Capítulo 47
Clara sentía que la sangre le hervía. Si no fuera porque sus padres habían insistido en que asistiera a esta fiesta de cumpleaños, ¡jamás habría puesto un pie aquí! Un grupo de gente insoportable, ¡diciendo puras barbaridades!
-Clara, todos sabemos que eres la mejor amiga de Esther -se burló una voz entre los invitados. ¡Ya no la defiendas! ¿Por qué no le marcas y la haces venir? Dile que es el cumpleaños de la señorita Miravalle, ¡que el presidente De la Garza está a punto de besar a la señorita Miravalle! Apuesto a que vendría corriendo.
Las risas estallaron alrededor, mezclándose con el tintineo de las copas de champán.
Clara sintió que la furia le subía por el pecho, dejando su rostro pálido como el papel. -¡Ustedes…! -sus manos temblaban de indignación.
-¿No le vas a marcar? ¡Entonces yo lo haré!
Uno de los juniors presentes, el hijo del empresario Obregón, se abalanzó sobre Clara y le arrebató el celular con un movimiento brusco. El rostro de Clara perdió todo el color. -¡Regrésame mi celular! -exigió con voz temblorosa.
Jorge, notando la situación, tensó la mandíbula. —¡Señor Obregón! Ya estuvo bueno, devuélvale
su celular a Clara.
-¡Ya lo tengo! ¡Ya lo tengo! -canturreó Obregón, mientras los otros ricachones reían, ya afectados por el alcohol.
La voz de Esther surgió del teléfono, fría como el hielo: -¿Qué pasa?
Un silencio repentino cayó sobre la habitación.
Obregón, con una sonrisa maliciosa, exclamó: -¡Señorita Montoya, el presidente De la Garza anda medio pasado de copas! ¡Va a besar a Anastasia! ¿Va a venir o no?
El silencio al otro lado de la línea fue pesado, casi tangible.
La mirada de Samuel se desvió involuntariamente hacia el teléfono, sus ojos grises oscureciéndose. Cuando se dio cuenta de su propia reacción, su expresión se tornó sombría.
“¡Maldita sea!“, pensó para sí mismo. ¿Por qué diablos le importaba lo que Esther pudiera decir?
Clara, con el rostro contraído de preocupación, gritó hacia el celular: -¡Esther, no vengas! ¡Te están tendiendo una trampa!
-Clara, no te metas -espetó Obregón con desdén, antes de volver al teléfono. ¿Qué dice, señorita Montoya? ¿Viene o no? Si no viene, el presidente De la Garza de verdad va a besar a
Anastasia.
Todos los presentes contenían el aliento, esperando el drama que se avecinaba.
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Capitulo 47
Samuel permaneció recostado en el sofá, sorprendentemente pasivo ante la situación. Sus dedos tamborileaban suavemente sobre el brazo del mueble, traicionando su aparente indiferencia.
Anastasia, observando la actitud de Samuel, frunció el ceño delicadamente. Era evidente que estos tipos, en su borrachera, estaban usando a Samuel como entretenimiento. En cualquier otro momento, Samuel ya les habría puesto un alto, pero esta vez no solo no intervenía, sino que parecía ansioso por escuchar la respuesta de Esther.
Anastasia sintió una punzada de inquietud. -Samu, no dejes que sigan con esto…
Antes de que pudiera terminar, la voz helada de Esther cortó el aire: -¿Le quitaste el celular a Clara?
-Señorita Montoya, no lo tome así -respondió Obregón, sin captar el peligro en el tono de Esther-. ¡Todos estamos conviviendo! Hoy es el cumpleaños de la señorita Miravalle, todos estamos aquí, si no viene, sería una falta de respeto.
-Dame la dirección -la voz de Esther era como el filo de un cuchillo.
Obregón sonrió con superioridad. -Estamos en la habitación 8012 de Coral Beat. Señorita Montoya, el presidente De la Garza dijo que solo le da veinte minutos. ¡Apúrele, no nos haga esperar!
Su tono provocador y despectivo revelaba el poco respeto que sentía por Esther.
La llamada se cortó abruptamente.
Clara dio un paso al frente. -¡Regrésame mi celular!
-No te apures, la señorita Montoya todavía no llega. ¡Cuando llegue, te lo devuelvo!
-¡Señor Obregón! Ya estuvo bueno, ¡no se pase! -Jorge intervino, incapaz de seguir observando en silencio.
Obregón soltó una carcajada. -¿De qué tienes miedo? Yo digo que esta Esther seguro viene, ¡es una arrastrada con el presidente De la Garza! En cuanto oyó que el presidente va a besar a la señorita Miravalle, seguro viene corriendo a hacer su drama, a llorar y hasta amenazar con tirarse de un balcón. ¡Nosotros nomás nos sentamos a ver el espectáculo!
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