aquella actuación era digna de un premio, pero no se dejaría engañar.-
Aprovechando su nueva oportunidad de vida, Vanessa no iba a permitir que nadie la tratara mal. Sin dudarlo, avanzó entre la multitud y abofeteó a Celeste con fuerza, luego la tomó del cuello, apretando sus manos.
-¿Nadie te enseñó que no debes interrumpir cuando otros hablan? -le espetó Vanessa con desdén-. Si sigues molestándome, no me iré.
Celeste, enrojecida por la falta de aire, comenzó a mostrar verdadero temor en sus ojos. Vanessa aflojó el agarre, permitiendo que Celeste respirara, lo que provocó un alivio visible en los presentes de la familia Sánchez. Diego y Héctor, sin poder proteger a Celeste, se sentían humillados.
Ver a su hermana golpeada y casi asfixiada colmó la paciencia de Héctor.
-¡Vanessa, te las verás conmigo! -gritó furioso, lanzando un puño hacia el rostro de Vanessa.
Ella, anticipando el golpe, se movió ágilmente a un lado y, con todas sus fuerzas, le dio una patada que lo dejó tirado en el suelo, incapaz de moverse.
-Inútil–murmuró Vanessa, observando cómo Héctor escupía sangre, incapaz de levantarse.
En su vida pasada, Vanessa había oído cómo la gente de Nueva Alameda hablaba de la arrogancia y maldad de la señorita de la familia Sánchez, pero desconocían su lealtad y deseo de protegerlos. Sin embargo, la familia Sánchez nunca la aceptó.
La resolución en los ojos de Vanessa dejó a Alejandro desconcertado, sin fuerzas para reprenderla por haber golpeado a Celeste y Héctor.
-¿Realmente vas a romper lazos conmigo? -preguntó Alejandro, sintiendo que perdía algo
valioso.
-Sí–contestó Vanessa con firmeza, sin importarle lo que pensaran. Ahora que tenía sus documentos de identidad, su decisión era irrevocable.
-Si te vas de la familia Sánchez, no serás nada -advirtió Alejandro, riendo con amargura-. No recibirás ni un peso más de mí. ¿Estás segura de lo que haces?
-Nunca me he sentido más segura -declaró Vanessa con determinación.
-Lárgate, y no vuelvas jamás -gritó Alejandro, lanzando un tazón al suelo en un arrebato de
ira.
Él no creía que una joven de diecisiete años, sin familia, pudiera sobrevivir sin su apoyo.
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Vanessa miró los pedazos rotos en el suelo, sintiendo una calma inquebrantable.
Había sido adoptada por Alejandro a los tres años. Al principio, él la había cuidado con cariño, pero todo cambió cuando Isabella y su hija biológica regresaron. Los momentos felices entre
ellos quedaron tan irremediablemente rotos como aquel tazón, imposibles de reparar.
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