Capítulo 42
El rostro de Olimpia se oscureció como una nube de tormenta.
-Hacerse cargo de la familia Montoya no es tan fácil, señora. Si no puede resolver el problema del dinero, mejor huya mientras pueda. No diga que no se lo advertí -declaró con voz gélida.
Olimpia apenas pudo esbozar una sonrisa temblorosa.
Después de tantos años de matarse trabajando para la familia Montoya, y justo cuando su esposo había muerto dejando la empresa en semejante lío, ¿ahora se suponía que debía pagar las deudas de la familia sin haber sacado ningún provecho? ¡Eso jamás sucedería!
-Esther, tú eres la más comprensiva de todos -suplicó, cambiando su tono a uno más dulce-. Seguramente no me dejarás con toda la carga de esas deudas. Te lo ruego, ve y habla con el presidente De la Garza, hazlo entrar en razón. Si él nos hace el favor, los problemas de la empresa se resolverán en un santiamén.
Al ver a Olimpia suplicando, Esther curvó sus labios en una ligera sonrisa. Sus ojos brillaban con un destello de astucia que antes no existía.
-Señora, no es que no pueda ir.
-¡Lo sabía! ¡Esther siempre tan noble! ¡No dejarás que la empresa se hunda!
-No se apure, señora, aún no he mencionado mis condiciones -interrumpió Esther con voz
serena.
Al oír eso, Olimpia se quedó helada.
-¿Condiciones? ¿Todavía hay condiciones?
-Si me pide que haga algo, y acepto, claro que hay condiciones -respondió Esther, recargándose con elegancia en el sofá.
Viendo a Esther tan relajada, Olimpia sintió que la sangre le hervía, pero se contuvo.
-Esther, solo es cuestión de ir con el presidente De la Garza y disculparte, humillarte un poco. Antes no eras una muchacha tan calculadora, ¿por qué ahora te fijas en cada detalle?
-Antes, mi papá solo me enseñaba que una señorita debía ser tierna, elegante y virtuosa -respondió Esther con una sonrisa afilada-. Esta astucia, por supuesto, la aprendí de usted, señora Montero.
El semblante de Esther mantuvo su amabilidad mientras continuaba con voz pausada:
-Señora, si quiere que convenza al presidente De la Garza, puedo intentarlo, pero no puedo garantizar que él vaya a favorecer a la familia Montoya.
Antes de que Olimpia pudiera responder, Esther prosiguió:
-Y una vez que vaya, los asuntos de la empresa ya no tendrán nada que ver con usted. En el
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Capítulo 42
futuro, sea que la familia Montoya deba dinero o prospere, no será asunto suyo.
-Tú…
-Si no está de acuerdo, entonces no iré -declaró Esther con fingida resignación-. Peor es nada, dejemos que el presidente De la Garza acabe con la familia Montoya. Así no tendré deudas que pagar, solo esperaré a que usted encuentre una solución. Después de todo, usted ha estado manejando los asuntos de la familia todo este tiempo. Si los accionistas pierden dinero, deberían ir a buscarla a usted.
Al ver que Esther hablaba completamente en serio, Olimpia solo pudo apretar los dientes.
-¡De acuerdo! ¡Acepto! -masculló con rabia contenida.
“De todos modos, esa Esther no entiende nada“, pensó Olimpia para consolarse. “Una niña mimada que ni siquiera puede leer un balance, ¿cómo va a manejar la empresa? Al final, ¿no tendría que rogarme que interviniera?”
-Ya que acepta, firme aquí -dijo Esther sacando un papel de su bolso.
En el documento estaba claramente escrito que Olimpia y su hijo Saúl renunciaban voluntariamente a todos los cargos en el Grupo Montoya.
Al verlo, la sonrisa en el rostro de Olimpia se congeló.
-Esther, somos familia, ¿no es demasiado formal todo esto?
-Señora, las promesas al aire no tienen valor legal. Creo que es mejor ser precisos -respondió Esther con una sonrisa ligera-. No se preocupe. Tan pronto como firme, iré directamente con el presidente De la Garza a pedir clemencia. Si no confía en mi palabra, también puedo firmar un documento.
Acorralada, Olimpia solo pudo fruncir el ceño con frustración y firmar el papel con mano temblorosa.
Una vez que Esther vio la firma, recogió el contrato con una sonrisa satisfecha.
-Dado que es así, supongo que me tocará hacer el esfuerzo y dar una vuelta.
Olimpia, al ver la sonrisa triunfal en el rostro de Esther, no pudo evitar sentir un escalofrío recorrer su espalda.
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Una hora después, Esther emergió transformada. Llevaba unos shorts de mezclilla limpios y ajustados, una camiseta de tirantes blanca y encima, una chaqueta de mezclilla. Su look casual pero elegante contrastaba con la formalidad habitual de las oficinas corporativas.
Los empleados afuera del Grupo De la Garza no podían quitarle los ojos de encima, como si sus miradas estuvieran magnetizadas hacia ella.
Con unas gafas oscuras que le daban un aire de misteriosa seguridad, Esther se acercó a la recepción.
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-Vengo a ver al presidente De la Garza -anunció con voz firme.
El recepcionista, cautivado por aquella hermosa mujer de piel blanca y largas piernas, preguntó:
-Disculpe señorita, ¿tiene usted una cita?
Al notar que no la había reconocido, Esther se quitó las gafas con un movimiento fluido,
revelando su rostro.
-Soy Esther–declaró con una sonrisa enigmática.
El recepcionista mostró una cara de genuina sorpresa.
-¿Esth… señorita Montoya?
-¿Puedo subir ya? -preguntó ella, saboreando el efecto que su presencia causaba.
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