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El Precio de tu 94

El Precio de tu 94

Capítulo 94 

La suite presidencial se había sumido en un silencio espeso, solo interrumpido por el suave tintineo de los cubos de hielo contra el cristal. Dante se recostó en el sofá de cuero italiano, su figura elegante recortada contra el ventanal que enmarcaba el skyline nocturno de Nueva Castilla. La luz artificial de la ciudad dibujaba sombras que bailaban sobre sus rasgos cincelados, realzando la perfección casi dolorosa de su rostro

Sus ojos, normalmente agudos como dagas de hielo, se tornaron distantes mientras su mente lo arrastraba de vuelta a aquel momento fatídico. La imagen de Lydia, su silueta recortada contra el cielo nocturno por una fracción de segundo antes de desaparecer en el vacío, se había grabado a fuego en su memoria

El recuerdo hizo que su corazón se precipitara nuevamente en ese abismo de terror helado. Las emociones que lo habían asaltado entonces volvieron con renovada intensidad: miedo visceral que le congeló la sangre, pánico que le robó el aliento, arrepentimiento que le quemó las entrañas como ácido. Todo se había mezclado en un torbellino que amenazó con arrastrarlo

la locura

Pero en medio de ese caos emocional, un pensamiento había brillado con claridad cegadora: ¡Lydia no podía morir

Su cuerpo había actuado con una voluntad propia, independiente de cualquier proceso racional. No hubo decisión consciente, no hubo cálculo de consecuencias. Antes de que su cerebro, entrenado en décadas de control absoluto, pudiera procesar lo que estaba sucediendo, sus piernas ya lo habían impulsado hacia el vacío

Liam observaba a su amigo con una mezcla de fascinación y desconcierto. El whisky de treinta años olvidado en su mano mientras intentaba reconciliar esta nueva pieza del rompecabezas con todo lo que creía saber sobre Dante. Durante años había estado convencido, como todos, de que Inés ocupaba el lugar privilegiado en el corazón de hierro de Dante

Pero las palabras de Dante resonaban con una verdad innegable: si hubiera sido Inés quien saltara, él no habría seguido. Sin embargo, cuando fue Lydiani siquiera había dudado

¿Realmente no sientes nada romántico por Inés?La pregunta salió casi en un susurro, como si temiera la respuesta

No.La respuesta de Dante fue inmediata, cortante como el filo de una navaja

EntoncesLiam se inclinó hacia adelante, el cuero crujiendo bajo su peso, ¿por qué la tratas como a una princesa? No me digas que es solo por Leopoldo.” 

Los ojos de Dante brillaron peligrosamente en la penumbra. ¿Y si así fuera?” 

La verdad era más simple y compleja a la vez. Si Inés hubiera sido solo otra mujer en su vida jamás habría ocupado un lugar especial. Pero Leopoldo había muerto por él, sacrificándose en un acto de lealtad absoluta. En sus últimos momentos, con la vida escapándosele entre los dedos, le había rogado que cuidara de su única hermana. Y Dante había hecho una promesa

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Capitulo 94 

Su trato hacia Inés no era más que el cumplimiento de esa responsabilidad. La protegía, la cuidaba, la mimaba inclusopero todo nacía del deber, no del amor

Liam sacudió la cabeza, maravillado ante este nuevo entendimiento de su amigo. El sentido del honor de Dante era más profundo de lo que cualquiera había imaginado. Viéndolo en retrospectiva, era evidente: sus atenciones hacia Inés siempre habían sido las de un guardián, nunca las de un amante

EntoncesLiam eligió cuidadosamente sus palabras, ¿amas a Lydia?” 

El silencio que siguió fue ensordecedor. Dante cerró los ojos, perdido en sus recuerdos

¿La amaba

Siete añosSiete años habían compartido bajo el mismo techo, aunque sería más preciso decir que Lydia había orbitado en su universo durante siete años. Al principio, ni siquiera la había notado realmente. Era una presencia periférica, apenas un pensamiento fugaz en sus días ocupados

Pero Lydiaella había sabido cómo infiltrarse en su vida con la persistencia suave de la lluvia que erosiona la roca. En aquellos primeros días, él había atribuido sus atenciones a la soledad, a la necesidad de pertenecer. Él apenas estaba en casa, consumido por el imperio que construía, y cuando regresaba exhausto, encontraba sopas calientes y preocupación genuina esperándolo

Lo había aceptado todo con la indiferencia de quien acepta que el sol salga cada mañana

Cuando ella cumplió dieciocho y confesó sus sentimientos, él la había rechazado sin dudarlo. La había evitado después, convencido de que en su vida perfectamente ordenada no había espacio para complicaciones emocionales

El verdadero cambio había llegado una noche de fiesta, cuando su úlcera lo había derribado como un enemigo traicionero. La villa estaba vacía, los empleados celebrando con sus familias, y él se había encontrado solo, doblado de dolor en su estudio, el sabor metálico de la bilis en su garganta

Si Lydia no lo hubiera encontrado… 

Ella había actuado con una competencia que contradecía su juventud. Sus manos pequeñas pero firmes marcando el número de Mateo, su voz clara explicando los síntomas, siguiendo instrucciones con precisión militar, Lo había ayudado a recostarse, había encontrado los medicamentos, había preparado una infusión según las indicaciones del médico

El alivio había llegado gradualmente, pero con él había llegado algo más: una grieta en su armadura de hielo

Porque en los momentos de vulnerabilidad, cuando las máscaras caen y las defensas se desmoronan, hasta el más fuerte necesita sentir el calor de otra alma. Ni siquiera el poderoso Dante Márquez era inmune a esa verdad fundamental

Esa noche había comenzado a ver a Lydia con otros ojos. Ya no era la niña que su abuelo había 

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acogido, sino una mujer que irradiaba una fortaleza serena. Después de ese incidente, ella había redoblado sus atenciones hacia su salud, preparando tés digestivos, asegurándose de que comiera a sus horas, esperando su regreso cada noche con una paciencia que rayaba en la devoción

Como una esposa… 

El pensamiento lo golpeó con la fuerza de una revelación. Tal vez por eso había saltado sin pensar. Porque en algún momento, sin que él mismo lo notara, Lydia había dejado de ser una responsabilidad para convertirse en algo más. Algo que ni siquiera ahora, con el alcohol nublando sus defensas, se atrevía a nombrar

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