Capítulo 112
-Lo siento, señorita Miravalle, si no tiene invitación, no podemos dejarla pasar.
Los acordes de la música de baile se filtraban desde el interior, cada nota alimentando la frustración de Anastasia. La ansiedad se acumulaba en su pecho mientras imaginaba lo que podría estar sucediendo dentro.
-Deberían saber quién soy -pronunció con un tono glacial que reflejaba años de privilegio y poder-. ¿Realmente están dispuestos a enfrentar las consecuencias de detenerme?
Los guardias intercambiaron miradas inciertas, el peso de la amenaza evidente en sus expresiones.
-Disculpe, señorita Miravalle, ¿por qué no llama al presidente De la Garza? Si el presidente De la Garza viene a recibirla, entonces podremos dejarla pasar.
-¡No estén chingando! -La indignación de Anastasia era palpable. ¿Cómo se atrevían estos simples guardias a desafiar su autoridad?
Con manos temblorosas por la rabia, sacó su celular e intentó contactar a Samuel. El tono de llamada resonó varias veces en el vacío, cada timbre aumentando su desesperación. Luego intentó con Bianca, pero el resultado fue el mismo: silencio absoluto.
En ese momento, las puertas se abrieron y un grupo de invitados salió, sus voces cargadas de emoción y chisme:
-Esa Esther realmente sabe cómo hacerlo. ¡Vi al presidente De la Garza completamente hipnotizado viéndola bailar!
-¿No decían que la favorita del presidente De la Garza era Anastasia? ¿Cuándo se volvieron tan cercanos él y Esther?
-¿Quién sabe! Esther realmente sabe cómo hacerlo, ¿qué hombre podría resistirse a una mujer que se lanza así sobre él?
Las palabras se clavaron como dagas en el corazón de Anastasia. La furia y los celos nublaron su juicio, transformando a la refinada heredera en una mujer consumida por la rabia.
-¡Señorita Miravalle! Por favor, no nos ponga en esta situación… señorita Miravalle… -suplicaron los guardias al ver que intentaba entrar a la fuerza.
-¡Fuera de mi camino! ¡Déjenme entrar! -Los celos la consumían por dentro, la imagen de Samuel y Esther juntos torturaba su mente hasta casi enloquecerla.
Los guardias no pudieron contener la determinación de Anastasia, que irrumpió en el lugar como una tormenta. Cuando las puertas del salón de baile se abrieron de golpe, todas las miradas se posaron en ella.
Samuel frunció el ceño al verla en ese estado tan impropio de su usual elegancia,
-¿Anastasia?
Capítulo 112
Las miradas de los presentes eran una mezcla de sorpresa y desdén. Su cabello, normalmente perfecto, estaba desaliñado por su entrada impulsiva, y su apariencia distaba mucho de su habitual perfección. En comparación con Esther, que había estado desplegando su encanto en la pista de baile con gracia y control, el contraste era dolorosamente obvio.
Samuel, consciente del espectáculo, se acercó a ella y tomó su brazo con firmeza.
-¿Cómo llegaste aquí? -preguntó con el ceño fruncido, la reprimenda clara en su voz.
Anastasia mordió su labio, consciente de su pérdida de compostura, pero incapaz de controlar
sus emociones.
-Solo temía… que no tuvieras pareja -susurró, su mirada clavada en Esther, quien acababa su actuación en el centro de la pista-. Pero parece que me preocupé de más.
El tono infantil de su voz revelaba un berrinche apenas contenido. Samuel sintió una punzada de culpa ante su evidente dolor.
-Ya que estás aquí, no te vayas -concedió con voz grave.
Anastasia levantó la vista, sus ojos verdes brillando con lágrimas contenidas.
-¿Y qué hay de la señorita Montoya?
Samuel soltó una risa fría y despectiva.
-Sin mí, ella se divierte igual de bien.
La subasta benéfica aún no comenzaba, y ya Esther había logrado cautivar a toda la audiencia con su baile. Parecía moverse en este ambiente social con una naturalidad que sorprendía a todos, especialmente a quienes la habían subestimado.
Anastasia, viendo su oportunidad, se aferró al brazo de Samuel.
-Samu, lo hago por tu bien -susurró con dulzura calculada-. La señorita Montoya no sabe cómo socializar con estas importantes figuras, y siempre soy yo quien te acompaña. En este tipo de eventos, es mejor que vengas conmigo.
-Mhm -respondió Samuel con indiferencia, aunque en su mente resonaban las palabras de Anastasia,
En efecto, ¿qué podía ofrecer Esther, una simple heredera sin la educación ni el refinamiento necesarios? Anastasia era, sin duda, mucho más adecuada para acompañarlo y conversar con estos ejecutivos. O al menos, eso era lo que se decía a sí mismo mientras intentaba ignorar la forma en que su mirada seguía gravitando hacia la figura de Esther en la distancia.