Capítulo 301 

En ese momento, la mente de Aurora se quedó en blanco. 

Como ella ya no tenía tantas preocupaciones mundanas, abrazó fuertemente a Salvador, y sin saber de dónde venía la fuerza, su pequeña figura se abrió paso entre la multitud, arrastrándolo lejos del torbellino. 

A su lado, los gritos locos de su ex suegro y ex suegra retumbaron. La mujer, con una voz desgarrada, rugió: “Treinta años casada contigo, te entregué mi tiempo y mi energía sin reservas, ¿Y qué obtuve a cambio? Tu traición. Podría perdonarte por dejarme sin nada, pero nunca deberías haber sido tan cruel con nuestro hijo, usaste a tu bastardo como arma y luego lo echaste de la empresa. ¿Cómo puedes tener un corazón tan cruel?” 

El hombre palideció, y con la voz temblorosa, dijo: “No seas impulsiva. Escúchame, Isaac también es mi hijo. ¿Cómo podría hacerle eso? Tranquila, le daré mucho dinero para que comience de nuevo. Con su inteligencia, seguro podrá resurgir.” 

Las contradicciones de Lucio llevaron a su exesposa al colapso: “Pero claramente dijiste que el Grupo Córdoba siempre sería de Isaac. ¿Y ahora le pides que comience de nuevo? Realmente me engañaste…” 

Ella ya no le creía ni una sola palabra, así que con todas sus fuerzas, arrojó ácido sulfúrico sobre él y la actual señora Córdoba, generando un siseo. Lucio gritó de dolor. Por supuesto, algunos invitados también fueron víctimas colaterales, cayendo al suelo y lamentándose después de ser salpicados por el ácido. 

De repente, la pista de baile se convirtió en un campo de batalla, con gritos desgarradores. 

Aurora no podía permitirse sentir lástima por los heridos en la pista de baile; solo cargó a 

Salvador hacia el estacionamiento. 

Media hora después, Aurora lo llevó al hospital. 

Al llegar, el doctor le quitó la camisa a Salvador para examinar sus heridas. 

Aurora se quedó de pie a un lado, y notó las heridas en su espalda: un montón de músculo corroído por el ácido sulfúrico, tan grande como una palma, carne ensangrentada y huesos. blancos visibles. Al imaginarse el dolor que podía estar sintiendo, las lágrimas empezaron a rodar por sus ojos. 

Salvador estaba pálido, con sudor frío en la frente. Al ver a Aurora llorando tan tristemente, empezó a sentir lástima por ella. 

“Quédate tranquila, no duele.” Dijo intentando actuar como si no le importara, pero su voz débil lo traicionó. 

Aurora extendió su mano, secando suavemente el sudor frío de su frente. “Salva, ¿Quién te pidió que me salvaras?” Preguntó sin poder evitar reprocharle. 

“Esto no es nada, no solo estoy dispuesto a herirme por ti, sino también a dar mi vida si es 

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necesario.” 

Aurora lloró aún más, casi sin poder respirar: “¿Estás loco? ¿Cómo vas a soportar tanto dolor habiendo crecido en una cuna de oro? No somos iguales, yo he sido golpeada desde pequeña, incluso me han abierto la espalda, esa clase de dolor para mí es normal. ¿Quién te pidió que te interpusieras para protegerme?” 

Salvador sintió pena por Aurora, y sus ojos se llenaron de lágrimas de inmediato: “Cof… Si hubiera sabido que pasaste por tantas dificultades, habría ido a buscarte antes. Desde ahora, no permitiré que nadie te haga sufrir.” 

Aurora, no sabiendo si sentir pena o estar conmovida por él, de repente se lanzó a sus brazos, llorando desconsoladamente. 

“Mi vida no vale tanto como para que seas tan bueno conmigo.” 

“No digas tonterías.” Salvador se enfadó por primera vez, “¿Nunca pensaste que una persona que alguien desprecia, es como una perla preciosa para alguien más?” 

Aurora se quedó sin palabras por un buen rato, incapaz de decir nada. 

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