Capítulo 4
Después del incidente en que Rosario encontró a Alfredo en una situación comprometedora con Karla, ella desapareció, lloró y exigió que él se hiciera responsable por Karla.
Alfredo no queria perder a su verdadero amor, así que juró que no había tenido relaciones con Karla.-
Sin embargo, la verdad era que ni Alfredo recordaba claramente si había ocurrido algo entre él y Karla.
En esos dias, habia hecho todo lo posible por evitar encontrarse con Karla, temía que ella le dijera a Rosario lo que había pasado aquella noche.
Al ver que Rosario no llevaba abrigo, Alfredo frunció el ceño y, mientras la reprendía en voz baja, le puso un abrigo delgado sobre los hombros y, aprovechando la ocasión, la abrazó apresuradamente para entrar: “Vamos… ¡Entremos!“.
“¡Yo no entraré! Mañana hay un evento en Verdeamar, y voy a salir ahora para el aeropuerto para poder regresar sólo mañana por la noche“. Rosario se liberó del abrazo de Alfredo, lo miró sonrientemente y dijo, “Sólo vine a darte tu regalo de cumpleaños, ¡feliz cumpleaños! ¡Diviértanse!“.
“Hoy es mi cumpleaños, ¡sólo pasa una vez al año! ¿Qué tal si te llevo mañana por la mañana? Hoy tengo algo muy importante que hacer, ¿por favor? Te juro que hoy no hay otra persona, şólo gente de confianza“.
Alfredo no tomó el regalo que Rosario le extendió, sólo agarró la muñeca de Rosario y suplicó con el ceño fruncido y una actitud completamente diferente a su habitual desenfado, parecía un perro grande y pegajoso.
Karla entendió a quién se refería con “otra persona“.
Ella ajustó su bufanda para cubrir su rostro y, con las manos en los bolsillos de su chaqueta de plumas, bajó la vista y se dirigió hacia abajo por las escaleras.
Rosario observó la figura de Karla y consoló a Alfredo con voz suave: “Sé lo que quieres hacer hoy, ¡todos me lo han dicho! Lo siento, Alfredo, aún no puedo aceptarlo. Dije que… sólo si recuperas tu memoria y aún me eliges, entonces podré estar contigo sin remordimientos. No quiero que, después de que nos casemos, comiences a recordar tus sentimientos por Karla y me culpes“.
Ese día Alfredo iba a proponerle matrimonio a Rosario, y algunos amigos le habían contado el plan a Rosario.
“¿Karla te ha estado diciendo tonterías?“. Alfredo se enfureció, las venas de su frente se hincharon y, sin esperar una explicación de Rosario, corrió tras Karla, la agarró del brazo y, con un asco y odio palpables, la empujó violentamente, “¿Qué tonterías le has estado diciendo a Rosario?! ¡Karla, qué asco das, qué descarada eres!“.
“¡Karla!“. Abel exclamó.
El empujón de Alfredo fue sin piedad, la delgada y frágil Karla tropezó y cayó en la decoración acuática de la entrada del bar. Cuando el agua fría del invierno la envolvió ese instante, un dolor agudo le golpeó la frente.
“¡Karla!“.
Rosario y Abel se apresuraron a ayudarla a salir del agua.
“¡Alfredo! ¿Qué estás haciendo?“. Rosario sostuvo a Karla con fuerza y le gritó a Alfredo.
Karla seguía en el agua fría, con un zumbido en la cabeza y la sangre goteando por sus pestañas.
“¡Alfredo, estás loco!“. Abel intentó ayudar a Karla a levantarse, “¡Voy a llevar a Karla al hospital ahora mismo!“.
Abel sacó a Karla del agua, que estaba aturdida y con la mirada vacía. Levantó la mano y tocó la sangre espesa en su párpado, como si aún estuviera procesando lo que acababa de pasar y como si fuera de madera..
Alfredo tampoco esperaba que su empujón dejara a Karla herida y sangrando, pero aun así su mirada hacia ella se llenó de más repugnancia: “¿Por qué no te has muerto? Si hubieras muerto… podría ser condenado a muerte y no tendría que volver a ver esa cara asquerosa tuya“,