Capítulo 456
Una vez que ambos se fueron, el corazón de Salvador empezó a latir aceleradamente, sufriendo casi hasta el tormento.
En ese momento, él sacó una moneda de su bolsillo y empezó a jugar al juego de lanzar la moneda. Si caía cara, significaba que Aurora volvería a casa. Si caía cruz. no, no permitiría que eso sucediera.
Cada vez que lanzaba la moneda, hacía uso de su habilidad para casi siempre hacer que saliera cara.
Salvador jugó ese juego engañoso sin cansarse, quedándose tan absorto, que incluso se olvidó del tiempo.
En el campo, Andrés y Víctor, siguiendo la dirección que habían encontrado, llegaron a la puerta de la casa de Aurora. Victor, claramente nervioso, dijo: “Andrés, si ella se pone difícil, no importa cuán desagradable sea lo que diga, tenemos que aguantarlo. Solo si la hacemos feliz, podremos llevarla de vuelta.”
Andrés asintió más que nunca en señal de acuerdo.
Victor tocó la puerta, pero nadie respondió por un buen rato.
Mirando por la mirilla, Víctor murmuró para sí mismo: “¿Será que ella ya sabe que soy yo y por eso me está dejando con la puerta en las narices a propósito?”
Andrés lo regañó: “Es tu culpa por juzgar a la gente por su apariencia. Fuiste tú quien le dio la espalda primero.”
Victor suspiró: “Ay, ¿Cómo iba a saber que nuestro distinguido jefe se enamoraría de una chica tan sencilla?”
Después de tocar la puerta por un largo tiempo sin respuesta, desanimado, se dio por vencido.
“Vámonos, Regresaré y le pediré perdón a mi jefe.” Dijo Victor.
Al escuchar eso, Andrés soltó un suspiro.
Justo cuando se dieron la vuelta, se sorprendieron al ver a Aurora frente a ellos, sosteniendo un gran manojo de chiles.
“¿Qué hacen aquí?” Preguntó curiosa
Víctor, rascándose la nuca y luciendo incómodo, intentó explicarle. “Señorita Aurora, vinimos aquí porque…” El hombre tartamudeó, sin saber cómo expresarlo.
Aurora, como si los conociera de toda la vida, comenzó a charlar con ellos. “¿Cómo está la enfermedad de su jefe?”
“Todavía se puede manejar.” Respondió Andrés con honestidad.
Víctor, apartando a Andrés, empezó a convencerla: “La enfermedad de nuestro señor es extraña, viene como un derrumbe y se va como hilo que se desenrolla. Ay, nuestro jefe se pasa los días sin ánimo… Si solo pudieras visitarlo, estoy seguro de que su enfermedad se curaría sin necesidad de medicinas.”
Aurora se preocupó: “¿Cómo puede ser eso posible?”
Luego, recordó haber ido apresuradamente a visitarlo, solo para recibir un frío rechazo. Así que teniendo eso en mente, de manera reticente, dijo: “Ustedes son amigos de la infancia, seguramente podrás cuidar bien de él. Estoy seguro de que no tengo por qué preocuparme demasiado…”
Victor, emocionado, dijo: “Aurora, deberías ser tú quien se preocupe por nuestro señor. Déjame decirte un secreto, nuestro jefe no tiene interés en otras chicas, solo está interesado en ti.”
Aurora, sorprendida, abrió bien grande los ojos…
Al ver su confusión, Víctor se disculpó: “Aurora, la última vez me equivoqué. Te confundí con la señorita Hidalgo. Así que como pensé que eras tú, la invité a la habitación del jefe. Quién iba a decir que cuando él despertara, se enfurecería…”
Aurora, entendiendo la situación, dijo: “Ya veo.”
Andrés y Víctor, llenos de esperanza, preguntaron: “Aurora, ¿Nos acompañarías a ver al jefe?”
Aurora lo pensó por un momento. Esos dos despreciaban a las campesinas, si iba con ellos así sin más, seguro seguirían mirándola por encima del hombro. Debía darles una lección para cambiar su punto de vista. Con eso en mente, dijo: “Estos días son de mucho trabajo en el campo, hay mucho trabajo por hacer en la tierra.”
Ambos le ofrecieron su ayuda rápidamente, diciendo: “Nosotros podemos ayudarte…”
Al escuchar eso, Aurora los llevó al huerto, y señalando la tierra recién arada, dijo: “Ayúdenme a sembrar las semillas.”
Andrés y Víctor se pusieron manos a la obra, como si fueran campesinos expertos.
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