Capítulo 30
Él dijo eso mientras daba zancadas hacia la puerta.
Manuela se sorprendió un poco, pues aquel hombre parecía del tipo que hablaba poco, pero cuando daba consejos, parecía una madre preocupada.
De repente, recordó algo, se bajó de la cama, recogió su bolso y sacó su teléfono celular mientras decía: “¡Espera un momento! Lo siento por anoche, ¿cuánto fue la cuenta de la habitación? Te lo transferiré.”
El hombre no se detuvo, solo contestó: “No hace falta.”
Dicho eso, él empujó la puerta y se fue.
Después de que el hombre se marchara, Manuela permaneció sentada en silencio durante un buen rato, y llamó a Fabricio para que investigara lo que había pasado la noche anterior.
Era mejor ser precavida y aunque ese hombre no la había tocado, quién sabía qué otras intenciones podría tener.
El personal del hotel le llevó su ropa, pero ella no comió el desayuno que Giovani le había llevado, en cambio, se vistió rápidamente y se dirigió con prisa a la empresa.
Un rato después, el taxi en el que ella iba se detuvo frente a la empresa y apenas se bajó de este, alguien le bloqueó el paso.
El rostro de Benjamín, guapo pero sombrío y cansado, se tensó mientras le preguntaba con voz reprimida, con cada palabra saliendo como si la escupiera entre dientes: “Anoche, después de salir del bar con ese hombre, ¿a dónde fuiste?”
Manuela se quedó atónita, preguntándose: ‘¿Cómo sabía Benjamín sobre eso?‘
Pronto reaccionó e indagó: “¿Tú también estabas allí?”
Parecía recordar haber escuchado la voz de Benjamín la noche anterior.
¿Qué había dicho él?
“Esa mujer voluble, que hagan con ella lo que quieran, no es asunto mío.”
Al recordar sus palabras, el corazón de Manuela se hundió.
Sabía que Benjamín la odiaba, pero nunca pensó que permitiría que se la llevaran inconsciente. Ese hombre realmente era cruel con ella.
Benjamín al ver que ella no respondía, se acercó más y le preguntó nuevamente: “¿A dónde fuiste anoche?”
Manuela volvió en sí y, con indiferencia, dijo: “Eso no es asunto tuyo. Tengo que ir a trabajar, adiós.”
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Capitulo 30
Intentó rodearlo para irse, pero Benjamín se movió un paso al lado, bloqueando su camino de
nuevo.
Sus ojos ardían con una furia y locura descomunal, y como si quisiera devorarla, cuestionó: “Soy tu esposo, ¿cómo no va a tener esto que ver conmigo? Me estás engañando, ¿y aun así no puedo preguntarte?”
Él reprimió su voz, casi rugiendo.
“¿Esposo?” Replicó Manuela, como si hubiera escuchado un chiste, luego esbozó una sonrisa sarcástica y preguntó: “¿Qué clase de esposo ve como llevan a su esposa y solo hace comentarios fríos? Ayer me llevaron y tú estabas allí, pero no me ayudaste, ¿y ahora con qué derecho me cuestionas? Me dejaste con un extraño y aun así esperas que me mantenga pura, ¿dónde está tu vergüenza?”
Benjamín, sin poder refutar sus palabras, perdió en ese momento gran parte de su energía, pero no pudo evitar defenderse: “Anoche, en realidad, yo quería ayudarte…”
“Pero al final no lo hiciste, ¿verdad?” Interrumpió Manuela cortantemente.
Benjamín no tenía respuesta.
Manuela continuó, implacable: “Sabías que las cosas se complicarían por tu decisión, pero aun así actuaste impulsivamente y me dejaste con un extraño. Siempre eres así, impetuoso y colérico, observando fríamente mi desgracia. No te culpo por lo que pasó antes, porque todo eso fue mi culpa, pero también te pido que no uses el título de esposo para presionarme… No te mereces ser mi esposo.” Su voz era calmadamente aterradora.
La mano de Benjamín se apretó y luego se aflojó, tenía que admitir que lo que ocurrió la noche anterior había sido su error, pues fue él quien dejó que su esposa se fuera con otro hombre.
Sabía que Manuela podría haber sufrido un gran daño por ello, pero aun así permitió que ese hombre se la llevara.
Después de un largo rato, con voz ronca, preguntó: “Entonces, ¿te acostaste con ese hombre?”
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