Capítulo 38
-Ya, tranquila. Todo saldrá bien.
Después de charlar sobre asuntos cotidianos, finalizaron la llamada.
El estudio de Sedas de los Andes se encontraba a poca distancia, permitiendo que Aitana llegara con rapidez. Al atravesar el sereno bosque de bambú, se detuvo frente a la entrada de la villa. Le sorprendió notar varios vehículos estacionados frente a la propiedad vecina, mientras un grupo de personas transportaba muebles entrando y saliendo constantemente.
“¿Alguien estará mudándose a ese lugar tan apartado?“, se preguntó Aitana, observando el movimiento con curiosidad.
En ese preciso instante, una joven que supervisaba la mudanza la divisó y, reconociéndola, la saludó animadamente mientras se aproximaba con paso ligero.
-¡Hola, señorita de Sedas de los Andes! Hace tiempo que no la veíamos por aquí, ¿cómo ha
estado?
Aitana era reconocida en los alrededores por el nombre de su estudio, apelativo que utilizaban
los vecinos familiarizados con ella.
-Bien, gracias. ¿Se están mudando?
La joven esbozó una amplia sonrisa al responder.
-Sí. Este lugar está muy retirado y vivir aquí no es nada práctico. Siempre quise vender esta villa, pero no encontraba al comprador ideal. Hace poco, un doctor que regresó del extranjero la compró a un precio muy alto. Ya están por instalarse, por eso vine a organizar todo.
Al escuchar “doctor que regresó del extranjero“, las cejas de Aitana se arquearon ligeramente. Últimamente, esas palabras le provocaban cierta tensión, evocando a Guadalupe, quien había vuelto recientemente al país tras ejercer la medicina en el exterior.
Reflexionó que resultaría extraño que Guadalupe necesitara un lugar en Puerto Azabache, contando con la inmensa mansión familiar de los Calderón. No carecía de residencias lujosas donde instalarse. Sería absurdo adquirir una villa aislada a precio elevado, a menos que el aburrimiento la empujara a tal capricho.
Aitana había adquirido su propia villa en esta zona por su bajo costo y tranquilidad, perfecta para un estudio creativo, aunque reconocía sus inconvenientes para la vida cotidiana.
Desechando estas cavilaciones, sonrió amablemente y felicitó a su vecina por la venta.
Tras intercambiar cordiales despedidas, cada una continuó con sus respectivas actividades.
Después de dedicar la tarde completa a perfeccionar su portafolio, la hora del evento se
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Capitulo 38
aproximaba. Aitana se vistió con el elegante diseño púrpura adornado con delicadas perlas que su suegra le había encargado específicamente para la ocasión. Subió a su vehículo y se dirigió hacia la exclusiva locación donde se celebraría la fiesta de los Lavalle.
Conocía perfectamente el destino; se ubicaba cerca del lugar donde había entregado personalmente un traje a Aarón en su anterior encuentro. Aquella vez fue en la montaña, pero ahora sería en un lujoso complejo con aguas termales situado al pie de la misma.
Al arribar, el área del banquete rebosaba de automóviles de alta gama, mientras invitados ataviados con sofisticación circulaban entre animadas conversaciones y risas distinguidas.
Aitana estacionó, levantó delicadamente el borde de su vestido y, con un elegante bolso a juego, avanzó hacia la entrada. Apenas alcanzó el acceso, su expresión se contrajo involuntariamente: Vicente, el segundo heredero de los Lavalle, escudriñaba los alrededores como buscando a alguien específico.
Cuando sus miradas coincidieron, el rostro de Vicente se ensombreció. Se acercó velozmente, interponiéndose en su camino con actitud intimidante.
-¿Qué haces aquí? No recuerdo haber mandado invitación para ti.
Aitana no daba crédito a la impertinencia de aquel sujeto. Extrajo su teléfono móvil y mostró el código digital de invitación al personal encargado de verificar el acceso. Era una invitación personal enviada directamente por Aarón.
El empleado validó el código pero vacilaba en permitirle el paso, lanzando miradas nerviosas hacia Vicente, consciente de su posición como anfitrión del prestigioso evento.
Vicente se sorprendió ante la evidencia de que Aitana poseyera una invitación legítima, pero esto no modificó su determinación. Aun con invitación, no pensaba permitir su ingreso. Era una celebración íntima de los Lavalle, y ella representaba una presencia indeseada, especialmente para él que la detestaba profundamente.
-Lárgate. ¿Cómo te atreves a aparecer en nuestra fiesta? ¿No aprendiste la lección anterior?
Los asistentes cercanos percibieron la creciente tensión y comenzaron a murmurar con indiscreta curiosidad. Algunos reconocieron a Aitana, pero la mayoría desconocía su identidad, asumiendo que se trataba de una intrusa intentando acceder ilegítimamente al exclusivo
evento.
En ese preciso instante, un movimiento captó la atención general.
Aitana y Vicente giraron simultáneamente. Un lujoso automóvil negro se detuvo con elegancia. De él descendió Rodrigo, quien caballerosamente ayudó a bajar a Guadalupe, resplandeciente en un deslumbrante vestido dorado que captaba todas las miradas.