Capitulo 56
Marina no perdió tiempo. Mientras suplicaba ayuda a Isaac, hizo de todo: llamó una ambulancia, que nunca llegó, corrió al hospital… pero sin las conexiones necesarias para un acceso prioritario, llegó demasiado tarde.
Era una de esas tardes grises de temporal en la Ciudad de México, cuando la lluvia cae sin cesar y el cielo parece fundirse con el asfalto. Marina salió del hospital sosteniendo el cuerpo sin vida de su hija, mientras las gotas se mezclaban con sus lágrimas.
La muerte de su hija también se llevó el último pedazo de amor que tenía por este mundo.
No volvió a casa, sino que se embarcó en un camino sin retorno.
Hacía tanto frío ese día. Un frío que penetraba hasta los huesos.
Incluso aunque este momento fue borrado de su mente una vez, el frío persistía en su memoria como una cicatriz imborrable.
Por eso, en esta vida, eligió renunciar dar a luz nuevamente. Sabía que no tendría lugar en este mundo.
De repente, el recuerdo la golpeó con tal fuerza que Marina se abrazó a sí misma, como si intentara protegerse de aquel frío fantasmal que solo ella podía sentir.
Salvador, al ver este extraño comportamiento, de inmediato se quitó el abrigo y se lo puso sobre los hombros.
Isaac frunció el ceño: “Si hasta está haciendo calor aquí, ¿para qué te pones su ropa? Quítatela.”
El puño de Salvador se estrelló contra su rostro antes de que pudiera decir otra palabra. Isaac se incorporó tambaleante, la furia encendiendo sus ojos, y se lanzó contra Salvador con los puños en alto.