Capítulo 156
Esther miró a Alfonso con incredulidad, sus ojos café oscuro brillando con una mezcla de asombro y frustración. “¿Este tipo lo está haciendo a propósito?“, pensó mientras sentía cómo la situación se le escapaba de las manos.
La tensión en el ambiente se volvió palpable. Anastasia, quien ya albergaba prejuicios contra Esther, pareció endurecerse aún más al escuchar las palabras de Alfonso. Sus ojos jade centellearon con indignación apenas contenida.
-¡Mesero! ¡Tres filetes y tres copas de vino tinto! ¡Y que sea rápido! -exclamó Esther alzando la voz con firmeza, rompiendo el incómodo silencio que amenazaba con asfixiarlos.
Por fortuna, su mente ágil había actuado con rapidez. Si no hubiera intervenido, la situación se habría tornado insostenible cuando llegaran solo dos filetes.
-Presidente Betancourt, si quiere esa parcela de la familia Miravalle, es toda suya en cualquier momento intervino Anastasia con voz suave pero decidida, tomando la iniciativa.
Con un movimiento elegante, extrajo el contrato de transferencia de tierras de su bolso de diseñador. Esther observó el documento con sorpresa mal disimulada. Sabía que la familia Miravalle había dejado una considerable herencia a Anastasia, pero jamás imaginó que, en su afán por ganarse a Alfonso, estuviera dispuesta a desprenderse de semejante propiedad.
“Un terreno de tres mil metros cuadrados en pleno centro de la ciudad… ¿y piensa regalarlo así nada más?“, reflexionó Esther, consciente del derroche que eso significaba.
Alfonso tomó el contrato con un gesto despreocupado, sus ojos grises apenas rozando el documento. -Un terreno con un valor de mil millones, y así nomás me lo da. Señorita Miravalle, realmente es muy generosa -comentó con un tono que rozaba la ironía.
-Después de todo, es mi primera vez aquí, y debería mostrar algo de hospitalidad -respondió Anastasia con una sonrisa calculada-. Además, cooperar con el presidente Betancourt también es una fortuna para la familia Miravalle. ¿Qué importa regalarle un terreno?
Sus palabras destilaban admiración, pero Esther no pudo evitar recordar su vida pasada. En aquella ocasión, había sido Alfonso quien, en su intento por cortejar a Anastasia, había ofrecido comprar ese mismo terreno por diez veces su valor.
Aquel evento había causado revuelo en todo Cancún, marcando el inicio del acercamiento entre Anastasia y Alfonso, lo que desencadenó la crisis en Samuel. La subsecuente batalla entre ambos hombres se extendió por tres años.
Al final, todo se había derrumbado cuando Montserrat De la Garza rechazó a Anastasia,
provocando que ella, desilusionada, partiera al extranjero con Alfonso.
Mientras Esther se perdía en estas reflexiones, la voz de Alfonso cortó el aire como un cuchillo: -No acepto recompensas sin mérito, ese terreno no puedo aceptarlo.
La declaración sacó a Esther de sus pensamientos de golpe. “¿Qué significa esto?“, se
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Capitulo 156
preguntó atónita. “¿Rechazar algo que le dan gratis? ¿Alfonso se volvió loco?”
-Presidente Betancourt, ¿a qué se refiere? -inquirió Anastasia, su ceño frunciéndose elegantemente.
-Me refiero a que, hasta hoy, estaba muy interesado en ese terreno, pero justo ahora, de repente perdí el interés.
El rostro de Anastasia se tensó visiblemente ante estas palabras, sus labios perfectamente delineados formando una línea tensa.
-Alfonso, ¿a qué te refieres? -intervino Esther, igualmente desconcertada por este giro inesperado.
-Lo que quiero decir es, ese terreno, ya no lo quiero.
En ese preciso momento, el mesero apareció con los tres filetes y el vino tinto. El sonido de un golpe seco resonó en el elegante comedor cuando Anastasia se levantó bruscamente.
-¡Presidente Betancourt! ¿Qué significa esto? ¿Acaso es un juego para usted? -exclamó con voz temblorosa de indignación.
Había acudido esa noche con la intención de entregar un terreno valorado en mil millones, y ahora Alfonso lo rechazaba como si nada. La humillación era evidente en cada línea de su
rostro.
-Señorita Miravalle, quizás haya un malentendido… -intentó mediar Esther, pero Anastasia la interrumpió con frialdad.
-Parece que la señorita Montoya y el presidente Betancourt tienen una buena relación. Yo pensé que realmente tenías buenas intenciones al querer conectarlos, pero resulta que ¡solo estabas jugando conmigo!
-Señorita Miravalle… -la voz de Esther se perdió en el tenso ambiente.
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