Capítulo 59
Isaac permaneció inmóvil ante la puerta vacía, el disgusto grabado en sus facciones como una máscara. Finalmente, sin más opciones, regresó a México con Cynthia y su amargura a
cuestas.
En Ciudad de México.
Dejando atrás el cansancio del viaje, Isaac volvió a casa.
Sin embargo, no regresó a la gran mansión de la familia Córdoba, sino a la más modesta de sus muchas propiedades: el pequeño departamento que fue su hogar matrimonial con Marina. El lugar tenía89 metros cuadrados. Para la gente común, contar con un departamento así en esa zona sería considerado un buen activo.
Pero siendo el heredero de la familia Córdoba, con una fortuna familiar de varios miles de millones y numerosas propiedades, el hecho de que eligiera ese departamento como su hogar matrimonial mostraba claramente su desdén hacia Marina.
En ese entonces, Isaac subconscientemente pensaba que para una chica que había vivido sin
el amor de sus padres y sobrevivido recogiendo basura, proporcionarle ese estilo de vida era ya un regalo.
Ella parecía estar muy satisfecha en aquel momento.
Pero ¿cuándo empezó a querer escapar del hogar que el construyó para ella?
Isaac se sentó junto a la ventana, fumando un cigarrillo.
Los recuerdos afloraban uno tras otro.
“Esposo, hoy es nuestro aniversario de bodas, ¿podrías volver temprano, por favor?” Marina siempre estaba cautelosa, observando su expresión.
“Hoy no tengo tiempo.”
“¿Es algo del trabajo?” Su voz temblaba, intentando ocultar su tristeza.
“No, tengo que acompañar a tu hermana.”
“Isaac, solo por hoy, ¿podrías acompañarme, por favor?”
Ella intentaba aferrarse a su muñeca con desesperación.
Él la apartó: “Celébralo tú sola.”
Regresó a casa de madrugada, solo para encontrar los restos de comida en la basura. Solo frunció el ceño ligeramente.
Parecía que, desde aquel día, ella nunca volvió a cocinarle. Cuando llegaba a casa con hambre,
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Capitulo 59
era la empleada quien le preparaba algo de comer.
En otra ocasión, justo después de obtener su licencia de conducir, él le pidió que entregara unos documentos a un cliente. Pero ella terminó chocando en la autopista. El coche se averió en medio del camino. Llorando, ella le llamó.
“Isaac, tuve un accidente.”
Lo primero que pensó fue que los documentos no llegarían a tiempo al cliente. La regañó sin piedad: “Marina, ¿puedes hacer algo bien por una vez?”
La voz de Marina se quebró por el llanto: “Ni siquiera preguntaste si estaba herida.”
“Mejor si estuvieras muerta,” dijo él, furioso.
Marina le suplicó: “¿Podrías ayudarme…?”
Antes de que pudiera terminar, escuchó la voz de Cynthia: “Isaac, tengo sed.”
“Enseguida, Cynthia,” respondió Isaac con una voz extremadamente suave.
Luego, Isaac colgó abruptamente: “Limpia el desastre que hiciste.”
Al recordar este incidente, Isaac sintió como si una pluma rozara su corazón, un leve sentimiento de culpa se esparció.
En aquel entonces, Marina era solo una veinteañera, inexperta, probablemente se sintió muy perdida ante esos imprevistos. Pero él, su esposo, no fue su apoyo.
¿Es por eso que ahora es tan independiente?
¿Es esa la razón por la que tiene el coraje de dejarlo?
Isaac sacudió la cabeza: no era así.
Marina siempre lo había visto como a un salvador, mostrándole un gran respeto. Estaba muy satisfecha con todo lo que él le había concedido, estaba llena de gratitud hacia él.
Pero su cambio comenzó después de aquella hipnosis…
Fue William quien transformó a Marina.
Isaac tomó su celular y marcó un número. La llamada se conectó y la voz de su asistente se escuchó al otro lado.
“Presidente, ¿qué necesita?”
“Encuentra a William“, ordenó, su voz destilando amenaza. “Cueste lo que cueste, tráelo ante mí.”
“Entendido, presidente.”
Unos días después…