Capítulo 13
Verónica había amado a Adolfo durante diez años. Estaba demasiado familiarizada con su aroma. Cuando él la besó, ella lo reconoció de inmediato. Su pánico y miedo se disiparon, dejando solo una frialdad interminable. Con el rostro helado, Verónica giró su cara resistiéndose y evitando el beso dominante de Adolfo. Su rechazo intensificó la oscuridad en los ojos de Adolfo, quien con fuerza le giró el rostro y se inclinó para besarla nuevamente.
Adolfo estaba visiblemente tenso, mezclando su presencia con una ira inexplicable.
¿Era porque en el café ella había hecho sentir mal a Zulma, y él venía a vengarse por su arada?
El rechazo en el corazón de Verónica se intensificó aún más. Pero la fuerza con la que él la sujetaba era grande, no podía escapar. Solo podía apretar los dientes y mantener su aliento ardiente fuera, negándose a dejarlo besarla.
Mientras tanto, luchaba más intensamente, levantando sus manos para empujarlo y golpearlo. Pero la diferencia natural de fuerza entre hombres y mujeres hacía que, incluso usando toda su fuerza, no pudiera mover a Adolfo ní un poco. Sus manos apenas levantadas fueron aprisionadas por una de las suyas y presionadas sobre su cabeza. Esta posición también hizo que sus cuerpos se presionaran más cerca. Tan cerca que podía sentir claramente el ardiente deseo de Adolfo.
Verónica tensó su cuerpo instintivamente, tratando de arquearse para evitarlo, pero acostada en el asiento de cuero, no tenía escapatoria.
Sus ojos se llenaron de ira, y a través de sus dientes apretados, forzó las palabras: “Adolfo, suéltame… ¡no tienes derecho a tocarme!”
“Huh“. Una fría burla apareció en los ojos de Adolfo. ¿No tenía derecho? Ella era su mujer. Si él quería tocarla, ella no tenía derecho a rechazarlo.
La mano de Adolfo en la mandíbula de Verónica repentinamente aumentó la presión.
Verónica sintió dolor y sus labios se separaron levemente mientras Adolfo aprovechó la oportunidad para profundizar el
beso.
Él besaba con violencia, como si estuviera desahogando su ira.
Verónica intentó morderlo de nuevo, pero apenas intentó moverse, Adolfo habilidosamente lo esquivó y aprovechó para profundizar aún más el beso, haciéndolo cada vez más intenso.
Verónica solo pudo soportarlo hasta que Adolfo soltó sus labios hinchados y rojos, moviéndose hacia abajo. La respiración de Verónica se volvió irregular.
Cuando Adolfo besó el lado de su oreja, ella de repente dijo: “Adolfo, tu amada Zully ya sabe que terminamos, ¿no te importa herirla con lo que haces?” Adolfo dejó de besarla, pero no la soltó. En cambio, mordió su lóbulo, con movimientos cariñosos pero su voz transmitía un frío escalofriante, “Verónica, cuando me drogaste y subiste a mi cama hace cinco años, ¿no pensaste en cómo se sentiría Zully?”
Al escucharlo mencionar nuevamente aquella noche de hace cinco años, la respiración de Verónica se detuvo.
Ella instintivamente intentó defenderse, “¡No te drogué!”
“Ja“. Adolfo soltó una risa burlona, “¿Crees que te creeo?” Él no le creía. No lo había hecho cinco años.
No creía lo que ella decía, que no le había dado ninguna droga, que ella tampoco sabía por qué había terminado en su
habitación.
Esa noche, él estaba bajo los efectos de la droga, con la mente nublada, pero ella estaba consciente.
Ella lo amaba tanto, que cuando él, impulsado por la droga, la besó desesperadamente, presionándola contra la cama, ella pensó en empujarlo y huir. Pero, viendo su rostro sufriendo, finalmente, no pudo empujarlo y se convirtió en su antídoto. “¿Qué es lo que realmente quieres?” Verónica lanzó fríamente unas pocas palabras. A estas alturas, no quería seguir defendiéndose por lo que había pasado hace cinco años.
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