Capítulo 323
Raquel metió rápidamente sus manitas, con las que acababa de jugar en la nieve, dentro de las mangas de su abrigo.
–Raquel, yo…
En ese momento, Santiago regresó con un par de guantes afelpados en la mano.
Temía que Raquel tuviera frío en las manos, así que había vuelto al hotel a comprarle unos guantes, pero justo cuando regresaba, vio a Alberto.
Alberto ya se había acercado a Raquel; los dos estaban parados bajo un paraguas negro.
Los ojos de Santiago reflejaron una leve decepción. Al parecer, los guantes habían llegado tarde y ya no serían necesarios.
Santiago se acercó. -Alberto, ¿qué haces aquí?
Santiago también se había graduado de la Universidad de Harvard, pero incluso así, frente al auténtico hijo predilecto del destino, Alberto, seguía sintiéndose un poco por debajo.
En ese momento, todos se acercaron. -Alberto, ¿no habías dicho que no vendrías? ¿Cómo es que apareciste de repente?
Todos estaban intrigados por la llegada inesperada de Alberto.
Alberto los miró y, con voz grave, respondió: -Vine por un viaje de negocios y aproveché para pasar a saludarlos.
Los ojos puros y brillantes de Raquel lo miraron. ¿Un viaje de negocios a Villa Santarena?
¿Tan casualmente?
–
-Alberto, ya que estás aquí, quédate y diviértete con nosotros le dijeron con entusiasmo.
Alberto dirigió una mirada a Raquel y luego asintió. -Está bien.
Todos se alegraron. Alguien propuso: -¿Vamos a comer carne asada esta noche?
-Un día nevado con carne asada es la combinación perfecta.
-¡Esta noche le toca invitar a Alberto!
Donde estuviera Alberto, casi siempre era él quien pagaba la cuenta. Alberto no se opuso. —De
acuerdo.
Todos fueron a un restaurante de parrilladas y eligieron una mesa junto a la ventana. Varias chicas mayores tomaron a Raquel del brazo. —Raquel, ven, siéntate aquí con nosotras.
Captulo 323
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Todos querían a Raquel y la trataban como a una hermanita.
Raquel se sentó, y en ese momento, Santiago intentó sentarse a su lado.
Por edad, Raquel y Santiago eran los más jóvenes del grupo; era natural que se sentaran juntos.
Pero entonces la voz grave y magnética de Alberto sonó de pronto: -Santiago, ven, siéntate aquí a mi lado.
Alberto ya estaba sentado en la cabecera de la mesa redonda y, de repente, nombró a Santiago para que se sentara con él.
Todos rieron. -Santiago, vamos, siéntate junto a Alberto.
-De todos los más jóvenes, tú eres el que más se parece a él.
Santiago tenía un expediente impecable y, a su corta edad, ya era CEO de una empresa que cotizaba en bolsa, una estrella del mundo digital. Tenía ese aire de Alberto, y a veces bromeaban diciendo que se parecía mucho a él.
Santiago quería aprovechar la ocasión para acercarse más a Raquel, pero como Alberto lo había llamado directamente, no tuvo más remedio que levantarse y sentarse junto a él.
Santiago sonrió. -Me falta mucho para estar a la altura de Alberto, pero lo tengo como meta.
Muy pronto sirvieron la carne. El pollo asado y la carne de res a la parrilla se veían deliciosos. Afuera seguía nevando, y el vapor de la comida sobre la mesa creaba una atmósfera cálida y acogedora.
Alberto levantó la mirada y observó a Raquel, que estaba sentada enfrente con varias chicas. A ella le gustaba la carne de res a la parrilla, y esta estaba bastante picante. Su carita blanca se había sonrojado por el picante, y sus labios pequeños lucían de un rojo brillante.
La mirada de Santiago permanecía fija en Raquel. -Raquel, ¿te gusta lo picante?
Raquel asintió. —Sí.
Las cejas bien definidas de Alberto se fruncieron ligeramente. Él recordaba que a ella no le gustaba lo picante.
¿Ahora sus gustos habían cambiado?