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Capítulo 53
Los ojos de Dante, negros como pozos sin fondo, reflejaban una ira que amenazaba con consumirlo todo. “¡¿De qué sirve tu celular si no contestas llamadas ni respondes mensajes?!” Su voz retumbó en la quietud de la noche como un trueno amenazante.
Lydia lo observaba con una sonrisa gélida, sus ojos brillando con una mezcla de desprecio y determinación. “¿No puedes con el enojo? Antes, cuando no contestabas mis llamadas ni respondías mis mensajes era algo de todos los días. ¿Qué pasa? ¿Si yo te lo hago a ti ya no aguantas?” Su voz se elevó, cargada de años de resentimiento contenido. “¡Y déjame decirte claro y directo: no es que no conteste el teléfono o no responda mensajes. Simplemente no contesto TUS llamadas ni respondo TUS mensajes!”
En su interior, Lydia sentía un torbellino de emociones. Solo quería cortar por lo sano con Dante, que él pudiera procesar su rencor y seguir adelante con Inés, sin interferir en su propia búsqueda de felicidad. Pero la reacción de Dante demostró que la separación no sería tan simple como ella esperaba.
Los ojos de Dante se inyectaron de furia, su rostro transformándose en una máscara de ira descontrolada. “¿Ah sí? ¿Quieres romper y andar con otros? ¡Lydia, sigue soñando! ¡Toda tu vida olvídate de dejarme!”
Lo que siguió fue un borrón de movimiento y violencia. Antes de que Lydia pudiera reaccionar, Dante la había levantado en vilo, subiendo las escaleras con pasos furiosos. La sensación de impotencia y rabia la consumió mientras intentaba liberarse, golpeando y forcejeando contra su agarre.
“¡Dante, estás loco, bájame ya!” Sus gritos resonaban por la casa, mezclándose con el sonido de la lucha.
Desde la cocina, Josefina observaba la escena paralizada, incapaz de intervenir. En sus siete años trabajando en la casa, jamás había presenciado algo similar. ¿Cómo habían llegado a este punto? La Lydia que siempre cedía, que usaba su dulzura para calmar las tormentas de Dante, había sido reemplazada por una mujer que ya no estaba dispuesta a someterse. Y Dante, el hombre que siempre mantenía una fachada de control perfecto, se había convertido en una fuerza de la naturaleza incontrolable.
El conflicto que siempre había estado latente finalmente había estallado, y nadie parecía capaz de contener sus consecuencias.
Dante arrojó a Lydia sobre la cama con una fuerza que hablaba de su furia ciega. Antes de que ella pudiera recuperar el aliento, él ya estaba sobre ella, su peso inmovilizándola contra el colchón. El pánico comenzó a crecer en el pecho de Lydia cuando comprendió las intenciones de Dante, pero antes de que pudiera gritar, él había cubierto su boca con un pañuelo que olía intensamente a pino.
La realización la golpeó como un puño helado: lo había planeado. El pañuelo preparado de antemano era evidencia de premeditación. La rabia y el miedo se mezclaron en su interior mientras luchaba ferozmente contra su agarre, intentando liberarse con toda la fuerza que
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poseía.
Las lágrimas de frustración y furia comenzaron a acumularse en sus ojos mientras un pensamiento resonaba en su mente con claridad cristalina: “¡Esto es un crimen!” La palabra hacía eco en su consciencia, recordándole que lo que estaba sucediendo iba más allá de una simple disputa de pareja. Era un acto de violencia, una demostración de poder que cruzaba
todas las líneas.
En ese momento, Lydia comprendió con dolorosa claridad que el hombre sobre ella ya no era el Dante Márquez que alguna vez había amado. Se había convertido en algo más oscuro, más peligroso, y ella necesitaba encontrar una manera de escapar.
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