Capítulo 303
Aurora se detuvo un momento, y con el rostro lleno de orgullo, dijo: “Pff, conozco al que armó ese escándalo, es el vago de esta calle, se dedica a robar y estafar, ya se ha echado sus buenos turnos en la cárcel. Incluso sospecho que él secuestro a ese niño.”
Salvador no pudo evitar asentir: “Eres muy astuta.”
Aurora se animó aún más al hablar, y sus ojos brillaron con entusiasmo: “Ese niño me cayó bien, así que quise ayudarlo de corazón. En ese entonces se me ocurrió una idea brillante, me paré frente a todos y señalando al niño, dije que era mi hermano.”
“El vago, temiendo que arruinara su plan, me miró con rabia y me amenazó: ‘Pequeña mendiga, no andes diciendo que es tu hermano. Ni se parecen…”
Con las manos en la cintura, le dije: “¿Quién dice que los hermanos tienen que parecerse? Yo me parezco a mi mamá, mi hermano a mi papá. Somos pobres, y mis padres están enfermos, así que desde chicos nos tocó mendigar… Yo soy Marina Chávez. Él se llama…”
“Me llamo Nacho Chávez.”
Al recordar la astucia del niño, Aurora no pudo evitar sonreír con satisfacción: “Ese niño era realmente inteligente, apenas me inventé el nombre, él dijo el suyo. La gente alrededor comenzó a creernos, ese secuestrador incluso nos creyó, y se puso nervioso.”
“Aproveché que había mucha gente y me acerqué al niño. Como si tuviera un sexto sentido, me extendió los brazos permitiéndome abrazarlo.”
Aurora se emocionó al recordar, y sin saber por qué, se le llenaron los ojos de lágrimas, y su voz se quebró: “Era solo un niño de cinco o seis años, demasiado ligero de peso. Esos malditos traficantes lo maltrataban, no lo alimentaban, lo tenían muy flaco y estaba pálido. Además, lo golpeaban donde no se veían las marcas, lo pellizcaban. Lo llevé a casa, y al bañarlo, vi que su cuerpo estaba lleno de heridas…”
Salvador sintió cómo se le humedecieron los ojos, y con voz suave, dijo: “Haber encontrado a su hermana fue su gran suerte en medio de la desgracia.”
Aurora sacudió la cabeza, pareciendo sentirse culpable: “Después de llevarlo a casa, lo escondí en mi cuarto. Solo tenía que comprar un poco más de comida para él, y enseñarle a leer y escribir. El niño era muy inteligente, aprendía rápido, tenía un buen carácter, era bien parecido, aunque delgado. Pensé que podría tratarlo bien toda la vida. Pero apenas pasó un mes, mi mamá lo descubrió…”
Llegado a ese punto del relato, Aurora comenzó a sollozar: “Mi mamá es el colmo del egoísmo. No quería que el dinero que ganaba se gastara en alguien más, todos los días nos insultaba a mí y al niño con palabras muy crueles. Me decía que era una vergüenza querer ser madre siendo tan joven. A él lo insultaba llamándolo un niño no deseado, una carga para nuestra familia, mi mamá lo despreciaba y quería echarlo todos los días. El niño tenía una autoestima muy alta, todos los días sus ojos estaban rojos… pero yo no podía hacer nada, tenía que salir a
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trabajar, no podía quedarme a protegerlo.”
De repente, Aurora empezó a llorar desconsoladamente: “Lo único que podía hacer era consolarlo, decirle que aguantara un poco más, que cuando creciera y ganara mucho dinero, lo llevaría a vivir conmigo. Él era obediente, e ignoraba los insultos de mi mamá. Logró sobrevivir en nuestra casa con dignidad por seis meses. Pero un día, cuando volví a casa, no lo encontré.
Mi mamá me dijo que ya estaba bien, que gracias a mí se había puesto fuerte y se había ido por su cuenta. Pero yo no le creí ni una palabra, fue la primera vez que tuve una pelea enorme con mi ella, y le exigí a los gritos que me dijera dónde estaba el niño. Ella inventaba excusas todos los días, diciendo que lo habían vendido los traficantes de personas, que se había ido por su cuenta, o que ella lo había dejado en un orfanato.”
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