Capítulo 34
Inés apareció en el umbral como una visión en blanco inmaculado, su vestido flotando sutilmente con cada movimiento. La luz de la mañana la envolvía como un halo, creando la ilusión perfecta de fragilidad y pureza que tanto se esmeraba en proyectar. Su presencia era como una nota discordante en medio de la tensión, deliberadamente suave y vulnerable.
Era imposible negar su belleza: piel de porcelana, facciones que parecían talladas por un artista obsesionado con la perfección, y esos ojos grandes que había aprendido a llenar de una inocencia calculada. La imagen completa estaba diseñada para despertar instintos protectores, y funcionaba con una eficacia devastadora.
Con pasos medidos, como si temiera romper el aire mismo, se acercó a Dante. Su voz era un susurro preocupado, perfectamente modulado para expresar aflicción. “¿Qué sucede? Dante, te noto muy alterado.”
Gustavo, reconociendo su salvavidas, se aferró a la presencia de Inés como un náufrago a una tabla. “Señorita Monroy,” su voz temblaba con agravio estudiado, mientras sus ojos se clavaban en Lydia con malicia apenas contenida. “El señor presidente quiere despedirme.”
La sorpresa atravesó el rostro de Inés como una onda en agua clara. Se volvió hacia Dante, su expresión una obra maestra de preocupación sincera. “Dante, ¿qué pudo hacer Gustavo para merecer esto? Siempre ha sido tan dedicado… No ha sido fácil para él llegar hasta aquí.” Su mirada se deslizó hacia Lydia con la sutileza de una serpiente. “Si alguien…”
Lydia no pudo contener una risa seca. ¡Qué par de actores! pensó. ¿Quieren teatro? Les daré
teatro.
“Ay, Gustavo,” intervino Lydia, imitando el tono meloso de Inés con perfecta ironía. “¿Acaso no sabes por qué te despidieron? ¿No hiciste nada sucio? Además, quien te despidió fue Dante, si tienes quejas, ve con él, ¿qué ganas con atacarme? ¿Qué, crees que me vas a intimidar?”
El color abandonó el rostro de Gustavo junto con la dignidad que alguna vez tuvo.
“Lydia,” la voz de Inés vibró con indignación contenida. “Estás yendo demasiado lejos. Inventar acusaciones tan graves solo para que Dante lo despida… ¿Te das cuenta del daño que podrías causar? ¡Podría quedar vetado de toda la industria!”
Lydia le devolvió una mirada cargada de desprecio. “Mira quién habla de acusaciones sin fundamento. Hace un momento estabas muy segura de que yo era la razón del despido, ¿no? ¡Qué gracioso! Si yo tuviera ese poder sobre Dante, ¿crees que Gustavo seguiría aquí después de todo lo que ha hecho?”
Las quejas previas de Lydia sobre Gustavo siempre habían sido recibidas con la misma respuesta: “No te metas en asuntos de la empresa“, “Ya basta de dramas“. Si Dante hubiera querido despedirlo por ella, lo habría hecho hace mucho.
Sin embargo, al mencionar la traición a la empresa, algo en la reacción de Gustavo llamó su atención. ¿Habré dado en el clavo sin querer?
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Capítulo 34
“Si no fuera por ti,” insistió Inés, la dulzura abandonando gradualmente su voz, “¿por qué Dante querría deshacerse de él así, de repente?”
“Pregúntale a él,” Lydia se encogió de hombros. “¿O ahora resulta que leo mentes?”
Volviéndose hacia Gustavo con una sonrisa maliciosa, añadió: “Si no has traicionado a la empresa, no tienes por qué sentirte culpable. Pero si lo has hecho… ¡prepárate para las consecuencias!”
Gustavo, con los nervios destrozados, se lanzó hacia Lydia como un animal acorralado. En su prisa, tropezó con la pata de una mesa y se fue de bruces al suelo.
“¡Ups!” Lydia se cubrió la boca con fingida preocupación. “¡Qué mala suerte!”
La frase era una advertencia velada para Dante.
Humillado y fuera de sí, Gustavo se levantó con los ojos inyectados en sangre, su puño alzándose hacia Lydia con intención asesina.
El golpe nunca llegó. La mano de Dante lo detuvo en seco, su voz cortando el aire como una navaja de hielo.
“¿Te atreves a intentar golpear a alguien en mi presencia, Gustavo?”
Selena observaba la escena con horror. Este imbécil perdió la cabeza por completo, pensó. ¿Atacar a Lydia frente a Dante? Es suicidio profesional.
“Señor presidente, yo…” Gustavo balbuceó, el pánico finalmente reemplazando la rabia en sus ojos.
“Dante,” la voz de Inés volvió a su tono más dulce y manipulador. “No puedes culpar a Gustavo cuando Lydia lo provocó…”
“¡Silencio!” La orden de Dante cortó el aire como un latigazo. “¿Desde cuándo necesito tu permiso para despedir a un traidor?”
El ambiente se congeló. Dante siempre había mantenido una distancia profesional helada, pero ahora su presencia llenaba la oficina como una tormenta contenida.
Inés retrocedió, palideciendo. Era la primera vez que Dante le mostraba este lado de su personalidad, y el impacto la dejó muda.
“Todo lo que hayas hecho será investigado,” Dante se dirigió a Gustavo, cada palabra cayendo como una sentencia. “Y responderás ante la ley por cada una de tus acciones. Ahora, ¡lárgate
de mi vista!”
El terror atravesó a Gustavo como una corriente eléctrica. La amenaza de una investigación legal significaba la cárcel, y lo sabía. Sin atreverse a decir más, dio media vuelta y huyó como la rata que era, dejando tras de sí un silencio pesado como plomo.
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