Capítulo 122
Como si hubiera encontrado su propia fuente de agua, una vez que la besó, no quería soltarla.
Los ojos de Adolfo se oscurecieron cada vez más, y su nuez de Adán se movía intensamente.
Con la voz fonca, le ordenó a Joaquín, quien conducía el auto, “Vamos al hospital“.
Después de dar la orden, Adolfo atrajo a Verónica hacia él, permitiéndole sentarse en su regazo. Agarró su mandíbula con fuerza y la besó ferozmente.
A lo largo del camino, aunque no pudo hacerle más a Verónica, no dejó de besarla.
Cada vez la besaba hasta casi dejarla sin aliento..
Apenas la soltaba, sin dejar que ella recuperara el aliento, continuaba besándola una y otra vez, hasta que era difícil distinguir quién estaba atormentando a quién.
No fue hasta que el auto se detuvo en el estacionamiento del hospital que Adolfo finalmente
soltó los hinchados labios de Verónica.
Bajo la señal de Adolfo, Joaquín, que había estacionado el auto, salió y abrió la puerta trasera.
Mantenía la cabeza baja, evitando mirar alrededor descaradamente y deseaba poder taparse
los oídos.
Sabía cuán fuerte era la posesividad del Sr. Adolfo.
Mirar siquiera un segundo más de lo debido a la Srta. Verónica, podría costarle los ojos.
Adolfo envolvió a Verónica de pies a cabeza con su abrigo, asegurándose de que estuviera bien protegida.
Verónica en sus brazos ya había perdido la razón y actuaba netamente por instinto.
Con las piernas rodeando la cintura de Adolfo, se colgaba de él moviéndose inquietamente en sus brazos Parecía querer liberarse de su agarre pero era fuertemente sostenida por la gran
mano de Adolfo.
Verónica enterró su rostro en el lado de su cuello y sus labios estaban justo en su arteria
carótida.
Con cada respiración, su cálido aliento soplaba sobre él.
Ella no podía mover su cuerpo, pero su boca no estaba quieta tensando el cuerpo de Adolfo al
máximo.
Cómo había atormentado a Verónica en el auto, ahora ella lo estaba atormentando a él, sin dejarlo en paz.
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Capitulo 122
Los minutos en el ascensor del subterráneo al piso superior, hicieron que Adolfo estuviera empapado en sudor
Cuando llegaron, Adolfo claramente suspiró aliviado.
El médico ya estaba esperándolos, tomó el medicamento y lo inyectaron en el cuerpo del Verónica.
El antidoto no hizo efecto inmediatamente y cuando fueron a la habitación del hospital, Verónica atormentó a Adolfo durante casi media hora.
Cuando la autodisciplina de Adolfo estaba a punto de colapsar, Verónica finalmente se calmó.
Durante ese tiempo, aunque ella era la que atormentaba, su energía también se agotó.
Después de que el antídoto surtió efecto, ella se acurrucó en los brazos de Adolfo y se sumió en un profundo sueño.
“¡Cómo puede ser tan agotadora!”
Los ojos de Adolfo se oscurecieron como si se hubieran derramado tinta sobre ellos.
Levantó la mano, y con un gesto brusco, pellizcó fuertemente el rostro de Verónica.
Sin disminuir su fuerza, pellizcó con tanta fuerza que dejó una profunda marca roja en la pálida mejilla.
Verónica, en sus sueños, emitió un débil gemido de dolor.
Ese sonido hizo que Adolfo se tensara aún más.
Soltó su rostro, apretando sus dientes con furia, “¡La próxima vez, verás cómo te manejo!”
Llevó a Verónica al baño, la aseó, le cabió la ropa y la toalla sanitaria que Joaquín había mandado a traer de la tienda.
Una vez limpia, colocó a la fresca Verónica en la cama del hospital.
Verónica, exhausta, giró sobre la cama, se acurrucó y se sumió en un profundo sueño.
Adolfo, parado al lado de la cama, le acomodó la manta, se giró y salió de la habitación.
Joaquín, esperando afuera, al ver a Adolfo, le habló respetuosamente: “Sr. Adolfo“.