Capítulo 108
Samuel frunció el ceño, mientras un destello de culpa cruzaba por sus ojos grises.
No era que desconociera los maltratos que los criados de la familia De la Garza siempre habían infligido a Esther a sus espaldas. La verdad era más dolorosa: siempre había sido demasiado indiferente, demasiado perezoso para defenderla. En el fondo, incluso había deseado que ella se rindiera, que se alejara por voluntad propia.
Pero esta vez, Leticia había cruzado una línea intolerable. La imagen de Esther empapada y humillada hizo que algo dentro de él se removiera con una mezcla de ira y remordimiento.
-La familia De la Garza no necesita empleados con una conducta tan deplorable -pronunció Samuel con una frialdad que helaba el ambiente-. Ve a recoger tu sueldo de este mes; a partir de hoy, no necesitas trabajar más para la familia De la Garza.
El rostro de Leticia se contorsionó en una mueca aún más desagradable, mientras la desesperación se apoderaba de sus facciones.
-¡Presidente De la Garza! ¡Presidente De la Garza, verdaderamente no fui yo! ¡He sido injustamente acusada! -chilló, su voz quebrándose por el pánico.
-Llévensela ordenó Samuel sin pestañear. No pensaba desperdiciar ni un segundo más en trivialidades.
En un parpadeo, Bianca ya había escoltado a Leticia fuera de la habitación, sus protestas desvaneciéndose en la distancia.
Esther se ajustó la toalla alrededor de su cuerpo con dignidad, a pesar de la situación.
-Presidente De la Garza, ¿puedo subir a cambiarme de ropa? -preguntó con voz serena.
Samuel observó su estado desaliñado y, en un gesto inusual, se quitó el saco y se lo lanzó.
-Cámbiate y baja -ordenó con frialdad-. Tengo algo que preguntarte.
Esther miró el saco en sus manos por un instante. El aroma de la costosa colonia de Samuel llegó hasta ella, evocando recuerdos que prefería mantener enterrados. Sin titubear, lo lanzó de vuelta.
-Gracias por la oferta, presidente De la Garza -respondió con una sonrisa educada pero distante.
El rostro de Samuel se ensombreció ante el rechazo. “¡Esta Esther!“, pensó con irritación. “¡Se estaba volviendo cada vez más atrevida!”
Arriba, Esther se cambió rápidamente y bajó las escaleras con paso firme. Samuel la esperaba sentado en el sofá, su postura rígida denotando impaciencia.
La escena despertó en Esther el eco de su vida pasada, cuando solía observar a Samuel en silencio, temerosa de acercarse demasiado por el desprecio que él le mostraba. Ahora, sin embargo, la diferencia era abismal. Sin el peso del amor no correspondido, Samuel no era más
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Capítulo 108
que otro hombre atractivo, un extraño con una apariencia distinguida pero sin poder sobre sus emociones.
-Presidente De la Garza, ya bajé. ¿Qué querías preguntarme?
Por toda respuesta, Samuel le lanzó algo que brilló en el aire.
-Póntelo.
-¿? -Esther frunció el ceño, bajando la mirada hacia sus manos.
Entre sus dedos descansaba un vestido largo color azul lago, con lentejuelas que resplandecían como escamas de sirena bajo la luz. El tejido era suave y lujoso, exactamente como lo recordaba del escaparate.
-¿Qué es esto? -preguntó, aunque un recuerdo lejano comenzaba a formarse en su mente.
-¿No dijiste que te gustaba? -la voz de Samuel sonaba extrañamente tensa.
Esther frunció aún más el ceño mientras los recuerdos afloraban con claridad. En su vida pasada, durante un día de compras con Montserrat, se había quedado embelesada mirando este mismo vestido en el escaparate, incapaz de apartar los ojos de su belleza. Samuel había pasado junto a ella sin dignarse a mirarla, o al menos eso había creído ella. Aparentemente, él había estado más atento de lo que aparentaba.
-¿Para qué me das esto? -preguntó con genuina confusión. Después de haberlo humillado, este gesto parecía completamente fuera de lugar.
-¿Te lo pones o no? -la impaciencia teñía cada palabra de Samuel.
-Presidente De la Garza, al menos tienes que decirme, si me pongo este vestido, ¿a dónde vamos a ir? -Esther sostuvo el vestido contra la luz-. Este no es un vestido que uno pueda llevar en cualquier ocasión.