Capítulo 225 

Finalmente, Isaac llegó frente a un espejo de piedra, pero al hacerlo, la voz había desaparecido. 

Con una mano apoyada sin querer sobre el espejo, este se iluminó de repente. Isaac, asombrado, observó cómo la luz del espejo comenzó a dispersarse y recombinarse, la superficie borrosa se tornó clara y brillante, hasta que finalmente, se formó una imagen nítida: Coyoacán. 

La pequeña Marina corría descalza sobre el gélido y sucio suelo, perseguida por Fabiola, quien estaba desaliñada y furiosa, blandiendo una escoba y gritando histéricamente: “¡Te voy a matar, ingrata! ¿Quién te dio permiso de ir a la escuela a escondidas? Si tú vas a la escuela, ¿Quién va a cuidarme a mí?” 

Mientras corría, Marina intentó explicarle: “Mamá, no voy a descuidar las tareas del hogar. Por favor, déjame ir a la escuela. La maestra dice que tengo talento y que aprendo rápido. Hoy, en el examen, me fue mejor que a todos los demás estudiantes, incluso siendo oyente. 

Mamá, si me dejas estudiar y llego a la universidad, podré ganar mucho dinero y pagar tu tratamiento. Por favor, déjame ir a la escuela.” 

Fabiola, jadeante y tosiendo con violencia, apuntó furiosa a su hija: “¿Todavía te atreves a correr? Al contar tres, si no regresas, olvídate de que existo.” 

Marina se dio la vuelta, viendo a su enfurecida madre palidecer. Conmovida, regresó con 

timidez. 

La escoba de Fabiola cayó sin piedad sobre su espalda. 

La pequeña, con los dientes apretados y lágrimas en los ojos, se disculpó una y otra vez: “Mamá, lo siento. Fue mi culpa. No te haré enojar otra vez.” 

Mientras liberaba su ira, la escoba de Fabiola cayó como una lluvia sobre ella: “¿Todavía quieres estudiar?” 

“No más. No volveré a ir a la escuela.” Marina lloraba desconsolada. 

Exhausta, Fabiola se dejó caer al suelo, pero continuó quejándose sin cesar: “Naciste siendo menos que tu hermana. Así que nunca esperes destacar.” 

Marina, mordiéndose el labio y reprimiendo su dolor, ayudó a Fabiola a levantarse. Su sumisión despertaba lástima: “Mamá, vayamos a casa.” 

Fabiola la miró con resentimiento pero aceptó su ayuda, apoyando su corpulenta figura sobre el frágil cuerpo de su hija, sin dejar de reprocharle: “Desde que naciste, mi salud se deterioró. Marina, me debes tu vida, tienes que cuidarme hasta el final.” 

“Mamá, no te preocupes, siempre te cuidaré.” 

“Hm. Al menos tienes conciencia.” 

De entre la multitud, surgió un hombre de aspecto intelectual, con gafas de montura dorada, 

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irradiando elegancia. El extrañó se acercó decidido a ambas, y con voz angustiada, dijo: “Señora Fabiola, soy el maestro de Marina. Vine especialmente a buscarla. Mire…” 

Sacando de su bolsa un montón de exámenes, dijo: “Este es el examen de Marina, es la prueba de matemáticas más difícil que ha habido en Ciudad de México, y Marina sacó la puntuación. perfecta, mientras que el segundo lugar de nuestra clase apenas logró 89 puntos. Se dice que Isaac, el campeón de la competencia de matemáticas de aquel año, solo obtuvo 98 puntos. Marina realmente tiene un gran talento para el estudio, debe permitirle seguir estudiando…” 

Fabiola lo examinó con desdén y replicó de manera grosera: “¿Por qué debería creerte? ¿Acaso no sé lo que vale mi hija? Si apenas ha ido a la escuela, ¿Cómo podría ser tan brillante como dices? Me parece que tienes segundas intenciones, ¿Acaso intentas engañarme?” 

El maestro, avergonzado y enfadado, replicó: “¿Cómo puedes ser tan irracional?” 

Marina, incapaz de soportar que su amable maestro fuera humillado por su madre, lo despidió con remordimiento: “Maestro, mejor váyase. Tampoco me gusta estudiar. Lo siento.” 

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