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Capítulo 83
Esther miraba nerviosa hacia la puerta, conteniendo la respiración. Los pasos afuera se detuvieron abruptamente, evidenciando que alguien escuchaba desde el rincón.
Samuel alzó la vista, su mirada recorriendo el delicado mentón de Esther hasta detenerse en su clavicula. El aroma natural que emanaba de ella era distinto a los pesados perfumes que solía usar Anastasia; había algo puro e irresistible en su esencia que invitaba a acercarse.
De repente. Esther alzó la voz con dramatismo: -¡Presidente De la Garza! ¿Qué está haciendo?
Su grito sorprendió a todos. Con movimientos calculados, intentó rasgar su propia ropa, y al no conseguirlo, dirigió sus manos hacia la camisa de Samuel.
-Rip! -El sonido de la tela rasgándose provocó que el rostro de Samuel se ensombreciera.
-Esther, tú…
-Presidente De la Garza! ¡Usted ya tiene a Anastasia! ¡Suélteme! -exclamó ella con voz afectada, mirándolo desafiante con una expresión que claramente decía “me atreví a hacerlo, ¿ahora qué?“.
Samuel, lejos de enfurecerse ante la actuación de Esther, soltó una carcajada. En un movimiento veloz, la empujó sobre la cama, aprovechando su ventaja física.
Esther dejó escapar un grito de sorpresa ante el contraataque inesperado.
-¡Samuel! ¡Suélteme! -siseó entre dientes.
-¿No fue la señorita Montoya quien empezó con este teatro? -respondió él con malicia- Entonces, hagámoslo más realista.
Sin previo aviso, Samuel le pellizcó fuertemente la cintura. Esther inhaló bruscamente, emitiendo un gemido involuntario mientras sus ojos se llenaban de lágrimas por el dolor.
La reacción de Esther provocó un destello peculiar en la mirada de Samuel.
En el pasillo, la persona que escuchaba no pudo contener una risita mientras bajaba apresuradamente las escaleras. Al llegar con Montserrat, comentó con evidente satisfacción: -Doña Montserrat, puede estar tranquila. Acabo de subir a escuchar, ¡y ellos dos están arreglando sus diferencias!
La criada sonreía con complicidad, y Montserrat asintió complacida. -Al menos no hice el ridículo tratando de juntarlos.
En la habitación, cuando los pasos se alejaron, Esther respiró aliviada. Miró a Samuel, quien seguía manteniéndola contra la cama. -Presidente De la Garza, ya se fueron todos, ¿no podemos dejar de fingir?
-¿Quién dijo que estaba fingiendo? -respondió él con tono juguetón.
-Samuel, esa broma no tiene gracia -Esther frunció el ceño, incómoda.
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-Esther, ¿no vas a darme una explicación por lo de hoy? -preguntó él, mirando significativamente la decoración de la habitación.
Al notar que Samuel volvía a sospechar de ella, Esther respondió con dignidad: -Yo, Esther, no me rebajo a sacrificar mi honor con tales tretas baratas para atraer a un hombre. Si hubieral sabido de esto, aprovechando que el presidente De la Garza estaba desprevenido, ya lo habría hecho realidad, ¿no cree?
Samuel, comprendiendo finalmente que Esther no tenía nada que ver con los eventos de la noche, pensó inmediatamente en su abuela. Solo Montserrat podría haber orquestado algo así. Esther intentó liberarse del agarre de Samuel, pero él extendió su mano y la atrapó nuevamente entre sus brazos.
-Incluso si lo de esta noche no tuvo nada que ver contigo -murmuró él-, ¿te atreves a decir que no tienes otros planes conmigo?
-Lo único que planeo es que te mueras pronto–respondió ella con desdén, empujándolo para levantarse de la cama. La actitud de Samuel le parecía cada vez más infantil.
-Si sales ahora -advirtió él-, mi abuela se dará cuenta de que solo estábamos fingiendo. Si esta vez no funciona, ella intentará arreglarlo una segunda vez.
-¿Qué insinúa el presidente De la Garza? -replicó ella con ironía-. ¿Que me quede a dormir en tu habitación? Eso no estaría bien, ¿verdad?
A pesar de sus palabras, Esther permaneció inmóvil, sin mostrar intención alguna de marcharse.
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