Capítulo 170
Ricardo volvió a casa, al lugar donde él y Ofelia habían compartido la vida durante seis años. Al abrir la puerta del salón, lo envolvió la oscuridad. Instintivamente, exclamo: “Cariño, ya llegué. ¿Por qué no vienes a recibirme? ¿Te sientes mal?” Tras unos pasos, recordó de golpe que él y Ofelia ya estaban divorciados.
Sentado en el salón, Ricardo observaba su alrededor, sumido en la desolación. Se decía a sí mismo que no debería sentirse triste… Después de todo, durante tantos años, la persona que realmente amaba era Amparo. Ahora que su sueño se había hecho realidad, debería estar feliz. Pero su corazón… ¿Por qué no podia sentir ni un ápice de alegría?
Con la mano sobre el pecho, Ricardo no lograba entenderlo. El sonido del teléfono lo sacó de sus pensamientos. Al contestar, escuchó la voz de Amparo. Antes, cuando volvía tarde a casa, aunque Ofelia lo llamaba y nunca decía nada en particular, siempre esperaba con ansias escuchar su voz. Siempre se sorprendía sonriendo inconscientemente. Pero ahora… solo sentía impaciencia.
“¿Dónde andas?“, preguntó Amparo con preocupación. Ricardo respondió con evasivas: “Estoy trabajando hasta tarde“. Se dirigió a la habitación y se acostó. A pesar del tiempo transcurrido. le parecía poder aún percibir la fragancia de Ofelia. Eso le brindó paz. Cerró los ojos y recordó los tiempos felices junto a ella, cuando cada noche, después de acostar a Benjamin, Ofelia se acurrucaba a su lado, iniciando conversaciones sobre cualquier tema… Aquellos días de felicidad cotidiana que no supo valorar, ahora solo eran un recuerdo…
A la mañana siguiente, al llamar a Dora y no recibir respuesta, entré a su habitación y la encontré ya despierta, practicando cómo hablar frente al espejo. “Me gustas mucho“, “¿Podríamos ser amigos?“, “Buenos dias, ¿qué desayunaste?” Aunque eran preguntas sencillas para la mayoría, para Dora eran un desafio monumental. Solo podía hablar con Camilo y conmigo, incapaz de dirigirse a otras personas.
Observándola desde la puerta, no pude evitar sentir una mezcla de tristeza y orgullo. Al terminar, Dora, al notarme, corrió hacia mí con una sonrisa: “Mamá“. Tomé su mano y le pregunté si había despertado sola esa mañana. Con orgullo, me respondió que sí, porque tenía muchas cosas que hacer antes de ir a correr. “Entonces, tengo que levantarme temprano‘. Su determinación era evidente.
Le di un beso en la frente, lleno de ternura y admiración. Dora, a su vez, me besó y fue a despertar a Camilo. Corrimos los tres juntos, y noté que Dora había mejorado mucho, corriendo más de 300 metros sin detenerse. De vuelta en casa, mientras la bañaba como siempre, Dora me sorprendió diciendo que se había dado un mes para lograr hablar con alguien más aparte de nosotros. La preocupación me invadió, pero su firmeza y decisión eran palpables. “¿No crees que eso te presiona demasiado?” le pregunté suavemente.