Capítulo 1145
Rosana escuchó esas palabras y, en el fondo, sintió cómo la rabia le iba subiendo. No podía evitarlo.
Recordó que, cuando la familia Lines la echó de la casa, fue Dionisio quien siempre estuvo a su lado y la ayudó a levantarse. La señora Jurado, aunque no aprobaba su relación con Dionisio, en realidad siempre se había portado bien con ella.
Rosana entendía que Flora le mostraba tanta amabilidad porque, en el fondo, seguía sintiéndose culpable por aquel accidente de carro de hace años.
Con el ánimo por los suelos, Rosana soltó con voz cortante:
-¿Que ustedes no me harían daño? ¿No les da vergüenza decir eso después de todo lo que me han hecho pasar?
Su voz se volvió aguda, casi punzante.
Román desvió la mirada, sin atreverse a verla de frente.
-Mejor comamos -dijo, evadiendo el tema. Sobre lo de Flora, yo me encargaré de buscar una
solución.
Rosana apretó los puños debajo de la mesa, aguantando la rabia. Sabía que no podía irse. Al final, seguían dependiendo de Román para el tratamiento de la señora Jurado. Pero esa sensación de estar siendo medio amenazada le revolvía el estómago.
Al final, Rosana tragó su orgullo y cedió.
Por la salud de la señora Jurado, estaba dispuesta a soportar lo que fuera necesario.
Cuando Rosana aceptó quedarse, el rostro de Román se relajó y hasta se permitió un atisbo de
sonrisa.
-Venga, vamos a comer. No te angusties, yo me encargo de todo.
Rosana no respondió. Simplemente se limitó a tomar los cubiertos y comenzar a comer, enfrascada en su propio mundo.
Entonces Alonso, que había estado callado, intervino:
-Rosana, deberías ver lo mucho que Román se preocupa por ti. ¿Tienes idea de cuánta gente lo busca afuera? Pero él no les hace caso a ninguno, contigo siempre es diferente.
Román lo interrumpió de inmediato, cambiando el tono.
-Ya basta, Alonso. Es normal que la cuidemos. Es mi hermana, somos familia. Si ella necesita algo, no importa qué, yo se lo voy a dar.
Rosana captó de inmediato la indirecta. Sabía perfectamente que esas palabras iban dirigidas a ella, como si le recordaran que ya no era esa niña dócil y fácil de manipular de antes.
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Capitulo 1145
Sin más, Rosana se quedó callada, centrada en terminar su plato.
Fue justo entonces que apareció Benito. El ambiente se tensó aún más cuando entró, su expresión nada agradable.
Al ver a Rosana, Benito se quedó paralizado, con una mezcla de sorpresa y culpa en el rostro. Se tocó la prótesis con incomodidad y, tras un breve silencio, soltó:
-Rosana, ya me enteré de lo que está pasando en tu empresa. Pero sé que el diseño de tu producto es bueno. Si quieres, yo puedo salir a aclarar las cosas por ti.
Rosana se fijó en que Benito seguía usando la prótesis antigua, la misma que ella había diseñado.
Frunció el ceño.
-Ese modelo tiene problemas con los materiales. Puedes ir a la empresa y pedir un cambio o devolución.
Benito esbozó una mueca de resignación, con la voz apagada.
-Bah, con este cuerpo, ya qué más da. ¿Qué podría ir peor? Cuando uso la prótesis que diseñaste, al menos siento que soy una persona completa. Puedo pararme y caminar como cualquiera.
La desesperanza se notaba en cada palabra de Benito, arrastrando consigo un aire de derrota.
Rosana no pudo evitar soltar una frase mordaz:
-Vaya, pero cuando defendías a Leonor Quiroga no hablabas así.
Benito se quedó callado, tragándose todo lo que quería decir. No pudo replicar.
El resto de la comida transcurrió en un ambiente tenso y pesado, cada quien en su mundo, sumidos en un incómodo silencio.
Cuando terminaron de comer, Rosana se volvió hacia Román.
-¿Ahora sí puedes hablar? -le soltó, sin rodeos.
-¿Por qué no salimos a caminar un rato?
Román propuso dar una vuelta por el jardín.
Rosana aceptó sin dudarlo. No quería quedarse a escuchar más sermones ni consejos.
Ambos salieron. Afuera, el aire era fresco y el viento le dio un golpe de realidad a Rosana, despejándole la mente al instante.
Se metió las manos en los bolsillos y dijo, sin rodeos:
-Habla.
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Capítulo 1145
Román la observó, buscando algún gesto en su cara.
-¿No tienes frío?
Sin esperar respuesta, se quitó la chaqueta, intentando ponérsela a Rosana.
Ella se negó de inmediato.
-Traigo suficiente ropa, no siento frío.
Román se quedó con la chaqueta en la mano, con una expresión de herida mal disimulada.
Rosana, con el semblante serio y distante, soltó:
-Aquí no hay nadie más, no tienes que fingir.
Román se quedó helado por un instante, mirándola fijamente.
-Tú… -quiso decir algo, pero se contuvo, como si sospechara que Rosana había descubierto
algo.
Ella lo interrumpió.
-Ambos sabemos la verdad. No hace falta que sigamos jugando a ser los hermanos perfectos. Román bajó la mirada y, con tono seco, respondió:
-Lo único que quiero es enmendar lo que hice.
-Si de verdad quisieras compensar lo que hiciste -replicó Rosana, con voz firme, no
estaríamos así ahora.
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