Rosana miraba a las personas paradas afuera del carro y, sinceramente, cada vez tenía menos ganas de bajar.
Pero Dionisio estaba ahí, esperándola. No tenía opción, tenía que salir.
Apretó los dientes, resignada. Al final, su relación con Dionisio ya no era ningún secreto. Si la veían, pues que la vieran.
Se inclinó y salió del carro. Dionisio, con toda naturalidad, tomó su mano y la guió bacia adelante.
Rosana notó que, aunque él tenía una mano vendada, eso no le quitaba ni un poco esa vibra de jefe seguro de sí mismo.
La verdad, tenía una especie de actitud de jefe presumido que parecía sacado de una novela.
Al principio, ella se sentía un poco incómoda con tantas miradas encima. Pero Dionisio, tan seguro, solo lanzó una mirada arrolladora a todos y, de inmediato, todos bajaron la cabeza, fingiendo no mirar, como si se hubieran vuelto invisibles.
Pero por dentro, todos estaban revolucionados.
[¡El gran jefe llegó a la empresa acompañado de su novia de los rumores!]
[Ya ni siquiera se puede decir que es su “novia de los rumores“… ¡Van de la mano! Eso ya es oficial.]
Rosana y Dionisio entraron juntos al elevador exclusivo del jefe.
Cuando las puertas se cerraron, quedaron aislados del mundo exterior.
Rosana giró la cabeza y lo miró de reojo.
-¿Siempre eres así de imponente frente a tus empleados?
-¿Así cómo?
-Así de cool, con toda esa actitud de “soy el que manda y aquí todos me respetan“.
Dionisio arqueó una ceja.
-Pues sí, al final de cuentas soy el jefe. Si no me hago respetar, ¿cómo van a obedecer los de abajo?
Rosana nunca había visto ese lado de Dionisio.
-Así que todos tienen dos caras, ¿no?
Él, al escuchar eso, se detuvo y la miró con atención.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Nada, Sr. Jurado.
Dionisio solo la miró, entre divertido y resignado.
El elevador llegó a su destino en un instante.
Dionisio se recompuso, con ese gesto serio que usaba en el trabajo, y entró al despacho. Rosana lo siguió y por fin pudo ver el lugar donde él pasaba tantas horas.
Ella recorrió el espacio con la mirada. Era evidente que la decoración del despacho iba de la mano con el estilo de la
Dionisio.
de
-¿Tu oficina tiene alguna sala de descanso o algo así? -preguntó, revisando todo con una mezcla de curiosidad y picardía. -¿Estás cansada?
-Sí, justo quiero entrar a revisar, a ver si hay algo raro.
Rosana le lanzó una mirada de esas que decían “te estoy cazando“.
Dionisio sonrió y fue él quien le abrió la puerta de la sala de descanso.
-No tengo esos gustos raros, ¿eh?
-Eso nunca se sabe -le respondió ella, entrando para inspeccionar.
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Capítulo 1173
La habitación era pequeña, pero acogedora. Tenía un baño propio, un clóset y hasta una maleta de viaje.
De repente, Dionisio la rodeó con sus brazos por
detrás.
-¿Ya terminaste de inspeccionar?
-¿Siempre tienes esa maleta aquí? ¿Es que viajas mucho por trabajo?
-Sí–contestó él, pero parecía que la charla no era lo que más le interesaba. Se inclinó y la besó sin darle tiempo a
reaccionar.
Ella se puso roja como un tomate.
-¿Qué te pasa? ¡Estamos en la oficina!
Dionisio le susurró al oído:
-En algo tuviste razón hace un momento.
-¿En qué?
Él la sujeto de la cintura, acercándola más.
-Antes pensaba que hacer locuras en la oficina no era apropiado, pero desde que entraste, ya no me parece tan mala idea.
Rosana se quedó sin palabras, sintiendo las mejillas a punto de explotar de lo roja que estaba.
-¡No tienes vergüenza! -le reclamó.
-Contigo, no se trata de vergüenza–contestó él, con esa media sonrisa que la desarmaba.
-¿Entonces de qué se trata?
Dionisio se rio bajito, sus ojos brillando de picardía. Se inclinó y, mordisqueando su oreja, le susurró:
-Es solo la forma normal en la que se llevan las parejas.
A Rosana le ardía la piel, y para colmo, él no dejaba de acariciarle la cintura, como si estuviera dudando si ir más allá.
Ella, al mirarlo a los ojos, notó la chispa de deseo y, de inmediato, apartó su mano, zafándose de su abrazo.
-Ya basta, tienes que irte a trabajar -le soltó, muy seria, con la cara encendida.
¿Acaso este hombre se había olvidado de que tenía trabajo?
Ella lo había acompañado justamente para que terminara más rápido, pero ahora parecía que Dionisio solo quería quedarse ahí, encerrado con ella, sin ninguna prisa por salir.