-Señorita, la salida está para el otro lado, ¿por qué va corriendo hacia donde queda el establo de caballos?
Araceli giró la cabeza y se topó con la mirada de Sabrina, quien la observaba con una sonrisa apenas contenida, como si supiera exactamente lo que estaba pasando.
-Por ahí queda el establo -agregó Sabrina-. Con este aguacero, el lugar debe estar vacío desde hace rato. ¿O es que de verdad piensas ir a montar caballo ahora?
Araceli sintió que se le cortaba la respiración, como si le apretaran el pecho.
Al ver la escena, Rocío negó despacio y lanzó a Araceli una mirada cargada de desprecio. Para alguien criada en medio de las intrigas de la familia Hoyos, los trucos de Araceli le parecían de lo más básicos y hasta infantiles.
Eva, que desde niña había tenido que lidiar con la envidia de otras chicas y había visto todo tipo de artimañas, tampoco se impresionó. Lo que intentaba Araceli le parecía un chiste.
Ambas se quedaron de pie, sin decir nada, observando el espectáculo.
Thiago quiso defender a Araceli, pero al ver la expresión seria de su mamá y que su papá tampoco decía palabra, terminó tragándose las ganas de hablar.
Araceli, en ese momento, se sentía como un mono en el zoológico, exhibida para que todos la miraran y la juzgaran.
Al final, fue André quien rompió el silencio.
-Araceli, si quieres irte, anda primero. Cambia de ropa y yo hago que alguien te lleve.
Los ojos de Araceli se abrieron de par en par y unas lágrimas gordas comenzaron a rodar por sus mejillas. Parecía una lechuga recién pisoteada, tan frágil y lastimera que daba hasta lástima.
-André…
Sabrina volvió a intervenir:
-¿No que la señorita se iba? ¿O ahora no le dan ganas de irse?
Sabrina hizo una pausa y sonrió con malicia.
-¿O será que no sabe dónde está la salida?
Acto seguido, Sabrina llamó a uno de los meseros.
-Esta señorita no encuentra la salida, ¿puedes ayudarla a llegar?
El mesero respondió con amabilidad:
-Por supuesto.
Se acercó a Araceli y le preguntó:
-¿Quiere que primero la lleve a los vestidores para que se cambie?
Araceli apretó los puños con tanta fuerza que las uñas se le clavaron en la palma y hasta se rompieron, pero ni siquiera lo sintió. Bajó la vista para esconder el odio que se le acumulaba en los ojos. Las ganas de deshacerse de Sabrina crecieron
aún más.
Cuando Araceli se fue, Thiago por fin explicó a los demás por qué se había desaparecido de repente.
-El amuleto que me dio mamá se me cayó. Vi que estaba cerca, así que fui a recogerlo…
Thiago extendió la mano y allí estaba el amuleto, un poco mojado, reposando en su palma.
Sabrina lo miró sorprendida.
-Ese amuleto… ¿no se lo habías dado a Araceli?
Thiago bajó la voz y contestó:
-Solo se lo presté a la señora Vargas. Lo que me da mi mamá no debería prestarse así como así, así que fui y lo recuperé.
Sabrina apretó los labios y se quedó callada. Al rato, le habló en tono suave:
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Capítulo 680
-La próxima vez que vayas a buscar algo, avísanos primero, ¿vale?
El niño asintió, serio.
-Si, mamá. La próxima les aviso a ti y a papá, no quiero que se preocupen.
Sabrina no añadió nada más.
Thiago y Hache, que también se habían mojado con la lluvia, fueron a bañarse y cambiarse de ropa.
Sebastián acababa de cambiarse cuando vio a una figura delgada y conocida parada en la puerta.
Levantó una ceja y se acercó.
-¿Todavía no te has ido?
En los ojos de Araceli había una rabia que no podía ocultar.
-Sebastián, ¿lo viste? ¿Viste cómo Sabrina me humilló frente a todos? ¡Me dejó en ridículo! ¡Me está haciendo la vida imposible!
El pecho de Araceli subía y bajaba con fuerza. No lograba controlar la avalancha de emociones que la desbordaba.
Capítulo 681
