Capítulo 256 

“Aguanta, ya casi llego a casa.” 

Aurora, tras escuchar desde el rincón, se marchó rápidamente del estudio. 

La sirvienta, siguiendo las indicaciones de su amo, le preparó para Aurora varios platillos. caseros. Pero ella no probó bocado alguno y volteó la mesa. 

“¿Mis palabras te entraron por un oído y te salieron por el otro? ¿Cómo pretendes complacerme con esta comida tan corriente?” 

La sirvienta se quedó sin palabras, parada a un lado. 

Dejando que Aurora hiciera su berrinche, al fin y al cabo, cuando el señor Córdoba regresara, seguramente la reprendería. 

Pero, ¿Cómo esperaría Aurora a que Isaac volviera? 

La joven entró a la cocina, tomó un cuchillo y comenzó a destrozar todo a su paso. Los valiosos cuadros en las paredes fueron los primeros, rompiendo sus marcos de vidrio, y, no satisfecha, los cortó en pedazos. 

Convencida de que varios millones se habían evaporado, finalmente se detuvo. 

Isaac no tenía intenciones de volver tan pronto, pero en el camino recibió una llamada de la sirvienta, quien le contó todo lo ocurrido: “Señor Córdoba, la señorita Aurora se ha vuelto loca. Con cuchillo en mano, ha destrozado todo en la casa.” 

Isaac se derrumbó en el sofá. 

La desolación se pintó en su rostro, y en ese momento comprendió que al llevar a Aurora a su 

casa, había metido al lobo en la cueva. 

¿Acaso Aurora deseaba verlo en la bancarrota? 

¿Quería que él también probara la miseria como ella? 

Al recobrar el sentido, tomó las llaves del auto y corrió a casa. 

Al llegar, pensó que la sirvienta había exagerado, pero la realidad era mucho peor. De su hogar solo quedaban las paredes desnudas. 

Las demás paredes estaban en ruinas. 

La pintura artística y el empapelado estaban llenos de cicatrices. 

Al ver los cuadros valorados en millones reducidos a escombros en el suelo, Isaac sintió un dolor profundo. 

Furioso, confrontó a Aurora: “¿Tienes idea de lo valiosas que eran esas cosas? ¿Sabes cuánto dinero hemos perdido por tu culpa?” 

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Capitulo 256 

Su enojo solo la hacía feliz: “Isaac, ¿Por qué no me demandas? Acúsame de invasión de la propiedad, destrucción de bienes privados…” 

Con cada palabra de Aurora, él se oscurecía más. 

Él la había encerrado, ¿Cómo se atrevería a demandarla? 

Finalmente, se sentó derrotado en el sofá: “Aurora, ¿Tanto me odias? ¿Tanto deseas destruir mi mundo? ¿Qué necesitas para dejar de odiarme?” 

Temía ser consumido por el odio de Aurora. 

Pero lo que él no sabía era que ella deseaba verlo desmoronado. 

“Isaac, ¿Cómo tienes el descaro de pedirme compasión? Mira lo que has hecho, por pelear por el chip de la familia Hidalgo, me has encerrado sin vergüenza alguna. Siempre pones tus intereses por encima de mi dignidad. Isaac, cuando aprendas a respetar, entonces ven y negocia conmigo.” 

Isaac, pálido, respondió: “Solo te pedí que vinieras de visita, nunca te encerré.” 

“¿Visita? ¿Así es como tratas a tus distinguidos invitados, quitándoles el celular? ¿Dándoles comida de mala calidad?” Replicó con sarcasmo. 

Isaac la miró fijamente: “Antes ni siquiera tenías eso para comer.” 

Luego de escuchar esas palabras, ella cruzó los brazos, y una frialdad pasó por su mirada. 

Isaac quizás sentía algo de culpa, pero su desprecio por ella era innato. 

“Isaac, ¿has oído decir que la rueda de la fortuna gira? Antes era pobre, eso es verdad, y tú eras el hijo rico de papá. Pero ahora, yo soy la rica de primera generación, y tú has caído a ser un pobre viviendo del dinero de tu madre.” Aurora no dejó de burlarse, mostrando su lástima por 

él. 

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