Capítulo 43
El aroma antiséptico del consultorio se mezclaba con el suave zumbido del equipo médico mientras Yerin Choi terminaba el tratamiento de Lydia.
“Las cicatrices son apenas visibles ahora,” comentó la doctora con satisfacción profesional. “Con una última sesión en dos meses, quedarán prácticamente imperceptibles.”
Una sonrisa genuina iluminó el rostro de Lydia. La vanidad era quizás su único vicio confesable, y la idea de borrar las últimas marcas de su piel la llenaba de anticipación.
“¡Eres una santa, Yerin!” exclamó con entusiasmo sincero.
La doctora rio suavemente. “No exageres. El mérito es del presidente Márquez, su inversión en tu tratamiento ha sido… considerable.”
No mentía. El equipo que usaban era lo último en tecnología médica estética. La máquina para eliminar cicatrices, en particular, era una rareza: solo existían dos en todo el mundo, y Dante había movido cielo y tierra para conseguir una.
Lydia mantuvo su sonrisa, pero algo se apagó en sus ojos. Tiempo atrás, habría interpretado ese gesto como una prueba de amor. Ahora veía la verdad con dolorosa claridad: no era amor, era culpa. Las cicatrices en su cuerpo eran el resultado de haberlo protegido. Su “generosidad” no era más que el pago de una deuda moral.
“Me voy,” se despidió de Yerin Choi. “Te debo una comida.”
“Cuidate,” respondió la doctora.
La ausencia de Dante en la sala de espera le provocó sentimientos encontrados. Por un lado, alivio, no tenía energía para otra ronda de su juego emocional. Por otro, una punzada de algo que se negaba a identificar como decepción.
“¿Lydia?”
La voz la detuvo en seco. Al girarse, su rostro se transformó en una máscara de cortesia helada.
Beatriz Ramírez. La hija ilegítima de su padre.
La observó con ojo clínico: salía del área de tratamientos rejuvenecedores con luz pulsada, su rostro mostrando los típicos signos de procedimientos de inyecciones de ácido hialurónico e hidratación profunda.
“Veo que sigues invirtiendo en mejoras, comentó Lydia con dulzura venenosa. “Aunque siendo sinceras, con esa cara necesitas todos los tratamientos posibles. Asustar a la gente no es muy elegante, ¿sabes?”
“¡Lydia!” El rostro de Beatriz se contorsionó de rabia, las marcas del tratamiento volviendose más evidentes con su expresión.
“¡Cuidado!” Lydia fingió preocupación. “Con tanto producto, si sigues haciendo esas muecas te
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vas a quedar así permanentemente.”
Beatriz se llevó las manos al rostro instintivamente, solo para darse cuenta de que había caído en la provocación. Su furia aumentó al ver la sonrisa burlona de Lydia.
Cuando Lydia intentó pasar de largo, Beatriz la sujetó del brazo con más fuerza de la necesaria. “Lydia, papá quiere saber si le mencionaste a Dante lo de la colaboración con AVE Global.”
Lydia se liberó del agarre como si el contacto la quemara. “Ese será tu padre, no el mío,” su voz destilaba hielo. “Si tanto interés tiene en hacer negocios con AVE Global, que contacte directamente con ellos. Conmigo no tiene nada que ver.”
El recuerdo amargo se alzó en su mente como bilis: José Luis Ramírez, con sus más de mil millones en el banco, una fortuna considerable para el ciudadano promedio, pero apenas una gota en el océano de riqueza de Nueva Castilla. El hombre que había engañado a su madre, que junto con la madre de Beatriz había saqueado el patrimonio familiar, expulsando a su esposa legítima como si fuera basura.
Mientras ellos, el infiel, la amante y la bastarda, vivían su vida de lujos, su madre había muerto en un accidente, sola y lejos de todo lo que alguna vez fue suyo.
Y ahora, años después, cuando José Luis se enteró de su compromiso con Dante Márquez, tuvo la desfachatez de aparecer queriendo “reconocer” a su hija. Como si los años de abandono pudieran borrarse con una conveniente muestra de amor paternal cuando olió la oportunidad de un beneficio.
La hipocresía de todo le revolvía el estómago.
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