Capítulo 10
a actitud descarada de Héctor era la de un verdadero sinvergüenza. Vanessa ya había visto sa expresión en él antes, y aunque le resultaba repulsiva, no podía entender por qué en el asado había intentado complacerlo, buscando un poco de ese cariño familiar tan escaso.
-¿Quién te crees que eres para darme órdenes? ¿Solo porque eres el hijo adoptivo de la familia Sánchez? -Vanessa lo miró con una sonrisa desdeñosa antes de tomar a Ximena del brazo y egresar al salón de clases.
Héctor y su grupo se quedaron ahí, atónitos.
Héctor, con apenas 18 años, estaba en esa fase donde el orgullo lo era todo. Ser desenmascarado como el hijo adoptivo delante de todos lo dejó con la cara lívida.
Los curiosos que presenciaban la escena no pudieron evitar preguntar:
-Héctor, ¿es cierto que eres el hijo adoptivo de la familia Sánchez?
El rostro de Héctor se puso pálido como el papel, y lanzó una mirada furiosa al que había hablado. Beltrán, al ver la situación, se adelantó y le dio una patada al muchacho.
-¡No seas entrometido, largo de aquí!
Celeste, aunque por dentro lo menospreciaba, intentó consolarlo:
-No importa lo que digan, para mí siempre serás mi hermano.
Beltrán y Moisés intercambiaron miradas y también apoyaron:
-Sí, Héctor siempre será nuestro Héctor.
Héctor, al escuchar a sus amigos, sintió una calidez en su pecho y su enojo se disipó un poco.
Ese día, aparte del mal sabor que le dejó el encuentro con Héctor y su grupo, Vanessa disfrutó el resto del tiempo.
Al regresar a la casa de la familia Leyva, Emilio no estaba, lo cual le daba a Vanessa una
sensación de libertad.
Aburrida, Vanessa decidió publicar en internet su primera novela, “Inocente“, que había comenzado a escribir en su vida anterior en el extranjero. En esa vida, nunca la había publicado, así que ahora quería probar algo diferente.
Después de eso, se entretuvo un rato con la computadora. Así pasaron varias semanas, y Vanessa comenzó a acostumbrarse a ese ritmo de vida.
A las ocho de la noche, sintió un poco de hambre, así que bajó sigilosamente las escaleras.
Después de buscar un rato, encontró un pan y una caja de yogur en el refrigerador. Justo cuando se disponía a regresar a su habitación, las luces de la sala se encendieron de repente.
A esa hora, el personal y las señoras de la casa Leyva ya deberían haber terminado su jornada
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Capitulo 10
laboral y haberse ido.
-¿Emilio? -pensó Vanessa.
Metió el pan y el yogur en su bolsillo, y salió de la cocina despacio.
De repente, se encontró con unos ojos profundos que la miraban, y sintió que el corazón le dio un vuelco.
-¿Qué haces aquí? -preguntó Vanessa, tratando de parecer tranquila. A pesar de no haber hecho nada malo, se sentía un poco nerviosa.
-Esta es mi casa, ¿por qué no habría de estar aquí?
Emilio, con una voz calmada, lanzó una rápida mirada al bolsillo abultado de la joven.
-¿Tienes hambre?
-Sí–contestó Vanessa, tocándose la nariz, un poco avergonzada.
Era la primera vez que Emilio observaba detenidamente a su hija. Estaba tan flaca. Su piel era tan blanca como la nieve, y su semblante pálido como el papel, tal vez debido a una enfermedad. Su rostro era frío y noble, tan limpio que parecía una princesa salida de un cuento de hadas. Aunque aún era joven, sus rasgos finos dejaban claro que sería una belleza en el futuro.
Mirando su rostro, que tenía un cierto parecido al suyo, Emilio recordó la información que Sergio había encontrado ese día. La niña no había tenido una buena vida con la familia. Sánchez, a tal punto que la enviaron al extranjero a los once años.
Emilio no pudo evitar compararse con ella. Como líder del Grupo Leyva, su posición y gloria no habían sido fáciles de conseguir. Ser un hijo de la familia Leyva significaba no tener infancia ni afecto. En esa familia, el poder y la posición lo eran todo.
Desde pequeños, él y su hermano habían sido sometidos a un entrenamiento riguroso, debían alcanzar los estándares más altos o enfrentarse a castigos físicos. Para conseguir la posición de heredero, él y su hermano compitieron ferozmente, incluso de manera desleal.
-Te llevaré a cenar afuera -dijo Emilio, sintiendo un inesperado momento de ternura al ver la palidez de su hija.
Vanessa se sorprendió, pero al final no rechazó la oferta.
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