Capítulo 1
“Dante, ¿me veo hermosa?”
El reflejo en el espejo le devolvía a Lydia Aranda una imagen que había soñado desde niña. El vestido de novia se ajustaba a su figura como una segunda piel, la seda blanca fluía como agua cristalina hasta el suelo. Su cabello castaño claro, recogido en un moño elaborado, brillaba bajo el velo que caía como una cascada de niebla. El maquillaje, suave y delicado, realzaba sus rasgos naturales, transformándola en una visión etérea.
Era el día de su compromiso con Dante Márquez, el momento que marcaba el inicio de su “para siempre“.
Dante estaba cómodamente sentado en el sofá, cruzando las piernas, con los brazos extendidos a lo largo de los respaldos del mismo. Vestía un traje de lana azul oscuro de alta costura de Armani, sin abrochar, con una camisa blanca cuyos botones estaban desabrochados hasta revelar su clavícula y cuello. Su cabello castaño oscuro, peinado hacia atrás con algunos mechones cayendo naturalmente alrededor de su frente, y una barba de tres días meticulosamente arreglada, complementaban su atractivo, mientras el aroma marino de su colonia Jo Malone flotaba en el aire como una promesa incumplida.
“Es la primera vez que me pruebo un vestido de novia,” susurró Lydia, su voz temblando de emoción contenida. “Es absolutamente hermoso.”
Los ojos de Dante se elevaron hacia ella, fríos como el hielo de invierno, vacíos de cualquier
emoción.
El sonido estridente del celular cortó el aire como una navaja.
“No contestes…” Las palabras de Lydia fueron apenas un suspiro.
“Hola…” La voz de Dante ya estaba respondiendo, ignorándola como siempre.
El pulso de Lydia se congeló mientras observaba el cambio en el rostro de Dante. Una sola llamada bastaba para transformar su expresión desinteresada en absoluta atención.
“Estoy en camino.” Tres palabras. Simples. Definitivas. Como una sentencia.
Se levantó, tomando su abrigo en un movimiento fluido. No hubo vacilación, ni una mirada hacia la novia que dejaba atrás. Solo cuatro palabras más, lanzadas al aire como si fueran insignificantes: “El compromiso se cancela.”
El dolor atravesó el pecho de Lydia como una daga de hielo. Cada latido bombeaba agonía a través de sus venas. Sus piernas, envueltas en seda blanca, se volvieron pesadas como el plomo. Quería correr, gritar, suplicar… pero su cuerpo se negaba a responder.
El eco de la puerta al cerrarse resonó como un réquiem para sus sueños rotos.
Permaneció inmóvil frente al espejo, contemplando la cruel ironía. La mujer que hace unos momentos irradiaba felicidad ahora era un fantasma pálido en un vestido de novia. Su sonrisa, antes brillante como el amanecer, se había desvanecido como la última estrella al alba.
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Capítulo 1
El tintineo de su celular cortó el silencio sepulcral.
Un mensaje. Tres palabras más que lo cambiaron todo:
Inés Monroy: “He ganado“.
Una sonrisa amarga curvó los labios de Lydia, el sabor de la derrota mezclándose con una extraña sensación de liberación.
¡Sí! Inés había ganado. Siempre había sido ella, el verdadero amor de Dante, su debilidad, su prioridad. Lydia había pasado siete años intentando calentar un corazón de hielo, solo para descubrir que era la actriz secundaria en su propia historia de amor.
Una llamada. Era todo lo que se necesitaba para que Dante la abandonara. En su cumpleaños, en su aniversario, en cada cita planeada con ilusión… y ahora, en su propia fiesta de compromiso. La humillación pública no significaba nada para él. Su dolor era insignificante. Sus sentimientos, irrelevantes.
Las lágrimas rodaron por sus mejillas, dejando surcos brillantes en su maquillaje perfecto. Pero entre el dolor aplastante, una chispa de claridad comenzó a brillar. Siete años. Siete años de humillaciones disfrazadas de amor, de desdén enmascarado como indiferencia elegante.
Esta fiesta de compromiso era su última apuesta en la mesa del amor. Y Dante, fiel a su naturaleza, había mostrado sus cartas con brutal honestidad.
Respirando profundamente, Lydia desbloqueó su celular. Sus dedos temblaban, pero su resolución era firme mientras abría la conversación con Dante.
“¡Terminemos!”
El mensaje voló hacia el éter digital, y antes de que pudiera arrepentirse, bloqueó el contacto. Una decisión simple que pesaba como mil promesas rotas.
Arrastrando su maleta hacia el ascensor, un silbido familiar cortó el aire como una burla. Ese sonido que había aprendido a odiar durante siete largos años.
Roberto Márquez. El hermano de Dante, su sombra más oscura.
Para Roberto, Dante era un dios terrenal que merecía la perfección encarnada, no una “campesina” como Lydia. Sus años de tormento constante eran testimonio de esa devoción torcida.
“¡Vaya! La boda se canceló, qué vergüenza,” su voz destilaba veneno dulce. “¿Te vas así, sin más? Tranquila, no te dejaré ir tan fácilmente. ¡Vengan, todos!”
Como cuervos respondiendo al llamado de la carroña, sus secuaces emergieron de las sombras, celulares en alto, ansiosos por capturar su momento de humillación.
“Lydia, se canceló el compromiso, ¿qué sientes?” Roberto sonreía como un depredador saboreando su presa.
Las risas de sus compinches resonaban en el pasillo como hienas hambrientas.
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Pero algo había cambiado en Lydia. El hormigueo de la indiferencia se extendía por sus venas como un antídoto contra siete años de veneno.
Cruzó los brazos sobre su pecho, una sonrisa sardónica jugando en sus labios. “¿Qué voy a sentir? Pues obviamente no es agradable. Pero creo que, por muy mal que esté, nunca será tan malo como lo que siente un hijo no deseado como tú, ¿no crees?”
El silencio cayó como una losa sobre el pasillo. Las risas murieron en gargantas súbitamente secas. El rostro de Roberto perdió todo color, como si hubiera visto su propio fantasma.
La verdad era un arma más afilada que cualquier insulto: el hijo bastardo de una infidelidad, la mancha en el inmaculado linaje Márquez.
Antes, porque era parte de la familia Márquez y Dante lo reconocía como hermano, Lydia aguantaba todo lo que Roberto le hacía, todas las humillaciones.
Ahora, ella ya no quería nada con Dante.
¿Por qué iba a soportar a ese desecho como Roberto?
Roberto, furioso y avergonzado, gritó:
“¡Zorra, te buscas problemas!” rugió Roberto, su mano alzándose como una serpiente lista para
atacar.
Pero Lydia ya no era la misma. Su cuerpo se movió con una agilidad nacida de la rabia contenida, esquivando el golpe y devolviendo uno propio. Su pie encontró el abdomen de Roberto con precisión devastadora.
El matón cayó al suelo, dignidad y aire escapando de sus pulmones por igual. Sus ojos, incrédulos, miraban a Lydia como si fuera una extraña.
“¿Te atreves a golpearme? ¿No tienes miedo de que le cuente a mi hermano?”
Lydia lo miró desde arriba, sus ojos fríos como el acero recién forjado. “¡Hazlo! ¡Mocoso que no ha dejado el biberón! Antes te toleraba por Dante, pero si ya ni Dante me importa, ¿crees que voy a aguantarte a ti?”
Agarró su maleta, lista para cerrar este capítulo de su vida.
“¡Muy bien!” La voz de Roberto temblaba de rabia impotente. “Si realmente tienes dignidad, ¡jamás vuelvas! ¡No vengas llorando a pedirle a mi hermano que te reciba otra vez!”
Lydia se detuvo, no por duda, sino por una última inspiración.
Roberto interpretó mal su pausa. “¿Te arrepentiste? ¡Ja! ¡Una lamebotas sin vergüenza! Si no quieres que le cuente a mi hermano, arrodillate ahora mismo y límpiame los zapatos. ¡Seré generoso y te perdonaré!”
Una sonrisa irónica bailó en los labios de Lydia mientras notaba el celular que seguía grabando. Miró directamente a la cámara, su voz clara y firme:
“Yo, Lydia Aranda, he terminado con Dante, y en esta vida, jamás me casaré con él. Si rompo
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este juramento, que Dante no conozca la paz.”
Sus palabras resonaron en el pasillo como un juramento sagrado, sellando el final de una era y el comienzo de su libertad.