Capítulo 44
El descaro de su padre la dejó sin palabras. ¿Un contrato multimillonario con AVE Global? La audacia rayaba en lo absurdo. Ni aunque pudiera ayudar lo haría, preferiría verlo mendigando en las calles antes que contribuir a su éxito.
Una risa cruel cortó el aire. Beatriz, con ese gesto de superioridad tan ensayado, la miraba como quien observa a un insecto.
“¿De verdad creíste que necesitábamos tu ayuda?” su voz destilaba veneno. “Solo quería ver si mordías el anzuelo… y lo hiciste. Patético.”
Sus ojos brillaron con malicia mientras continuaba. “¿Qué podrías ofrecer tú? La abandonada en su propia fiesta de compromiso. ¿No te da vergüenza seguir en Nueva Castilla? Si tuviera un gramo de tu dignidad, ya me habría mudado al fin del mundo.”
La tensión entre ellas era como electricidad estática, inevitable, natural, destructiva. La hija legítima y la bastarda, destinadas a odiarse desde el nacimiento. Cuando Beatriz se enteró del compromiso con Dante, la envidia casi la consume viva. Y ahora…
“¡Qué lástima no haber estado ahí!” continuó, saboreando cada palabra. “Ver tu cara cuando Dante te dejó plantada habría sido… memorable.”
Lydia mantuvo una sonrisa glacial. “¿Morir de vergüenza? ¿Por una ruptura? Por favor. Las parejas terminan todos los días, incluso antes del compromiso. No hay amor, no hay boda, simple.”
Sus ojos se afilaron mientras seguía. “Al menos Dante y yo tuvimos una relación real, legítima. No como tú… la hija de la amante, siempre intentando trepar socialmente. Pero nunca serás realmente aceptada, ¿verdad?”
“¡Maldita perra!” El rugido de Beatriz resonó por el pasillo mientras se lanzaba hacia Lydia con la elegancia de un toro enfurecido.
Lydia apenas contuvo una sonrisa burlona. Si tan poco control tenía sobre sus emociones, no debería haber venido a provocar.
El movimiento fue tan fluido como inevitable: un paso lateral, casi danzante, mientras murmuraba: “Si corres con tacones tan altos, te terminas lastimando.”
El crujido fue audible, el tobillo de Beatriz cediendo bajo su propio impulso. El grito de dolor que siguió fue música para los oídos de Lydia.
En un instante, la orgullosa Beatriz estaba en el suelo, su rostro contorsionado por el dolor. La lesión no era menor, la fuerza de su propio odio la había traicionado.
Lydia se agachó junto a ella, sin una pizca de simpatía en su voz. “Ay, pobrecita… creo que tu caíste de hocico, hasta tus inyecciones de bótox se desviaron.”
El dolor pulsaba desde el tobillo de Beatriz como oleadas de fuego, pero la humillación quemaba aún más. “¡Maldita zorra!”
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Ignorando los insultos, Lydia sujetó su barbilla con firmeza. Su voz bajó a un susurro peligroso. “Dime una cosa… ¿estabas en el Club Bahía del Delirio hace tres años?”
Beatriz apartó su mano con violencia. “¡No es asunto tuyo!”
Lydia se incorporó lentamente, sus ojos calculadores. Teóricamente, alguien del nivel social de Beatriz no habría tenido acceso a esa zona VIP. Pero estaba segura de haberla visto allí esa noche. Y conociendo sus bajos instintos…
Sus miradas se encontraron, la de Lydia cargada de una amenaza silenciosa. “Si descubro que fuiste tú quien me intentó drogar esa noche, Beatriz,” su voz era suave como seda envenenada, ‘te aseguro que esa cara que tanto te costó quedará arruinada.”
El don de la mala suerte de Lydia pulsó suavemente, como un gato desperezándose antes de
atacar.