Capítulo 62
Los recuerdos afloraron en la mente de Lydia como burbujas subiendo a la superficie de un estanque oscuro. Se vio a sí misma con dieciséis años, una niña todavía, escapando de una fiesta en la villa Márquez hacia la soledad del jardín trasero. Fue allí donde los vio: Rafael y Leopoldo fundidos en un abrazo que, en su inocencia de entonces, atribuyó al exceso de alcohol.
Con la delicadeza propia de su edad, se había alejado en silencio, sin dar mayor importancia a la escena. Solo más tarde supo quiénes eran: Rafael, el médico personal de confianza de Dante, y Leopoldo, su compañero universitario y asistente. Cuando Leopoldo falleció en aquel accidente, Lydia aún era demasiado ingenua para conectar las piezas, para entender la verdadera naturaleza de aquella relación.
Pero ahora, las palabras de Rafael sobre Leopoldo habían traído un nuevo matiz a sus recuerdos. Ese sollozo apenas contenido, ese rencor latente en su voz… Todo cobraba un nuevo significado bajo la luz de la comprensión tardía.
Su prueba improvisada había confirmado sus sospechas. La reacción de Rafael había sido más reveladora que cualquier confesión.
“¡Qué interesante!“, pensó mientras se alejaba, una sonrisa enigmática jugando en sus labios. El sonido de una mesa volcándose en el salón privado tras su partida solo confirmó que había tocado una fibra sensible. “¿Así que eso te rompió? ¡Qué frágil eres, corazón!”
La lluvia afuera había cesado tan repentinamente como había comenzado, como si el cielo mismo hubiera sido cómplice en el drama de Inés.
En el hospital, la escena se desarrollaba como una obra bien ensayada. Inés, genuinamente frágil esta vez, ardía en fiebre mientras Rafael se movía con eficiencia profesional, recetando medicamentos, administrando sueros, cambiando su ropa empapada. Durante todo el proceso, ella se aferraba a la mano de Dante como un náufrago a su salvavidas.
“Dante… no te vayas…”
“No me expulses… sé que me equivoqué…”
“Dante…”
Sus delirios febriles resonaban con un terror genuino, una inseguridad que ni siquiera la inconsciencia podía ocultar.
Dante observaba todo con un desdén que nunca se había permitido mostrar. El almuerzo arruinado con Lydia hoy era solo el último ejemplo de un patrón que ahora veía con claridad cristalina. ¿Cuántas veces Inés había aparecido “casualmente” durante sus momentos con Lydia? ¿Cuántas veces había abandonado a Lydia por atender las crisis de Inés?
La imagen de Lydia observándolo partir a través del ventanal del restaurante lo perseguía, Su
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Capitulo 62
serenidad, esa calma que ahora reconocía como resignación, era un testimonio silencioso de cuántas veces había vivido esa misma escena.
“Dante,” la voz de Rafael cortó sus reflexiones mientras arropaba a Inés, “está emocionalmente inestable, no puedes provocarla más. Viste lo que pasó hoy, ¿realmente quieres ser
responsable de su muerte?”
Dante levantó la vista, sus ojos convertidos en glaciares. “Según tú, ¿fui yo quien la mandó a la
lluvia?”
La pregunta flotó en el aire como un desafío, cargada con el peso de años de manipulación que apenas comenzaba a reconocer. El velo se estaba cayendo de sus ojos, y la vista detrás no era agradable.
En la habitación del hospital, mientras Inés dormía su fiebre y Rafael mantenía su vigilia profesional, algo fundamental estaba cambiando. La devoción nacida de la culpa por la muerte de Leopoldo comenzaba a agrietarse, dejando entrever una verdad que todos habían estado evitando durante años.
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