Capítulo 82
El rechazo de su familia había cavado surcos profundos en el alma de Marina, sembrando semillas de desesperación que nunca dejaron de crecer.
“Si le fallaste a ella, búscala a ella,” su voz era hielo puro. “¿Qué tienes que venir a buscarme a
mi?”
“Marina, tu hermana es frágil… y ama a Isaac.” Fabiola finalmente mostró sus cartas. “Déjaselo.”
Marina sonrió, una sonrisa cargada de tristeza y amargura.
“¿No he cedido suficiente? De niña, yo también soñaba con irme con nuestro padre rico, pero ella lo eligió primero y me quedé callada. Cuando su riñón falló, le di el mío sin dudar. Y ahora… ¿también quiere a mi esposo?”
Sus ojos se clavaron en Fabiola como dagas. “Dime, ¿por qué siempre debo ser yo quien ceda?” “La he mimado demasiado,” admitió Fabiola, la culpa apenas rozando sus ojos. “Sin Isaac, ella no sobreviviría. Pero tú, Marina… tú ya has sobrevivido tantas cosas. Podrías adaptarte a perderlo…”
Marina fijó su mirada en su madre, su voz temblaba, palideciendo más que el papel. “También soy tu hija, ¿por qué parece que solo Cynthia merece la felicidad, mientras yo debo vivir en el fango toda mi vida?”
“No solo eres madre de Cynthia, también lo eres mía. ¿Cómo puedes ser tan cruel conmigo?”
Contuvo las lágrimas por pura fuerza de voluntad. “No mereces llamarte mi madre.”
“¿Por qué eres tan sensible?” Fabiola trastabilló. “Es natural preocuparme más por tu hermana cuando su salud es tan delicada.”
Marina sintió que se ahogaba, como si manos invisibles apretaran su garganta.
Sus ojos se inyectaron en sangre, el viejo trauma resurgiendo como una bestia despertada.
Cerró los ojos en desesperación, sabiendo que su antigua dolencia había resurgido.
Su familia no solo le había dejado cicatrices emocionales; también le había grabado el dolor en
la carne.
En ese momento, su odio se dividía entre su madre e Isaac. Él sabía perfectamente lo que su madre le haría, y aun así permitió que Cynthia la trajera.
¿Cómo había terminado casada con alguien así?
Realmente había estado ciega.
Una mano cálida se posó en su hombro, masajeando suavemente. “No te preocupes, aquí estoy,” susurró una voz reconfortante.
22:38
Capitulo 82
Como lluvia en el desierto, la presencia de Salvador aflojó el nudo en su pecho. Poco a poco, el aire volvió a sus pulmones.
Fabiola, ignorando el sufrimiento de su hija, evaluaba a Salvador con ojos codiciosos, notando su elegante porte, su costoso reloj.
“Mar, ¿quién es este caballero?”
“Un amigo,” cortó Marina, reconociendo la mirada calculadora de su madre.
“¡Qué amigo tan distinguido!” Fabiola sonrió con falsa dulzura. “Quizás podría ayudar a tu pobre madre enferma con sus gastos médicos…”
El rostro de Marina se oscureció. Su madre nunca había sido una verdadera madre, solo un parásito insaciable. Su descaro ya ni siquiera la sorprendía.
Solo la enfermaba.