Capítulo 1108
Dionisio no apartaba la mirada de su cara y la analizaba con atención.
-¿Qué pasa? ¿Te cuesta contestar esa pregunta?
De pronto, se preguntó si acaso el hecho de que Rosana hubiera aprendido la famosa técnica de los doce golpes tenía algo que ver con la persona que le gustaba en secreto. ¿Por eso dudaba tanto en responder? Esa posibilidad lo puso incómodo. Un dejo de celos asomó en su expresión, aunque intentó disimularlo apretando los labios.
-No es nada difícil de responder -le soltó Rosana, alzando la cara con toda la seguridad del mundo-. Aprendí viendo tus videos, el que me enseñó fuiste tú. No estoy mintiendo ni un poquito.
En su vida pasada, él siempre había sido su compañero de juegos en línea. Además de entrenar con ella, le recomendaba ver los videos del gran King para aprender la técnica de los doce golpes. Así que, a decir verdad, lo que estaba diciendo era perfectamente cierto.
Dionisio la observó detenidamente.
-¿No estás mintiendo? -insistió, con la voz más seria.
-No te miento, es la verdad -replicó Rosana, poniendo cara de inocente, como si no ocultara nada.
Solo entonces Dionisio retiró la mirada, convencido de que estaba diciendo la verdad. Después de todo, su técnica estrella no era tan fácil de dominar, y salvo ver sus propios videos, no había otra manera de aprenderla.
Rosana se atrevió a preguntar:
-¿Te conté algo más aparte de eso?
-¿Tú qué crees que pudiste haber dicho? -le respondió Dionisio, con una media sonrisa en los labios y un toque de picardía en la voz. Parecía querer sonsacarle más, aunque en el fondo lo que deseaba saber era quién era ese amor secreto de Rosana. Sin embargo, no se animaba a preguntarlo de frente.
Rosana, por dentro, se puso nerviosa. ¿Había dicho algo que no debía? Si Dionisio no le estaba preguntando directamente, tal vez era porque no había revelado el secreto. Eso sí, seguro dijo otras cosas, pero como estaba borracha, aunque Dionisio lo notara raro, no le daría tanta importancia.
Dionisio notó el suspiro de alivio de Rosana y aquello le molestó aún más. ¿Así que solo porque no confesó quién le gustaba, ya se sentía tranquila?
De mal humor, Dionisio se levantó de la cama. En su cara se le notaba que estaba fastidiado.
Rosana lo miró de reojo.
-¿Y ahora tú qué tienes?
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Él giró la cabeza, con una mirada profunda que mezclaba muchas cosas.
-¿Tienes hambre?
Rosana se quedó callada. La expresión de Dionisio era tan oscura como el fondo de una olla quemada, pero lo único que preguntaba era si tenía hambre. ¡Vaya contraste! Cualquiera que no lo conociera pensaría que le estaba diciendo algo amenazante.
Rosana asintió con rapidez, tratando de portarse lo más obediente posible.
-Sí, tengo hambre.
-Espérame aquí.
Dionisio salió de la habitación, aún con esa nube encima.
Rosana, al ver su espalda alejarse, dejó escapar otro suspiro de alivio. Esperaba no haber metido la pata.
Cuando fue al baño a arreglarse, vio la ropa tirada por todos lados y el agua en el piso. Se le congeló la expresión al recordar: ¿de verdad anoche había dormido con Dionisio? ¿Por qué no sentía nada especial? ¿Sería que el tipo, aunque parecía fuerte por fuera, en el fondo tenía sus fallas?
Ahora entendía por qué Dionisio había puesto esa cara tan rara. Seguro quería preguntarle si recordaba lo mal que estuvo anoche. Rosana se convenció de que era posible.
Se cambió de ropa y salió de la habitación. Lo que vio la dejó boquiabierta: Dionisio llevaba puesto un delantal y estaba en la cocina preparando el desayuno. Rosana no lo podía creer. Ella había pensado que cuando Dionisio dijo “espérame“, se refería a esperar a que llegara el pedido de comida. Según lo que sabía de él, Dionisio siempre había vivido con todos los lujos y nunca se había ensuciado las manos en la cocina. ¿Quién diría que estaría ahora ahí?
Rosana se acercó despacito, de puntitas, y asomó la cabeza para ver lo que hacía: un huevo frito. No se veía nada mal, la verdad.
Dionisio lo miraba como si fuera una bomba a punto de explotar, calculando cada movimiento como si estuviera resolviendo una ecuación complicada. Para él, cocinar parecía un experimento en laboratorio; cada paso lo hacía con una precisión casi obsesiva.
Rosana rompió el silencio.
-Oye, no tenías que molestarte. Podemos pedir comida, es lo mismo.
-No es lo mismo -le reviró Dionisio, girando para mirarla a los ojos. ¿No dijiste que te daba envidia que Javier supiera cocinar? Este tipo de cosas, ¿quién no puede aprenderlas?
El corazón de Rosana empezó a latirle más rápido.
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sca in Thaila

