Capítulo 22
El día había sido agotador, y la sola idea de regresar a casa para enfrentar a una Lydia que parecía estar cubierta de espinas le provocaba a Dante una migraña punzante. Casi por inercia, abrió el chat con ella – una historia interminable de mensajes, mayormente de ella, con sus escasas respuestas flotando como islas diminutas en un océano de texto.
Un mensaje en particular captó su atención: “Acaban de abrir un restaurante nuevo de cortes finos que dicen está increíble. ¿Te gustaría ir a probarlo conmigo?” Enviado hace tres meses, el mensaje aún sin respuesta. ¿Había estado demasiado ocupado? ¿O simplemente no le había importado? Ya ni siquiera recordaba la razón.
Ahora, con el desastre del compromiso pesando sobre sus hombros, reconocía que se había excedido. En un intento por tender un puente sobre el abismo que se había abierto entre ellos, instruyó a su asistente para hacer una reservación.
Estaba a punto de salir de la oficina cuando su celular vibró. El nombre de Inés en la pantalla le arrancó un ceño fruncido antes de contestar.
“¡Dante!” La voz de Inés temblaba de terror. “¡Está aquí! ¡Lo vi! ¡Está abajo del edificio mirándome! ¡Va a matarme! ¡Dante, por favor, sálvame!”
Un estruendo seguido de gritos desesperados al otro lado de la línea lo puso en movimiento inmediato. “Gustavo, a los Apartamentos Las Palmeras,” ordenó con voz cortante.
Desde el interior del Maybach negro, tecleó rápidamente un mensaje para Lydia: “Lo siento, surgió algo urgente. Empieza sin mí.”
En el restaurante Pretty, Silvia y Lydia observaron el mensaje. Mientras Lydia esbozaba una sonrisa que bailaba entre la ironía y la satisfacción, Silvia explotó en indignación pura.
“¡No puede ser! ¿En serio puede ser tan desgraciado?”
La jugada de Lydia había sido perfecta: su historia de Instagram, visible solo para Inés, había actuado como un gatillo preciso. La cancelación inmediata de Dante era tan predecible que
resultaba casi cómica.
Era el patrón de siempre: ante cualquier drama de Inés, Lydia quedaba relegada a un segundo plano. Lo que antes le provocaba un dolor agudo ahora se había convertido en su arma más efectiva para liberarse de Dante.
La reacción de Silvia era comprensible. Desconocía la mayor parte de los desplantes de Dante; Lydia siempre había protegido su imagen, guardándose las humillaciones para sí misma. Para Silvia, Dante solo había sido un novio desatento, pero esto…
“¡Mi niña!” Silvia rodeó a Lydia con un abrazo protector, sus puños apretados de coraje. “No te agüites. Esta noche nos vamos de cacería. ¡Llamamos a diez chavos guapos y seguro que entre todos hay uno que te va a gustar! ¡Que se vaya mucho a la fregada ese patán de Dante!”
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