Capítulo 342
Aurora se movió con agilidad, y en poco tiempo gestionó el alta hospitalaria para Gabriel. Pronto el personal médico llegó a la habitación, procediendo a desconectar al hombre de los equipos médicos.
Fabiola intentó detener a los médicos, llorando desconsoladamente: “Le duele todo el cuerpo, ¿Cómo esperan que viva sin los analgésicos?”
El personal médico, habiendo oído hablar de los innumerables problemas de su familia, no pudo evitar expresar su desdén heroico: “Te enfermas y esperas que tu hija adoptiva cuide de ti en vez de tu propia hija. Y ni siquiera has criado a esa hija adoptiva, moralmente los estás manipulando, ¿No les parece eso un poco desalmado?”
Gabriel se sintió tan avergonzado que deseó que se lo tragara la tierra.
Fabiola lloró en silencio. Poco después de retirarle los analgésicos, el dolor en el cuerpo de Gabriel comenzó a intensificarse. Pronto, sus gemidos bajos se convirtieron en aullidos desgarradores. “¡Ah, duele! Duele mucho.”
“Doctor, no me dé el alta, por favor, vuelvan a ponerme los analgésicos.”
Aurora estaba parada en la puerta, observando a Gabriel con los brazos cruzados y una mirada
fría.
Fabiola, desesperada, solo pudo recurrir a su hija: “Aurora, por favor, sé magnánima y ayúdalo.”
“¿Acaso no lo he ayudado lo suficiente? He dado un riñón por su hija. ¿Qué más quieres? ¿Que también pierda dinero?”
Fabiola, sabiendo que estaba en deuda, respondió avergonzada: “Tranquila, no permitiré que pierdas más dinero. Conseguiré el dinero de alguna manera, solo necesito que le permitas seguir en el hospital.”
Aurora echó un vistazo a las piernas de su madre, recordándole: “Tienes a tu exesposo viviendo cómodamente gracias a ti. ¿Pero has pensado en que algún día podrías terminar completamente paralizada en la cama como él? ¿Qué harás entonces?”
“Todavía te tengo a ti. Eres mi hija, y yo te crie. Tienes la obligación de cuidarme.” Dijo con convicción.
Aurora soltó un bufido desdeñoso: “¿Cómo tienes la cara para decir eso?”
Fabiola bajó la cabeza en silencio.
Aurora destruyó sus ilusiones: “No me quedaré en Ciudad de México mucho tiempo.”
La mujer palideció: “¿Qué quieres decir?”
“Pronto me iré a vivir al extranjero, y probablemente nunca regrese.”
El pánico se reflejó en los ojos de Fabiola: “Estás diciendo… que me vas a abandonar…”
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Aurora se burló: “Entonces demándame. Estaré encantada de contarle al juez cómo me maltratabas.”
Fabiola se puso pálida.
“Aurora, has cambiado.”
“Sí, he cambiado. Ya no soy tan fácil de engañar, ¿Verdad?”
La expresión de su madre confirmó sus sospechas.
Como Aurora ya no quería discutir, le ordenó a Gabriel: “Ya se ha completado el trámite del alta. Levántate y vayamos a casa.”
El hombre, entre dolores que le causaban agonía, logró sentarse con dificultad.
“Querida, ayúdame a bajar de la cama.”
Fabiola se acercó con la silla de ruedas, y Gabriel apoyó su mano en su hombro.
Luego, ambos avanzaron en una postura inusual.
Aurora iba adelante, mirándolos de vez en cuando, con una sonrisa en los labios.
Para Gabriel, el tiempo debió haberse sentido como un siglo.
Pero en realidad, solo se había alejado un metro de la cama.
Finalmente, no pudo más y cayó al suelo, suplicándole a su hija: “Aurora, prefiero que me dejes morir a seguir sufriendo así.”
La joven lo miró con desprecio, diciendo con dureza: “¿Hasta en tu muerte piensas
aprovecharte de mí? Ja, ¿Acaso quieres que te dé una muerte rápida para que luego tu hija me acuse de asesinato?”
Gabriel, al ser descubierto, bajó la cabeza avergonzado.
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