Capítulo 29
Durante estos años, la familia Castillo había visto cómo sus negocios se desplomaban uno tras otro. Si no fuera por algunos logros de investigación que los mantenían a flote, probablemente no habrían logrado mantenerse en los círculos de la alta sociedad.
La familia Castillo había aplastado a innumerables pequeñas empresas, robando sus investigaciones. Estas compañías, incapaces de enfrentarse a un gigante como la familia Castillo, se veían forzadas a la quiebra, y en casos extremos, sus dueños terminaban en la
ruina total.
El destino que la familia Castillo enfrentaba ahora era el resultado directo de sus propios actos. Ignacio estaba de acuerdo con las decisiones de su nieta. Mientras ella no siguiera obsesionada con tratar bien a la familia Sánchez, él apoyaría cualquier cosa que hiciera.
En cuestión de días, la familia Castillo se había desmoronado por completo.
Cuando Ximena recibió la noticia, no pudo evitar sentirse eufórica.
Sin embargo, más impactante que este chisme fue enterarse de la verdadera identidad de
Vanessa.
Ximena se enteró la noche que vio a Emilio, que él era el padre biológico de Vanessa.
Vanessa era la hija de la prestigiosa familia Leyva, una de las más influyentes de Nueva Alameda. Un estatus impresionante.
Ximena nunca había imaginado que podría ser amiga de una auténtica heredera de la alta sociedad.
Ni siquiera en las novelas se atreven a escribir algo así.
Pensativa, Ximena llegó a una conclusión inesperada.
-Vane, creo que naciste con estrella de riqueza.
Vanessa, que acababa de beber agua, la escupió de la sorpresa.
Mirando seriamente a Ximena, preguntó: -¿Por qué dices eso?
Había pasado hambre en el extranjero, ¿eso era riqueza?
Ximena respondió sin titubear: -Piensa en esto, la familia Sánchez que te adoptó es rica, y tu padre biológico pertenece a una familia aún más poderosa. ¿No te dice algo eso?
-Vane, tu destino está lleno de fortuna; el cielo te creó para disfrutar.
Los ojos de Vanessa se oscurecieron.
¿Disfrutar? Entonces, ¿por qué en ambas vidas no había sentido la felicidad?
En cuanto al dinero, le hacía mucha falta, o mejor dicho, quería tener mucho, mucho dinero.
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Capitulo 29
Aunque la familia Sánchez era rica, eso no le pertenecía a ella, y siempre tuvo que limitarse en sus gastos.
Para la familia Sánchez, ella no era más que una mascota.
Alejandro e Isabella eran los dueños; cuando él estaba presente, ella podía comer algo por la cortesía de él, pero cuando él no estaba, era como un perro callejero.
Respecto a la familia Leyva, no podía confiar plenamente en ellos.
Vanessa sabía bien que en este mundo, la única persona en la que podía confiar era en sí misma, y lo único seguro era tener el dinero y el poder en sus propias manos.
Después de clases, Vanessa recogió sus cosas y justo al salir del salón, alguien la detuvo en la puerta.
Vanessa miró a la persona que la había detenido y le indicó a Ximena que se adelantara.
Con la caída de la familia Castillo, Jimena, quien solía ser una chica privilegiada, había caído de las alturas en cuestión de días, volviéndose cada vez más callada y reservada.
Antes le gustaba ser el centro de atención, pero en estos días había cambiado completamente, manteniéndose discreta en la clase.
-Vanessa, debes estar muy satisfecha, ¿verdad? -dijo Jimena con los dientes apretados, su voz cargada de resentimiento.
En ese momento, su rostro mostraba el cansancio de alguien que había perdido su brillo habitual.
-¿Por qué debería estarlo? -Vanessa la miró con genuina confusión, como si realmente no entendiera.
Jimena continuó para sí misma: -Verme en este estado debe darte mucha alegría.
-La familia Castillo se lo merecía, pero ver en lo que te has convertido, debo admitir, es bastante satisfactorio -respondió Vanessa sin disfrazar su desprecio.
No era una santa; no podía evitar odiar a aquellos que alguna vez la hirieron.
Por el contrario, tenía buena memoria para los agravios, y siempre se vengaría.
Si aún no lo hacía, era porque el momento no era el adecuado.
Jimena miró a la persona frente a ella y por un instante, vio a la Vane de su infancia.
-Me odias–afirmó, sin necesidad de preguntar.
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