Capítulo 115
-Samu, no te enojes.
Anastasia sujetó el brazo de Samuel con delicadeza, sus dedos aferrándose a la tela del traje como si buscara anclar su presencia. Con una expresión estudiadamente culpable, se dirigió a Alfonso:
-Presidente Betancourt, disculpe la molestia, seguramente no está al tanto de la identidad de la señorita Montoya… -hizo una pausa dramática y dirigió una mirada de reproche hacia Esther-. Señorita Montoya, también tú, siendo la prometida del presidente De la Garza, ¿qué impresión das jaloneándote con el presidente Betancourt en público? ¡Ven aquí!
Anastasia intentó avanzar para traer de vuelta a Esther, sus tacones resonando contra el piso pulido. Sin embargo, Jaime se interpuso entre ambas mujeres con la velocidad y precisión de un guardián experto, bloqueando efectivamente su paso.
El brazo de Anastasia quedó suspendido en el aire, como una rama marchita. Su expresión, normalmente controlada, se tensó visiblemente mientras el color abandonaba sus mejillas.
Esther observó el intento conciliador de Anastasia con una mezcla de diversión y desprecio. En su mente, calibraba cuidadosamente su siguiente movimiento.
“Es hora de que sientas lo que es ser humillada públicamente, querida Anastasia“, pensó mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios.
-Señorita Miravalle, viéndote tan cercana al presidente De la Garza, pensé que… no sabías que Samuel tenía una prometida -su voz destilaba dulce veneno.
Las palabras de Esther cayeron como una bomba en el salón, dejando a Anastasia sin capacidad de respuesta. El aire se volvió denso con la tensión.
“Todos saben que soy la prometida de Samuel“, reflexionó Esther, “pero se han acostumbrado tanto a ignorarme que han olvidado lo que eso significa socialmente“.
-Esther, ven aquí la voz de Samuel resonó con autoridad, cortando el aire como un látigo.
Esther permaneció inmóvil, su mente trabajando a toda velocidad.
“Ya no más órdenes, Samuel. Ya no más control“. Al ver que no se movía, Samuel dio un paso al frente, su figura imponente proyectando una sombra amenazante.
En un giro teatral perfectamente calculado, Esther se ocultó tras Alfonso, su cuerpo temblando como una hoja al viento. En cuestión de segundos, sus ojos se llenaron de lágrimas cristalinas, creando la imagen perfecta de una mujer vulnerable y herida.
“Que todos vean lo que se esconde tras la fachada perfecta de los De la Garza“, pensó mientras sentía las miradas compasivas sobre ella.
Alfonso, observando la magistral actuación de Esther, esbozó una sonrisa sutil, Podía reconocer el talento cuando lo veía.
1/2
Capítulo 115
Los murmullos no tardaron en propagarse por el salón como una ola:
-Siempre se ha dicho que al presidente De la Garza no le gusta su prometida, pero nunca había oído que llegara a la violencia.
-Exacto, viendo la reacción de la señorita Montoya, parece que no es la primera vez que la maltratan. Qué triste.
-Al fin y al cabo, es la hija de la familia Montoya, ¿cómo puede la familia De la Garza permitirse ser tan despiadada?
Los comentarios críticos se intensificaron como un crescendo. Samuel, escuchando las palabras envenenadas, apretó la mandíbula con visible molestia. Sus ojos grises se oscurecieron como un cielo antes de la tormenta.
Anastasia intentó defender a Samuel, pero se detuvo en seco al notar las miradas reprobatorias que la rodeaban. La conclusión la golpeó como una bofetada: la veían a ella como la villana de la historia.
-La señorita Montoya es mi acompañante -declaró Alfonso con voz firme. Hoy yo soy el anfitrión aquí, y si el presidente De la Garza quiere llevarse a alguien de mi evento, debería considerar primero en qué lugar está.
Con un movimiento deliberado, Alfonso atrajo a Esther hacia él. La temperatura en los ojos de Samuel pareció descender varios grados..
-Presidente Betancourt -intervino Anastasia, su voz temblorosa traicionando su aparente calma-, la señorita Montoya es la prometida del presidente De la Garza. ¿No cree que su actitud es un poco inapropiada?
-Así que,
señorita Miravalle también sabe lo que significa tener o perder dignidad -la voz de Alfonso destilaba ironía, enfatizando cada palabra como si fueran pequeñas dagas.
Anastasia sintió el impacto de sus propias acciones volverse contra ella, como un boomerang cruel.
-Recuerdo que hoy la familia Betancourt no invitó a la señorita Miravalle -sentenció Alfonso con frialdad-. Jaime, por favor, acompáñala a la salida.
2/2