Capítulo 209
Jordana subió al coche, lo arrancó y pasó junto a Álvaro sin detenerse, como si fuera un desconocido.
Al salir del garaje, ella le preguntó a Lorenzo con cierta cautela: “¿Crees que fui demasiado dura al regañarlo?”
Todo empezó porque Álvaro intentó detener el coche y no atendía a razones, lo que la hizo perder la paciencia.
Al recordar lo ocurrido, solía pensar que no se expresaba bien en esas situaciones, pero esta vez sintió que se había excedido.
No era de las personas que perdían fácilmente los estribos, ni mucho menos de las que insultaban.
Pero lo que realmente le preocupaba era la posibilidad de haber dañado la imagen que Lorenzo tenía de ella.
“No fue excesivo. El problema es que Álvaro se pasó y te hizo enojar,” le aseguró Lorenzo.
Jordana notó que este siempre buscaba los errores en sí mismo o en los demás. Nunca le echaba la culpa a ella.
Al igual que la abuela Hugo, quien la mimaba casi hasta el extremo.
Con la cabeza alzada, Jordana le preguntó: “Lorenzo, ¿no tienes miedo de que me vuelva engreída e insoportable si sigues consintiéndome de esta manera?”
Lorenzo le acarició la cabeza y la dijo: “Así es como debe ser entre esposos, si nos casamos, nos enfrentaremos a todo juntos. Si no pudiera defenderte, ¿de qué serviría? Consentirte es lo mínimo que debo hacer.”
“Además, tú eres una persona razonable y con sentido común. No te volverás arrogante ni descontrolada. Eres tan admirable que, si yo no te cuido, seguro otro lo hará y no pienso permitir que eso pase.”
Esa precaución era algo que Lorenzo siempre tenía presente.
No eran palabras románticas, pero para Jordana sonaban incluso más dulces.
No pudo evitar sonreír. “No soy ningún tesoro, no exageres.”
“Jordana, no puedes decir eso. Para mí, eres perfecta. En cambio, siento que soy yo quien no está a tu altura.”
Para Lorenzo, Jordana siempre había sido como esa brillante y ardiente estrella, radiante y magnífica.
La molestia que Álvaro había causado se empezaba a disiparse poco a poco.
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Jordana, movida por un impulso, rodeó con sus brazos la cintura de Lorenzo, abrazándolo con fuerza.
Con la cabeza en su pecho, se expresó con honestidad: “Sr. Galván, es maravilloso tenerte.”
Ese sentimiento de tener a una persona en quien confiar era realmente reconfortante.
Lorenzo, con una mirada profunda, sugirió: “Si te parezco bastante bueno, ¿no crees que deberías cambiar la manera en que me llamas?”
Al recordar las conversaciones que tuvieron antes, Jordana se dio cuenta de que su forma de dirigirse a él era demasiado distante.
Tras pensarlo, le propuso: “¿Qué tal si te llamo ‘Lorenzo‘?”
Después de considerarlo, le pareció que “Lorenzo” era más adecuado que
“Está bien,” aceptó Lorenzo, sin presionarla.
Aunque era un pequeño cambio, representaba un avance.
“mi esposo.”
Él esperaba que, antes de la boda, Jordana lo aceptara completamente como su esposo. Después de todo, había esperado muchos años por ese momento.
Después de leer durante un rato en el sofá, Jordana se dirigió al estudio para practicar sus
habilidades básicas.
Normalmente, practicaría copiando una pintura antigua, pero ese día, inspirada por un destello de creatividad, terminó pintando una imagen de la Montaña del Sol Dorado.
El fondo mostraba montañas encadenadas, ocultas entre la neblina, con un pequeño pabellón otoñal, solitario pero firme. El viento agitaba los árboles, creando ondulaciones en el reflejo del agua y en la orilla del lago, un lugar en el que se reunían muchas parejas de enamorados.
El poema que acompañaba la obra surgió espontáneamente, sin previa reflexión:
“La luz de linternas ilumina como el día, rostros conocidos, entre nubes y lluvias, un año tras
otro.”
Al principio, había pensado en “día tras día“, pero le pareció que expresaba demasiado dicho sentimiento de forma directa, así que optó por “entre nubes y lluvias” después de dudarlo.
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