Capítulo 98
“¿Y qué he obtenido yo?” La voz de Marina cortó el aire como cristal roto, cargada de un sarcasmo que ocultaba años de dolor.
“Ser parte de la familia Córdoba,” respondió Isaac con ese tono condescendiente que había aprendido a despreciar.
Una risa amarga escapó de los labios de Marina. “¿El apellido de Córdoba? ¿Acaso eso me alimenta? ¿Me da dignidad?”
El silencio de Isaac fue revelador.
Por primera vez, parecía comprender que el título de “Córdoba” había sido una jaula dorada, vacía de significado real.
La Marina sumisa que conocía se había transformado en una mujer que calculaba el valor de cada intercambio, como la empresaria en que se había convertido.
“Esta vez, cuando salves a tu hermana, te daré lo que desees,” prometió Isaac impulsivamente.
“Quiero el divorcio. ¿Es posible?”
Isaac se quedó inmóvil, sus ojos escrutando el rostro de Marina buscando algún indicio de broma. La ira comenzó a trepar por su garganta como hiedra venenosa.
“No digas estupideces. Cualquier cosa menos eso.”
“Solo quiero el divorcio,” Marina mantuvo su postura, su voz firme como acero. “Si no, busca a otra persona para salvar a tu adorada Cynthia.”
Isaac la observó, desconcertado ante este nuevo orgullo que emanaba de ella, tan diferente a la docilidad que había cultivado en ella durante años.
Con un movimiento brusco, aprisionó su muñeca. “¿Quién te crees que eres, Marina? No tienes derecho a decidir sobre nuestro matrimonio.”
Sin más contemplaciones, la arrastró al sótano y la empujó dentro del automóvil de lujo.
“Irás a donar sangre a tu hermana, quieras o no. Marina, esa es tu única utilidad. Ya deberías
saberlo.”
Mientras Isaac la conducía al hospital con autoritaria determinación, una oleada de desesperación ahogaba el corazón de Marina. ¿Realmente no valía más que esto para él?
Las palabras de Isaac la habían convertido en una marioneta sin voluntad, dejándose arrastrar hasta la sala de transfusiones.
“Doctor, revise su sangre inmediatamente. Es la hermana de Cynthia, son compatibles. Puede tomar su sangre.”
Ante la mirada atónita del médico, Isaac levantó bruscamente la manga de Marina, exponjendo
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Capítulo 98
su brazo pálido como porcelana sobre la mesa de transfusión.
El doctor, notando la resignación en el rostro de Marina, dudó sobre la legalidad del procedimiento.
“¿Qué espera?” gruñó Isaac. “Cynthia necesita esa sangre para vivir.”
Como hipnotizado por la urgencia en la voz de Isaac, el médico insertó la aguja.
Marina cerró los ojos. El dolor físico de la aguja era insignificante comparado con la agonía emocional que la consumía.
“Isaac, te odio,” susurró con una calma escalofriante.
Isaac la observaba impasible, pero un temblor involuntario lo sacudió al encontrarse con su mirada cargada de desprecio.
“Mar, te prometo que las cosas cambiarán,” murmuró.
En el pasado, cada vez que él bajaba su estatus para consolarla, aunque sabía que la estaba engañando, se sentía feliz. Pero ahora, aunque él prometiera el mundo, ella no podía sentir nada más que repulsión y asco.
Cuando la extracción de sangre terminó, el médico le pasó un algodón para presionar sobre el lugar de la inyección. Isaac se ofreció a presionarlo por ella.
Pero Marina de repente lo empujó con fuerza, dejando que la sangre fluyera libremente, sin siquiera mirarlo, se levantó y se fue.
Isaac permaneció paralizado, observando su partida.
La siguió con expresión sombría: “Mar, sé que estás enojada, pero salvar una vida es lo más importante. Lo entenderás, ¿verdad?”
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