Capítulo 97
Los pasos de Esther se detuvieron abruptamente en las escaleras, el eco del último resonando en el silencio de la mansión.
-¿Te dije que te podías ir? -la voz de Samuel cortó el aire como una navaja.
Esther se giró lentamente, adoptando una expresión de inocencia estudiada que había perfeccionado con el tiempo. Sus ojos grandes y expresivos se encontraron con la mirada acerada de Samuel.
-Presidente De la Garza, ¿hay algo más? -preguntó con un tono deliberadamente suave.
Samuel se levantó de su asiento con movimientos calculados. Cada paso que daba hacia ella resonaba con autoridad. Al alcanzarla, sus dedos se movieron con precisión clínica para ajustar el uniforme de sirvienta que Esther llevaba puesto. La familiaridad del gesto hizo que ella sintiera un escalofrío de repulsión.
-No te he permitido quitarte el uniforme -declaró con voz gélida-. En la familia De la Garza, eres una sirvienta. Mantén tu lugar, de lo contrario…
La amenaza quedó suspendida en el aire, pero Esther ya tenía lista su contraofensiva. Una sonrisa sutil se dibujó en sus labios mientras arqueaba una ceja con delicadeza.
-Presidente De la Garza, ¿no será que doña Montserrat está por volver? -su voz destilaba una preocupación fingida-. Si la señora ve esta escena, quizás no sea muy apropiado, ¿verdad?
Una risa fría escapó de los labios de Samuel. El desprecio en su voz era palpable:
-¿Intentas amenazarme con la abuela? Esther, ya has usado demasiado ese truco.
-¿Y qué? Si funciona, está bien -respondió ella, la honestidad brutal de sus palabras resonando en el espacio entre ambos.
Cuando Esther intentó retomar su ascenso por las escaleras, Samuel reaccionó con la velocidad de una serpiente al atacar. Sus dedos se cerraron alrededor de su brazo, atrayéndola hacia él con brusquedad.
-¿Qué haces? -la indignación en la voz de Esther era genuina esta vez.
-Esther, recuerda bien quién eres -su voz se volvió más íntima, más amenazante-. Eres mi prometida. Hoy quiero decirle a Gabriel que eres mi mujer, que deje de pensar en ti.
Esther luchó contra su agarre, pero la fuerza de Samuel era abrumadora. Una sonrisa fría se dibujó en su rostro mientras continuaba:
-Si te preocupa que la abuela regrese, puedes estar tranquila. Ya le dije que quería pasar tiempo a solas contigo en casa para fortalecer nuestra relación. La abuela está feliz y ha decidido mudarse.
-¡Tú!-la palabra salió como un siseo entre los dientes de Esther, mientras su rostro se ensombrecía con una mezcla de rabia y frustración.
1707 1
Samuel se inclinó más cerca, su aliento rozando la mejilla de Esther:
-Si llego a saber que has estado hablando mal de mí con la abuela, adelantaré nuestra boda. Supongo… que no querrás perder a Gabriel tan pronto, ¿verdad?
Los ojos de Esther se tornaron fríos como el hielo:
-Samuel, ¡no pienses tan mal de los demás!
Samuel la soltó con un movimiento brusco, como si su contacto le quemara.
-Hiciste que Anastasia malinterpretara nuestra relación -espetó con frialdad-. Tus métodos parecen ser mucho más sucios que los míos.
-Ya te dije, jeso no tiene nada que ver conmigo!
-¿Crees que te creeré? -Samuel dejó escapar un suspiro de desprecio-. Sé que tú y Anastasia vienen de la misma escuela. De ahora en adelante, sé más discreta. Ahora todos saben que eres la prometida del Grupo De la Garza. No quiero descubrirte demasiado cariñosa con Gabriel.
Con estas palabras finales, Samuel subió los últimos escalones, sus pasos resonando con autoridad en el silencio de la mansión.
Esther se quedó inmóvil, masajeando suavemente su muñeca donde Samuel la había sujetado. Su mente trabajaba a toda velocidad, recordando cada detalle del encuentro con Eduardo, cada pequeña manipulación que había ejecutado perfectamente.
Una sonrisa fría se dibujó en sus labios mientras pensaba: “Ya verás. Estando yo en la familia De la Garza, solo te traeré más mala suerte.”
Con un movimiento deliberado, se desató el lazo de sirvienta del cuello, dejándolo caer al suelo como un símbolo de su silenciosa rebelión, y subió las escaleras con pasos decididos.
La mañana siguiente llegó con una calma engañosa.
Samuel descendió a la sala y se encontró con una mesa que solo ostentaba pan y mermelada. Su ceño se frunció instantáneamente ante la vista.
-Marta -llamó con voz contenida.
La sirvienta apareció de inmediato:
-Señor, ¿qué sucede?
-¿Esther aún no se ha levantado?
-Así es, la señorita Montoya aún no ha bajado.
La molestia burbujeó en el interior de Samuel. “¿Tan tarde y aún no se levanta?“, pensó con irritación. El recuerdo de Esther levantándose antes del amanecer para preparar el desayuno se sintió como una burla del pasado.
212
Capítulo 97
-Tira el desayuno -ordenó con voz cortante-. De ahora en adelante las tres comidas las hará Esther.
-Sí, señor -respondió Marta, apresurándose a recoger todo de la mesa.
Samuel permaneció sentado, sus dedos tamborileando sobre la superficie de madera en un ritmo impaciente. Cinco minutos pasaron con una lentitud exasperante, sin que hubiera señales de movimiento en el piso superior.
Bianca, observando la tensión creciente, se atrevió a intervenir:
-Presidente De la Garza, ya es hora, todavía hay una reunión en la empresa.
-Pospongan la reunión cortó Samuel con frialdad-. Sube y despierta a Esther.
-Esto, ¿no sería inapropiado? -Bianca titubeó, consciente de las implicaciones de despertar a la señorita de la familia Montoya.