Capítulo 32
El rostro de Marisol perdió todo color, como si le hubieran arrancado la máscara de dignidad de un solo tirón. Sus ojos, desorbitados por la indignación, se clavaron en su hijo.
“¿Me estás diciendo que prefieres mandar a tu propia madre de regreso a Villa Nueva por esta… por Lydia?” Su voz temblaba entre la incredulidad y la furia. “¡Te has vuelto completamente loco!”
Una sombra de fastidio cruzó el rostro aristocrático de Dante. Sus facciones, talladas en mármol frío, apenas se alteraron, pero su voz adquirió un filo cortante.
“Si no te retiras en este momento, ordenaré que preparen el jet para llevarte a Villa Nueva esta misma tarde.” Cada palabra caía como una sentencia definitiva.
La furia de Marisol se disolvió en impotencia. Conocía demasiado bien a su hijo; ese hombre que no se doblegaba ante nadie, ni siquiera ante los lazos de sangre. No era una amenaza vacía, realmente la mandaría de regreso a ese pueblo que tanto despreciaba.
Lanzó una última mirada cargada de veneno hacia Lydia antes de girar sobre sus tacones de diseñador y desaparecer por el pasillo.
Años atrás, Lydia habría corrido tras ella, intentando suavizar las cosas entre madre e hijo. Pero ahora… ¿Para qué meterme?, pensó. Sus dramas familiares ya no son mi problema.
Aprovechando el momento de tensión, Lydia intentó escabullirse. No había dado ni dos pasos cuando los dedos de Dante se cerraron alrededor de su muñeca como un grillete de hierro forjado.
Ella volteó a verlo, arqueando una ceja con estudiada indiferencia. “¿Y ahora qué?”
Los ojos de Dante la atravesaron como dagas de hielo, conteniendo algo que ella no alcanzaba, o no quería descifrar.
“Vas a acompañarme a la empresa.” No era una petición.
La sorpresa golpeó a Lydia como una ola inesperada. Tiempo atrás, solía visitarlo en la oficina, llevándole comida como la novia perfecta que intentaba ser. Hasta que un día, un encuentro particularmente desagradable con Inés había terminado con Dante prohibiéndole poner un pie en el edificio.
“Ni de broma,” respondió, girándose para marcharse.
Pero el agarre de Dante se intensificó, y antes de que pudiera protestar, la arrastraba escaleras abajo. “No estoy pidiendo tu opinión.”
Lydia forcejeó unos momentos antes de rendirse ante lo inevitable. “¡Ya, está bien! Pero mínimo déjame cambiarme, ¿no? ¿O quieres que me presente en la oficina en pijama?”
Dante pareció notar por primera vez su atuendo informal y aflojó su agarre. “Cámbiate. Te espero abajo.”
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Capitulo 32
Con un gesto de desdén que ocultaba una sonrisa interior, Lydia subió a su habitación. En el fondo, no le molestaba tanto tener que cambiarse.
Una vez en su cuarto, mientras se vestía, un plan comenzó a formarse en su mente. Con movimientos calculados, sacó su celular y abrió Instagram. Configuró cuidadosamente la privacidad para que solo Inés pudiera ver la publicación.
“¡Súper emocionada! Dante me invitó a pasar el día en su oficina. #LoveMyLife #WorkDate”
Adjuntó una selfi donde su sonrisa brillaba con malicia apenas contenida. Sabía que Inés, con su obsesión enfermiza por Dante, no podría resistirse a morder el anzuelo.
Si tanto quiere que lo acompañe, pensó mientras se aplicaba un último toque de labial, le daré algo de qué preocuparse. En el fondo, sabía que esta repentina insistencia de Dante nacía del orgullo herido. Después de años de tenerla girando a su alrededor como un satélite fiel, la idea de perderla era un golpe a su ego que no podía procesar.
Pues que se vaya acostumbrando. Si algo detestaba Dante más que nada en el mundo, eran los escándalos. Y un encontronazo con Inés era garantía de drama. Un par de escenas más, y estaría rogándole que se mantuviera lejos.
El edificio de AVE Global se alzaba imponente contra el cielo de Nueva Castilla, sus 58 pisos de cristal y acero reflejando el sol de la mañana. El último piso era el reino personal de Dante: oficinas ejecutivas, sala de descanso, gimnasio privado… todo dispuesto como un nido de águila desde donde controlaba su imperio.
Al llegar al piso 58, el personal de recepción, tres mujeres y un hombre impecablemente vestidos, se puso de pie como si los hubiera atravesado una corriente eléctrica.
“Buenos días, señor presidente.” El coro de saludos resonó con precisión militar.
Sus ojos, sin embargo, se desviaron hacia Lydia con una mezcla de sorpresa y curiosidad mal disimulada, Las miradas furtivas entre ellos prácticamente gritaban la pregunta que ninguno se atrevía a formular: ¿Qué hacía la novia del señor presidente de vuelta en la oficina?