Capítulo 13
Al escuchar la voz de Guadalupe al otro lado del teléfono, los ojos de Cristóbal se iluminaron con repentino entusiasmo.
-¡Señorita Guadalupe! ¡Señorita Guadalupe! -exclamó con fuerza. Su frustración se desbordó en un instante-. ¡Mi papá es un mentiroso! Me prometió volver y no cumplió. ¡Ya no le hablo! ¡Señorita Guadalupe, mi papá me está mintiendo!
Guadalupe percibió la angustia en la voz del niño. Tomó el teléfono de manos de Rodrigo y suavizó su tono para tranquilizarlo. Fingiendo compartir su indignación, murmuró algunas críticas hacia Rodrigo y le prometió llevarlo a jugar el fin de semana, asegurándole que lo acompañaría con sus videojuegos favoritos. Solo entonces Cristóbal se relajó, dibujando una sonrisa en su rostro. Siempre era ella quien lograba apaciguar sus berrinches. Antes, cuando su padre lo regañaba o lo hacía enfurecer, quejarse con su madre resultaba inútil; papá jamás le prestaba atención a ella.
Tras conversar un rato más, Cristóbal colgó con una mezcla de alivio y tristeza. Recordó entonces las palabras de Rodrigo sobre el regreso de su madre del viaje de trabajo. ¿Significaba que volvería esa misma noche? “¡No, no, no! Si mamá regresa, empezará con sus reglas para los videojuegos. ¡Qué fastidio!“, pensó con angustia. Papá tampoco disfrutaba estar con mamá, entonces, ¿por qué él debería soportarla? ¡Papá era injusto! No pensaba obedecerle esta vez.
Decidió escapar a casa de su abuela. Así, aunque su madre regresara, no tendría que verla. Sin perder tiempo, Cristóbal saltó de la cama, se vistió apresuradamente y, con su consola de juegos abrazada contra el pecho, fue a golpear la puerta de la habitación de Jimena en el primer piso.
Jimena despertó sobresaltada, preguntándose por qué este pequeño príncipe causaba problemas nuevamente a estas horas. Conteniendo su somnolencia, llamó al chofer y en plena madrugada lo acompañó hasta la antigua residencia familiar de los Macías.
Aitana desconocía por completo el alboroto nocturno en la familia Macías. Aunque lo supiera, ya no le afectaría. Año tras año, su decepción había alcanzado límites insospechados. Al fin y al cabo, había tomado la firme decisión de divorciarse y renunciar a la custodia de su hijo.
La mañana siguiente, despertó temprano como acostumbraba. Primero revisó los videos más recientes de la semana de la moda en su computadora, y al dirigirse al trabajo, compró el desayuno en una tienda cercana a la oficina. Sin tener que madrugar para preparar alimentos nutritivos para padre e hijo, y viviendo temporalmente en otro lugar, estos días comía fuera, lo que le brindaba tiempo extra para atender sus asuntos personales.
Ese día dedicó sus horas laborales a entrevistar candidatos para nuevos puestos y a reorganizar tareas y expedientes recientes, para facilitar la transición que vendría después. Aun así, abandonó puntualmente la oficina al terminar su jornada. A finales de mes su tía abuela regresaría, así que necesitaba preparar meticulosamente su portafolio y las creaciones
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Capítulo 13
de moda más recientes antes de su llegada. Este era su objetivo principal, y el tiempo continuaba siendo escaso.
En la tarde, cuando el tráfico en Puerto Azabache alcanzaba su punto crítico, Aitana condujo durante más de dos horas hasta llegar a un conjunto residencial apartado llamado Altos de Cartagena, ubicado en los límites exteriores de la ciudad. Atravesó un denso bosque de bambú y detuvo su vehículo frente a una elegante villa de dos pisos. En la placa de la entrada resplandecía el nombre grabado: “Sedas de los Andes“.
Esta propiedad la había adquirido con su salario acumulado durante años, sumado a los ingresos que obtenía realizando trabajos personalizados para clientela exclusiva. La utilizaba como su santuario creativo. Aunque durante este tiempo se había concentrado en su familia y avanzado considerablemente en sus estudios de computación, jamás abandonó su verdadera pasión por el diseño artístico.
Rodrigo siempre había despreciado que ella se mostrara públicamente. Cuando le negó acceso al Grupo Macías, no solo lo hizo por animadversión, sino para confinarla completamente al ámbito doméstico, convirtiéndola en un simple ornamento llamado Señora Macías. Pero Aitana nunca fue de las que se rendían ante las adversidades. En lugar de someterse, se dedicó intensamente a estudiar computación, la pasión de Rodrigo, y durante siete años lo atendió con extraordinaria dedicación, intentando conquistar su afecto. Sin embargo, jamás logró penetrar en su corazón, y ahora enfrentaba un inminente divorcio, aparentemente con las manos vacías.
Afortunadamente, siempre mantuvo intacta su determinación. Rodrigo se oponía a su exposición pública, así que, secretamente, bajo el nombre comercial “Sedas de los Andes” y con la colaboración de algunas amistades que le referían clientes selectos, se dedicó discretamente a la confección personalizada de alta costura.
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