Capítulo 91
“No necesitas una explicación.” La voz de Isaac destilaba desdén.
Marina sintió sus uñas hundiéndose en las palmas, mientras una sonrisa amarga curvaba sus labios. “Es por Cynthia, ¿verdad?”
El momentáneo rubor en las mejillas de Isaac confirmó su sospecha antes de que recuperara su máscara de indiferencia. “Para estos eventos, tu hermana tiene el… perfil adecuado.”
Sus palabras golpearon a Marina como bofetadas. Después de todo este tiempo, Isaac seguía viéndola como aquella joven ingenua del barrio, marcada eternamente por su origen humilde.
Ni siquiera su éxito como Faith, la aclamada diseñadora, había cambiado esa percepción.
No es que no seas suficiente, se dijo a sí misma, es que él es incapaz de ver más allá de sus prejuicios.
Con elegancia estudiada, Marina se acercó a Isaac hasta poder distinguir cada matiz en sus ojos. ¿Estás seguro de que esa es la única razón?”
Isaac desvió la mirada, incómodo ante su escrutinio. “¿Qué otra podría haber?”
Una risa seca escapó de los labios de Marina. “Si ya habías decidido llevar a Cynthia, ¿por qué toda esta farsa? ¿Qué pretendías realmente, Isaac?”
El silencio que siguió fue ensordecedor.
“Marina, yo…” Isaac pareció encogerse bajo el peso de su mirada. “Lo de tu madre ayer… quería compensarte. Pero Cynthia necesita establecer contactos para su carrera, y los invitados…”
La risa de Marina lo interrumpió, un sonido gélido que le erizó la piel.
“¿Dinero para compras? ¿Esa es tu solución?” Las palabras de Isaac sonaron huecas incluso para él mismo.
Marina recordó aquella otra vida, la fiesta donde había sacrificado su salud para proteger la imagen de Isaac, bebiendo en su lugar hasta acabar con una hemorragia que casi la mata. Un sacrificio que, como tantos otros, él nunca valoró,
Isaac se distrajo por un momento, sintiendo que los ojos de Marina eran demasiado profundos, imposibles de descifrar.
Con un movimiento fluido, se despojó del vestido y lo arrojó al bote de basura. “Eres despreciable, Isaac. Ofrecer llevarme como un premio de consolación… ¿creíste que me sentiría halagada?”
El ceño de Isaac se frunció. “Escuché que vaciaste mi tarjeta hoy.”
“¿Unos miles de pesos te preocupan tanto?” Marina lo atravesó con una mirada cargada de desprecio. “¿O te molesta que ya no sea aquella chica que temblaba al gastar mil pesos en un abrigo?”
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“Has cambiado,” murmuró Isaac, genuinamente desconcertado.
“Antes era solo Marina, la del barrio pobre, y nadie esperaba nada de mí.” Su sonrisa se tornó afilada. “Ahora soy la señora Córdoba, y cada paso en falso es una excusa para que tu familia me humille. La diferencia es que antes era pobre, pero libre. Ahora…” dejó la frase flotando en el aire como una acusación.
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