Capítulo 40
Lydia tuvo que hacer un esfuerzo consciente para mantener su expresión neutral. Dante siempre había sido la personificación de la elegancia aristocrática, cada gesto, cada palabra medida con la precisión de un relojero suizo. Escucharlo mencionar algo tan mundano como ‘sin ropa” era como oír a un cardenal contando chistes verdes.
“Si tanto insistes en perder tu tiempo, adelante,” respondió con un encogimiento de hombros estudiadamente casual. Al fin y al cabo, el tiempo que desperdiciara ya no era problema suyo.
Yerin Choi ya los esperaba en la entrada de la sala VIP. A sus treinta años recién cumplidos, era un testimonio viviente de su profesión: su piel resplandecía con esa luminosidad que solo los mejores tratamientos pueden lograr, y aunque un ojo entrenado podía detectar los sutiles toques del bisturí, el resultado era innegablemente deslumbrante.
La admiración en los ojos de Yerin al ver a Lydia era algo a lo que esta última nunca terminaba de acostumbrarse. Para alguien que había visto desfilar por su consultorio a las mujeres más hermosas de la alta sociedad, su fascinación por Lydia rayaba en lo profesional: esos ojos grandes que brillaban como estrellas líquidas, esa piel que hacía parecer vulgar al alabastro más fino, esos rasgos que ningún cirujano, por hábil que fuera, podría replicar. Para Yerin, Lydia era la prueba viviente de que la naturaleza, cuando quería, superaba cualquier intento humano de perfección.
Cuando Dante hizo ademán de seguirlas dentro de la sala de tratamiento, Lydia se detuvo en seco. Una cosa era que la acompañara, y otra muy distinta permitirle presenciar un procedimiento que requería desnudarse. Relación terminada significaba precisamente eso:
terminada.
Le extendió su bolso y celular con un gesto firme. “Espera afuera.”
La puerta se cerró tras ella con un clic definitivo.
Dante no protestó. En el fondo, agradecia la exclusión. No se sentía capaz de enfrentar esa cicatriz en la espalda de Lydia, ese recordatorio permanente de cómo ella había estado dispuesta a dar su vida por él.
Se acomodo en uno de los sillones de la sala de espera, permitiendo que el silencio lo envolviera, El tiempo parecia arrastrarse con una lentitud exasperante, hasta que el celular de Lydia comenzó a vibrar insistentemente con notificaciones de WhatsApp.
Casi sin pensarlo, sus dedos se movieron sobre la pantalla, desbloqueándola. Lo que encontró hizo que su rostro, normalmente impasible, se transformara en una máscara de furia helada.
[Gustavo: Eres una vibora, Lydia. Seguro fuiste tú quien le metió ideas al presidente para que me despidiera. ¿Qué tan bajo puedes caer?]
l¿Te has visto en un espejo? ¿Cómo te atreves siquiera a soñar con casarte con el presidente Márquez? Eres como una cucaracha queriendo meterse a un restaurante de lujo.]
¿Dolió cuando te dejaron plantada en tu propia fiesta de compromiso? Debe haber sido
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Capitulo 40
humillante…]
[Es obvio que no le importas nada al presidente. ¿Por qué sigues arrastrándote así?]
[¿No tienes ni una pizca de dignidad? Si yo fuera tú, me habría muerto de vergüenza.]
l¿Qué importa si me despidieron? ¿Crees que eso cambia algo? ¿De verdad piensas que el presidente siente algo por ti?]
[Lo patético es no saber cuál es tu lugar.]
[Una arrastrada como tú ni siquiera merece que el presidente la mire.]
[¡Muérete, maldita!]
[¡MUÉRETE! ¡MUÉRETE! ¡MUÉRETE!]
Dante permaneció inmóvil en su asiento, su rostro convertido en una máscara de hielo mientras las palabras venenosas de Gustavo seguían apareciendo en la pantalla como gotas de ácido. Al revisar los mensajes anteriores, encontró más de lo mismo: un torrente de provocaciones apenas menos virulentas, pero igual de ponzoñosas.
La temperatura en la sala de espera pareció descender varios grados mientras Dante procesaba lo que acababa de descubrir. Su expresión, aunque aparentemente serena, ocultaba una tormenta de furia que prometía consecuencias devastadoras.