Capítulo 137
“Amigo, aunque la encuentres, ¡no se lo digas!” La voz de Mateo llevaba un tono de urgencia poco característico. “Deja que esa chica tenga una salida.”
Sergio se pasó la mano por la frente, el gesto revelando el peso de su dilema. El sudor frío que perlaba su frente hablaba de un miedo más profundo que la simple preocupación laboral.
“Amigo, si no encontramos a alguien pronto, el que no tendrá salida seré yo.” Su voz temblaba ligeramente mientras continuaba. “No tienes idea de lo peligroso que puede ser tu primo, jahora se ve demasiado, demasiado tranquilo! Pero deberías saber que cuanto más tranquilo está, ¡más grande es el problema!”
Después de una década en AVE Global, Sergio había aprendido a leer las señales. Como principal abogado de Dante, conocía los matices de su temperamento mejor que la mayoría. Esta vez, sin embargo, era diferente. La tranquilidad de Dante no era su habitual frialdad calculada – era la calma que precede a una tormenta devastadora.
A través de los años de intercambiar información con Mateo, Sergio había sido testigo privilegiado de la evolución de la relación entre Dante y Lydia. Como observador imparcial, nunca había logrado discernir una profundidad real en los sentimientos de Dante hacia ella. Solo había visto indiferencia y descuido.
Por eso le resultaba incomprensible esta búsqueda obsesiva. Si Lydia realmente le importaba tan poco, ¿por qué tanto empeño en encontrarla?
Después de darle vueltas al asunto, Sergio solo pudo llegar a una conclusión: era una cuestión de orgullo herido. Lydia no solo lo había abandonado – se había ido con otro hombre. Para alguien del calibre de Dante Márquez, tal afrenta exigía retribución.
“Te llevabas bien con Lydia, ¿no puedes contactarla?” preguntó Sergio, buscando cualquier posible conexión.
El silencio de Mateo fue revelador. “¿Qué relación podría tener yo con Lydia? Si ella dejó a Dante, ¿cómo me iba a hacer caso a mí?”
Lo que Mateo no mencionó fueron los numerosos mensajes que había enviado, todos criticando duramente a Dante, todos sin respuesta. La determinación de Lydia de cortar todo
vínculo con el mundo de Dante era absoluta.
“¿Acaso en todo Nueva Castilla no hay nadie que sepa a dónde fue Lydia?” La desesperación en la voz de Sergio era palpable.
El silencio de Mateo ocultaba un nombre que ambos conocían: Silvia.
Mientras tanto, Silvia disfrutaba de una tarde de placidez en su casa, inmersa en videojuegos bajo el aire acondicionado, saboreando frutas importadas en un momento de indulgente tranquilidad. Su paz fue brutalmente interrumpida por un alboroto en la entrada,
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Capítulo 137
“Señor Márquez, usted no puede entrar.” “Ustedes no pueden entrar, ¿qué están haciendo? Están invadiendo una propiedad privada.”
Las voces alarmadas del personal de seguridad precedieron la entrada de Dante, su figura imponente flanqueada por seis guardaespaldas de proporciones intimidantes. Su rostro, normalmente el epitome de la compostura aristocrática, mostraba una frialdad que rozaba lo
sobrenatural.
Se plantó frente a Silvia como una estatua de hielo viviente. “Dime, ¿dónde está Lydia?” La pregunta sonó más como una amenaza que como una consulta.
La sorpresa inicial de Silvia dio paso rápidamente a la indignación. “¡No preguntes! ¡No tengo ni idea!”
Los ojos de Dante, oscuros como pozos sin fondo, brillaban con una locura febril que transformaba su habitual elegancia en algo primitivo y peligroso. “Te daré otra oportunidad, ¿me lo dirás o no?”
El instinto de supervivencia de Silvia la hizo retroceder. El Dante que tenía frente a ella no era el empresario calculador que conocía – era una criatura salvaje consumida por una obsesión enfermiza. Sus ojos inyectados en sangre y su mirada depredadora lo hacían parecer más un demonio que un hombre.
Su intento de fuga fue tan fútil como predecible. En el momento en que giró hacia las escaleras, los guardaespaldas se movieron con eficiencia profesional, atrapándola como si fuera una criminal y arrastrándola de vuelta ante Dante. Su fragilidad física contrastaba dramáticamente con la fuerza bruta de sus captores, convirtiendo lo que debería ser su santuario en una prisión improvisada.
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