Capítulo 54
Una lágrima solitaria rodó por la mejilla de Lydia, brillando como un cristal roto en la penumbra de la habitación. El tiempo parecía haberse detenido, congelado en un momento de horror que marcaría para siempre la línea entre el antes y el después.
Dante, al ver esa gota de dolor cristalizado, sintió que algo en su interior se removía. Un destello de lucidez atravesó la niebla roja de su ira, permitiéndole ver por un instante el monstruo en que se había convertido. Con dedos temblorosos, secó las lágrimas de Lydia, como si ese gesto pudiera borrar la violencia de sus acciones.
“No llores“, susurró con voz ronca, una súplica que sonaba a orden.
¿Cómo podría no llorar? El pensamiento resonaba en la mente de Lydia como un grito silencioso. Las lágrimas no eran solo de miedo o dolor físico; eran el llanto por la muerte definitiva de cualquier resto de amor que pudiera haber sobrevivido entre ellos. Antes habían sido novios, prometidos, una pareja que compartía intimidad por decisión mutua. Pero esto… esto era diferente. Era una violación de su voluntad, de su cuerpo, de su confianza.
La mirada que Lydia le dirigió estaba cargada de un odio tan puro que hizo que Dante retrocediera internamente. Por un momento, cubrió los ojos de ella, incapaz de enfrentar el desprecio que veía en ellos.
“No tengas miedo“, susurró en su oído, como si sus palabras pudieran suavizar la brutalidad de sus acciones. “Esta vez seré gentil…”
En la mente de Dante, los recuerdos se mezclaban con la realidad presente. Recordaba cómo había estructurado su intimidad en un calendario rígido: el primero y el quince de cada mes, sin excepciones. Nadie sabía que esos días apartaba todo su trabajo, esclavo de su propia incapacidad para expresar deseo o emoción. Su naturaleza reservada se había convertido en una prisión autoimpuesta.
El cuerpo de Lydia siempre lo había enloquecido, despertando en él un deseo que lo consumía día tras día. Pero su incapacidad para expresar emociones, sumada a la aparente falta de entusiasmo de ella, lo había llevado a crear ese sistema rígido de fechas. La menstruación de Lydia, puntual como un reloj alrededor del día quince, reducía aún más sus encuentros a apenas una vez al mes. La frustración lo carcomía por dentro, pero siendo un hombre de palabra, se obligaba a mantener ese calendario autoimpuesto.
Se torturaba con el deseo, reprimiéndose constantemente, convirtiendo su anhelo en una obsesión silenciosa que ahora estallaba de la peor manera posible. En su mente distorsionada, se repetía que Lydia era suya, que no necesitaba contenerse más, que nadie podía detenerlo.
Las horas se deslizaron como una pesadilla interminable. Por primera vez desde que estaban juntos, Dante dejó que su deseo reprimido tomara el control, sin importarle el daño que causaba.
Al amanecer, cuando el primer rayo de sol se filtró por la ventana, Lydia apenas podía mantener
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Capitulo 54
los ojos abiertos, su cuerpo y alma exhaustos más allá de las lágrimas. Justo antes de que la inconsciencia la reclamara, escuchó la voz de Dante, más suave que nunca, susurrando en su oído: “Lo siento por lo de la fiesta de compromiso.” Una pausa, y luego: “Te haré una fiesta de compromiso más grande, me casaré contigo.”
Una sonrisa amarga, casi delirante, se dibujó en los labios de Lydia mientras la oscuridad la envolvía. En su mente, un pensamiento cristalino brillaba con la fuerza de una promesa:
No, ella no se casaría con él.
¡Nunca!
La palabra resonaba en su consciencia como un juramento sagrado, mientras el sueño la arrastraba hacia su oscuro abrazo. Era una promesa hecha no solo a sí misma, sino a la mujer que había sido y a la que necesitaba convertirse para sobrevivir. Lo que Dante había hecho esa noche no solo había destruido cualquier posibilidad de reconciliación; había sellado su destino como enemigos eternos.
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