Capítulo 36
Pero luego Cristóbal reconsideró su actitud. Hoy se había comportado ejemplarmente: se había bañado sin protestar, había compartido momentos íntimos con su madre y había escuchado con atención genuina cada palabra de sus historias. Su comportamiento había sido intachable, digno de un niño modelo que buscaba redimirse ante los ojos maternos.
La paciencia que su madre le había mostrado durante toda la tarde le confirmaba que su relación seguía intacta, que aquel distanciamiento percibido era solo producto de su imaginación infantil. El vínculo maternal permanecía inquebrantable a pesar de sus pequeñas
rebeldías.
“La próxima vez pasaré más tiempo con mamá“, se prometió Cristóbal mientras abrazaba su tableta contra el pecho y se disponía a sumergirse en la conversación virtual con la señorita Guadalupe, confiado en que había cumplido con sus deberes filiales por el día.
…
Aitana regresó a la habitación matrimonial solo para encontrarla vacía. Rodrigo aún no había vuelto.
Su presencia en la antigua casa familiar no respondía al propósito oficial de descansar para la cena con los Lavalle; tenía asuntos pendientes que resultaban más imperiosos, más determinantes para su futuro inmediato.
Con movimientos calculados, extrajo de su bolso el acuerdo de divorcio que llevaba su firma estampada al pie. No era el mismo documento que había dejado en la vivienda de los Macías; había impreso una nueva copia, ya firmada y dispuesta para la formalización definitiva.
Al no encontrar a Rodrigo en la habitación, dedujo que probablemente estaría en su estudio. Con esta presunción, y temiendo un encuentro inoportuno con sus suegros, ocultó estratégicamente el acuerdo entre sus libros de diseño y se encaminó hacia el despacho personal de su esposo.
Golpeó suavemente la puerta y, tal como había anticipado, la voz de Rodrigo resonó desde el interior.
-¿Qué haces aquí? ¡Sal!
Al verla entrar, Rodrigo frunció el ceño instintivamente.
Siempre había detestado las intrusiones de Aitana en su espacio de trabajo, pero esta vez ella no estaba dispuesta a acatar las normas matrimoniales que él había establecido unilateralmente a lo largo de los años.
Primero inspeccionó el recinto, y al confirmar que Rodrigo se encontraba solo, avanzó con determinación. Extrajo el acuerdo de divorcio de entre sus libros y lo depositó sobre el
escritorio con firmeza contenida.
-Rodrigo, quiero que nos divorciemos.
Un silencio denso invadió el estudio.
Contrario a sus expectativas, el rostro de Rodrigo no mostró asombro alguno, como si aquella declaración hubiera sido anticipada con precisión.
Aitana se sobresaltó, sus ojos dilatándose con incredulidad.
-¡Viste el acuerdo que dejé en el dormitorio de Villas del Quinto Sol!
Si conocía sus intenciones, ¿por qué había guardado silencio durante días?
–¿Y qué si lo vi? -Rodrigo tomó el documento, su expresión mezclando frialdad calculada con desdén apenas disimulado-. Vaya, señora Macías, tienes una osadía impresionante, exigiendo el tres por ciento de las acciones del grupo como compensación por el divorcio. ¿Perdiste la razón?
Así que su silencio obedecía al descontento con los términos económicos propuestos.
Pero aquella compensación representaba exactamente lo que la ley le otorgaba por derecho.
Su marido verdaderamente la despreciaba; incluso en la disolución matrimonial, todo se reducía a números y beneficios corporativos.
Aitana, curtida por años de emociones congeladas, mantuvo la compostura.
Desplazó una silla de madera y se sentó frente al escritorio, ignorando deliberadamente la mirada reprobatoria de Rodrigo.
-El tres por ciento ya constituye una concesión de mi parte.
-Imposible sentenció Rodrigo sin atisbo de compasión.
Clavó su mirada en el rostro sereno de Aitana, sus ojos destellando con una ferocidad metódica.
-Aitana, firmamos un acuerdo prenupcial. Si deseas divorciarte, no esperes llevarte un centavo. Y respecto al niño, olvida cualquier ampliación de tus derechos de visita.
Siete años compartiendo lecho y vida, para recibir semejante crueldad implacable.
Aitana emitió una risa cargada de amargura; aunque había renunciado ya a la custodia, aquel momento le provocó un escalofrío que atravesó su ser.
Cerró los ojos brevemente para recobrar el equilibrio antes de hablar con voz mesurada.
-Rodrigo, solo divorciándonos podrás legitimar a tu amante. Yo únicamente solicito el tres por ciento de las acciones, lo cual no te perjudica en absoluto, incluso te beneficia.
Lo miró directamente a aquellos ojos oscuros e insondables.
-Déjame desaparecer de tu vida; esto es lo que siempre has anhelado. Ahora estoy dispuesta a complacerte.
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