Capítulo 188
Al ver que Samuel hacía una promesa en nombre de Esther, Montserrat simplemente asintió con la cabeza, sus ojos penetrantes fijos en la joven.
-Esther, siempre has sido una chica inteligente y bien portada -comenzó con voz sedosa-, pero en este asunto que afecta el honor de ambas familias, has sido demasiado descuidada. Lo de ayer ya pasó, pero si vuelve a suceder algo así, no esperes que la abuela se quede con los brazos cruzados. En ese caso, tendré que reconsiderar el asunto de su matrimonio.
Aunque Montserrat pronunció estas palabras con una sonrisa en los labios, su tono llevaba una clara advertencia que heló el ambiente de la oficina.
Esther intentó liberarse del agarre de Samuel, pero él la sujetó con más firmeza, sus dedos presionando suavemente pero sin dar espacio para resistirse. El calor de su mano atravesaba la tela de su vestido, inquietándola.
Estaba a punto de hablar cuando Samuel se le adelantó:
-La abuela tiene razón -dijo con voz aterciopelada, Esther siempre ha sido una chica inteligente y obediente. Todo esto fue culpa de su hermano, que no dio la talla. La próxima vez, ella se asegurará de disciplinarlo para que no vuelva a ocurrir.
Terminando de hablar, Samuel se dirigió a la asistente:
-Bianca, lleva a la abuela de regreso.
-Sí, señor -respondió Bianca, acercándose solícita para ayudar a Montserrat.
Con un movimiento fluido y calculado, Samuel arrastró a Esther tras él, bloqueando su vista. Ella frunció el ceño, irritada por su actitud posesiva, y le dio un pellizco certero en el costado.
Samuel inhaló una bocanada de aire frío, sus músculos tensándose bajo el traje impecable. A pesar de que aguantaba el dolor sin emitir sonido, Esther no pudo evitar sentirse satisfecha por su pequeña venganza.
En un instante, Bianca ya había escoltado a Montserrat fuera de la oficina. Al siguiente segundo, Samuel se volvió como un depredador, acorralando a Esther contra la pared.
La sorpresa atravesó el rostro de Esther. Quizás porque Samuel estaba reprimiendo su ira, su movimiento fue demasiado brusco, acercándolos tanto que podían sentir el calor emanando de sus cuerpos.
Samuel frunció el ceño, sus ojos grises relampagueando con intensidad.
-Esther, ¿realmente quieres romper el compromiso, verdad?
Si no la hubiera interrumpido a tiempo, Esther probablemente habría mencionado la ruptura en ese momento frente a Montserrat.
-Te lo digo -pronunció palabra por palabra, su aliento rozando el rostro de ella-, eso es imposible.
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Capítulo 188
-Presidente De la Garza -replicó Esther con tono mordaz-, ¿no te parece que tus palabras son un poco absolutas? La señora acaba de decir que si sucede una segunda vez, ella va a… juh!
Antes de que pudiera terminar su frase, sintió algo suave presionando contra sus labios. Los movimientos de Samuel eran bruscos, posesivos, como si quisiera devorarla por completo.
Nunca había notado cuán suaves eran los labios de Esther, ni la delicadeza de su cuerpo. Todo en ella desprendía un dulce aroma que lo embriagaba. Originalmente, solo quería darle una lección a esta mujer arrogante, actuando sin pensar. Pero en ese momento, se sentía al borde de perder el control, consumido por sensaciones que no podía, ni quería, contener.
Al segundo siguiente, el sonido nítido de una bofetada resonó en la oficina. Samuel sintió la mitad de su rostro arder con un dolor punzante.
Desde afuera, Bianca abrió la puerta alarmada:
-¡Presidente De la Garza!
-¡Fuera! -rugió Samuel, su voz cargada de ira contenida.
Bianca se retiró rápidamente, cerrando la puerta tras de sí.
-Samuel–la voz de Esther era fría como el hielo, sus ojos brillando con furia apenas contenida-, no soy tu juguete. No eres libre de besarme cuando quieras y luego dejarme de lado. ¡Basta de tratarme así!
Samuel no pudo ignorar el desdén que ardía en los ojos de Esther, un desprecio que le quemaba más que la bofetada.
Con movimientos precisos y controlados, Esther se dio la vuelta y salió de la oficina, la puerta cerrándose tras ella con un golpe definitivo.
Mirándose en el espejo, Samuel observó su media cara enrojecida. Debería haber estado furioso. En todo Cancún, nadie se había atrevido a abofetearlo una y otra vez.
Solo Esther.
Solo Esther se atrevía a ser tan audaz.
-Presidente De la Garza… -la voz preocupada de Bianca se filtró desde el otro lado de la
puerta.
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