Capítulo 9
La imponente hacienda de la familia Montoya, aquel imperio que Saúl había estado dilapidando hasta el último centavo, se erguía como testigo silencioso de la escena.
Contemplando al joven rebelde de apenas dieciocho años frente a ella, Esther sintió que la furia le hervía en las venas. Sin dudarlo, levantó la mano y le propinó una bofetada que resonó en toda la habitación.
El golpe dejó a Saúl completamente atónito, congelado en su lugar.
-¿Cómo te atreves a ponerme una mano encima? -la incredulidad se mezclaba con la rabia en su voz. Aquella Esther tímida y sumisa que siempre le hablaba con dulzura parecía haberse esfumado.
-Te lo mereces -la voz de Esther era puro hielo-. ¿Quién te dio derecho a meterte a mi recámara como si fuera tuya?
-¡Señorita, perdóneme! -la criada temblaba en el marco de la puerta-. ¡No pude detener al señor!
-¡Cierra la boca! -rugió Saúl-. ¡Esta es la casa de mi padre y puedo ir a donde se me dé la gana!
La criada se encogió visiblemente, el miedo reflejado en cada línea de su rostro.
Esther observó con atención las cicatrices que marcaban los brazos de la muchacha. Ahora podía ver claramente la clase de monstruo en que se había convertido Saúl dentro de la familia Montoya.
En su obsesión por Samuel, había estado ciega ante la forma en que Olimpia y su hijo habían corrompido su hogar desde adentro.
-¿Tu casa? -la voz de Esther destilaba desprecio-. Esta casa, la familia Montoya, todavía no te pertenece, Saúl.
Con pasos deliberados, Esther se acercó a la criada y la ayudó a incorporarse. Las marcas de golpes en sus brazos eran imposibles de ignorar, aunque la joven no se atreviera a pronunciar palabra.
-Mi familia podrá ser de alta sociedad -continuó Esther-, pero eso no nos pone por encima de la ley. ¿En qué parte del contrato dice que puedes golpear a tus empleados?
Las palabras de Esther provocaron que la criada rompiera en llanto. Llevaba tiempo queriendo escapar, pero Saúl la mantenía cautiva con amenazas, usando el nombre de los Montoya para silenciarla. ¡Ya no soportaba más ese infierno!
-¡Por favor, señorita! ¡Déjeme irme de aquí! -suplicó entre sollozos.
En ese momento, Olimpia, que había escuchado el alboroto desde la planta baja, apareció en la
habitación. Bastó una mirada al rostro hinchado de su hijo para comprender la situación.
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Capítulo 9
-¡Esther! -chilló, señalándola acusadoramente-. ¿Cómo te atreves a golpear a tu propio hermano? ¡Has perdido la cabeza por completo! Primero rompes tu compromiso y ahora agredes a tu familia, ¿qué pretendes?
-¿Mi hermano? -Esther soltó una risa sin humor-. ¡No tengo un hermano tan despreciable
como Saúl!
Sus ojos se clavaron en Olimpia como dagas.
-Seamos honestos, señora. Saúl ni siquiera es hijo biológico de mi padre. Ya es mayor de edad y no solo invade mi privacidad, sino que maltrata a los empleados. ¡Mire nada más la joya de hijo que ha criado!
Olimpia respondió con una sonrisa despectiva.
-Saúl ha crecido en esta familia desde niño, y tu padre lo ha querido como a un hijo propio. ¡Tú, como su hermana, estás siendo demasiado delicada! Además, ¿qué importa si golpea a una simple sirvienta? ¿Acaso no tenemos para pagar sus curaciones y su sueldo?
La mirada de Esther se tornó glacial.
-Si hoy puede tratar así a una empleada de la casa, mañana podría hacer lo mismo con los trabajadores de la empresa. Si el Grupo Montoya cae en sus manos, me temo que será el fin de todo lo que mi padre construyó.
-¡Por favor, Esther, no exageres! -Olimpia agitó una mano con desdén-. Saúl es joven, ¿quién nace sabiendo dirigir una empresa? Además, ya habías prometido transferirle la compañía. No puedes echarte para atrás solo porque tu matrimonio con el presidente De la Garza se fue al
caño.
Esther ya conocía bien la insensibilidad de Olimpia. Con una sonrisa sardónica, se dirigió a su escritorio, abrió un cajón y extrajo el contrato de transferencia de acciones que había firmado antes de la fiesta de compromiso.
-¿Se refiere a esto, señora? -preguntó, sosteniendo el documento como si fuera algo contaminado.
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